Un evento familiar muy importante la condujo por esos sitios donde se diluyó entre la alteridad de la cámara y su afecto en primera persona. Ya José del Val en un estudio introductorio a Tierra negra hizo notar cómo la mirada de Maya se compuso por una fuerte combinación de empatía y proximidad con las comunidades de la Costa Chica, y cómo mujeres, hombres, niños y jóvenes que aparecen en esta serie conviven intensamente, y con plena confianza, con la fotógrafa. En esta colección podemos visitar algunas escenas intimistas, digamos diáfanas y casi pictóricas, en las que los actores no posan ni actúan, sencillamente se muestran frente a la retratista creando la intermediación para que logre habitar el “mirador” de los espacios en el tiempo. 

Los momentos instantáneos y evidentes de la maternidad, los bebés reposando en los brazos de sus madres, la tragedia de una quemadura, un niño acostado jugando con sus lechoncitos, una niña sosteniendo una máscara en un ademán de juego y danza, el cancerbero de un burdel, la vendedora de pescado seco, Julia que descansa en su cama, una joven recolectando ajonjolí, escenas de la jornada de pesca y cultivo, o bien momentos que contrastan entre el premio del reposo con la algarabía de la fiesta y la celebración religiosa del pueblo con su toro de petate. Así pasan los días en los que Maya Goded registra esta imprescindible serie de estampas de una comunidad que se extiende por las costas pero cuya repercusión y diáspora se desliza como una raíz imprescindible de nuestras culturas por todo el país y en un continente que les es propio.