Carreteras: Revolución e integración del país
La amplitud del territorio mexicano había ocasionado problemas a las autoridades desde el virreinato de la Nueva España. A principios del siglo XX, las dificultades continuaban: asentamientos muy distantes, alejados entre ellos por kilómetros y kilómetros, con tradiciones, costumbres, pobladores, lenguas e intereses diferentes. La Revolución mexicana, que inició como procesos regionales, mostró con claridad cómo esta situación era un obstáculo que se debía sortear para lograr la integración de diversas zonas en una verdadera nación.
Además de difundir un discurso común a través de la educación, el arte y la cultura desde los diferentes proyectos gubernamentales, hubo también una necesidad mucho más práctica: construir nuevos caminos que comunicaran a las poblaciones entre ellas y con la capital, dando así lugar a la red de carreteras con la que contamos en la actualidad. En 1925 se creó la Comisión Nacional de Caminos y a partir de entonces se comenzó el trazo de rutas locales, como la que iba hacia Puebla, o la que enlazaba México con Pachuca. Pero la consolidación de la idea de unificación se alcanzó en esta época con la construcción de la México-Nuevo Laredo, que unió a la metrópoli con la frontera de los Estados Unidos a lo largo de sus 1,174 kilómetros. La colección que presentamos es una pequeña muestra de la manera en que estas vialidades se convirtieron en un elemento básico en la ideología de la Revolución, cuyo resultado perdura hasta el día de hoy.