La pieza que nos ocupa es la única obra del siglo xix realizada por una mujer que conserva el Museo Nacional de Arte. Cabe señalar que en dicho siglo la formación artística femenina tenía lugar en las clases acomodadas como parte de su educación. Las artes plásticas, específicamente el dibujo y la pintura, eran disciplinas que se apreciaban y que eran deseables en la cultura general de las damas, sin embargo, eran concebidas más como un pasatiempo que como una carrera formal en la que pudieran desarrollarse y prosperar; la gran mayoría dejaba el oficio por haber contraído matrimonio. Para ilustrar lo anterior, señalemos que debió pasar más de un siglo desde la fundación de la Academia de San Carlos (1781) para que las admitieran, lo cual ocurrió hasta 1886.
No obstante, la historia hace referencia a jóvenes talentosas que generaron una obra importante que ahora forma parte de nuestro patrimonio cultural, mismo que hoy visitamos para honrar su labor. Entre ellas destaca Pilar de la Hidalga (1843-1901), autora de este Retrato de una dama en el que podemos observar un fondo negro que envuelve un óvalo ocre en el que posa una modelo de cabellos claros sostenidos por una diadema con plumas y cuyo rostro está colocado en una postura de tres cuartos. De la Hidalga captura los rasgos de su faz a la perfección, las cejas, la fina nariz y unos labios delgados que armonizan en una bien representada iluminación lateral. Su vestimenta azulada con apliques dorados y coronada con un holán blanco al pecho, más su rojo chal, que sostiene con la mano izquierda, nos hablan de su posible pertenencia a la clase social de la que Pilar también formaba parte. Hay quienes identifican en la obra a un personaje operístico: doña Leonora di Gusman, protagonista de La favorita, de Gaetano Donizetti, pero este dato no ha sido confirmado.
Pilar fue hija de un famoso arquitecto y empresario azucarero español, Lorenzo de la Hidalga, quien gracias a su profesión frecuentaba a toda clase de artistas, a los que incluso recibía en su casa, motivo por el cual su hija convivió con los pintores de la época. Grandes profesores de la Academia de San Carlos eran amigos íntimos de la familia, entre ellos el escultor Manuel Vilar, Eugenio Landesio y Pelegrín Clavé, quien la asesoraba en sus quehaceres artísticos. A la edad de 15 años Pilar logró participar en la exposición de estudiantes externos de 1858, gracias a que su padre era reconocido como “Protector de las artes”, lo cual implicaba apoyar con dinero las muestras a través de la compra de acciones, 10 en su caso, para llevarlas a buen puerto. Cabe señalar que las mujeres no podían asistir a la Academia porque en su mayoría los modelos eran masculinos y solían posar desnudos y el que las alumnas presenciaran y además analizaran el cuerpo sin vestimentas con el fin de ejecutar un dibujo no era bien visto por la sociedad.
Por lo mismo, los géneros que cultivó la joven fueron retratos, bodegones, paisajes y, entre ellos, muchos cuadros de animales, en gran medida debido a que la familia poseía vastas propiedades con espacio para la crianza de aves y otras especies de corral. Hacia 1869, tras una crisis económica, De la Hidalga dejó de participar en las muestras de la Escuela Nacional de Bellas Artes hasta 1877, cuando volvió a mostrar sus obras. A pesar de haber retomado sus actividades, poco más de una década después paró nuevamente, como ocurría a menudo con las pintoras, cuando se casó en 1882 y se dedicó a las labores del hogar, por lo que abandonó esta bella arte. No es sino hasta 1886 que de nuevo participa en las exposiciones de San Carlos, y por última vez en la versión de 1891, cuando expone una de sus piezas más importantes, La mendiga, en la Exposición Colombina de Chicago, en el pabellón de las señoritas en 1893, último año del que se tienen noticias de su trabajo creativo.
Material de apoyo:
Hernández Nácar, Mariana, “Pilar de la Hidalga, una artista mexicana en la segunda mitad del siglo xix”, tesis de licenciatura en historia, ffyl-unam, México, 2014.