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La niña comelona

La niña comelona

 
 

Institución: Coordinación General de Extensión Universitaria

El artista colimense Alejandro Rangel Hidalgo (1923-2000) legó al universo estético mexicano un estilo visual tan singular que ha devenido en el adjetivo denominado “rangeliano”, que no se parece al de nadie más, en el que destacan estructuras de origen geométrico, pero afianzado al realismo. Muestra de ello es esta singular pintura realizada con la técnica de gouache en la que enfatiza la fuerza del color azul en el vestido de la niña, quien, junto con un pequeño gato, ocupa el primer plano de la obra para dejar en un segundo plano un mueble de cocina en el que podemos notar de forma clara y con colores vivos algunos alimentos, como huevos, queso, pan, azúcar y leche que, a su vez, contrastan con el oscuro fondo de la habitación. Tanto la niña como su mascota observan al espectador y con un movimiento de su mano derecha, la pequeña parece invitarnos a degustar los alimentos.

 

En el estilo “rangeliano” los trazos son claros y simétricos, los bordes de lo allí representado son limpios en el sentido de que no observamos difuminación de colores, por el contrario, éstos son sólidos y de ahí la fuerte presencia de los protagonistas en sus piezas, tal como ocurre en este caso, en el que la brillantez de la pequeña acapara la atención de quien observa la obra, fechada en 1960. Se nota que hay un fuerte sentido de contraste que obtenemos por las pinceladas blancas en el gato, así como con el brillo que el artista dibujó en sus ojos. La combinación de la totalidad de las figuras le da sentido al título de la obra, que sugiere el delicioso manjar que saciará su hambre.

 

Pintor, escenógrafo, ilustrador y diseñador de muebles, desde la infancia demostró tener dotes para el dibujo, mismos que fue desarrollando a lo largo de su vida. Fue un viaje realizado a Europa, en 1947, el que le permitió conocer de primera mano las grandes obras de arte universal al recorrer museos y galerías de Madrid y París, actividad que enriqueció sus concepciones artísticas. Rangel acaparó las miradas del mundo gracias a que la unicef premió su colección de tarjetas navideñas que circularon por todo el planeta; en ellas se reconoce un equilibrio entre la fe católica y los elementos netamente mexicanos de amplia tradición, por los que él profesó una cercanía evidente. En el caso que nos ocupa, identificamos el pan de muerto tan nuestro y un tazón de talavera poblana, por citar dos motivos.

 

Material de apoyo:

Rangel Brun, María Emilia, Un pintor de occidente, México, Universidad de Colima, 2001.

 

Institución: Coordinación General de Extensión Universitaria

El artista colimense Alejandro Rangel Hidalgo (1923-2000) legó al universo estético mexicano un estilo visual tan singular que ha devenido en el adjetivo denominado “rangeliano”, que no se parece al de nadie más, en el que destacan estructuras de origen geométrico, pero afianzado al realismo. Muestra de ello es esta singular pintura realizada con la técnica de gouache en la que enfatiza la fuerza del color azul en el vestido de la niña, quien, junto con un pequeño gato, ocupa el primer plano de la obra para dejar en un segundo plano un mueble de cocina en el que podemos notar de forma clara y con colores vivos algunos alimentos, como huevos, queso, pan, azúcar y leche que, a su vez, contrastan con el oscuro fondo de la habitación. Tanto la niña como su mascota observan al espectador y con un movimiento de su mano derecha, la pequeña parece invitarnos a degustar los alimentos.

En el estilo “rangeliano” los trazos son claros y simétricos, los bordes de lo allí representado son limpios en el sentido de que no observamos difuminación de colores, por el contrario, éstos son sólidos y de ahí la fuerte presencia de los protagonistas en sus piezas, tal como ocurre en este caso, en el que la brillantez de la pequeña acapara la atención de quien observa la obra, fechada en 1960. Se nota que hay un fuerte sentido de contraste que obtenemos por las pinceladas blancas en el gato, así como con el brillo que el artista dibujó en sus ojos. La combinación de la totalidad de las figuras le da sentido al título de la obra, que sugiere el delicioso manjar que saciará su hambre.

 

Pintor, escenógrafo, ilustrador y diseñador de muebles, desde la infancia demostró tener dotes para el dibujo, mismos que fue desarrollando a lo largo de su vida. Fue un viaje realizado a Europa, en 1947, el que le permitió conocer de primera mano las grandes obras de arte universal al recorrer museos y galerías de Madrid y París, actividad que enriqueció sus concepciones artísticas. Rangel acaparó las miradas del mundo gracias a que la unicef premió su colección de tarjetas navideñas que circularon por todo el planeta; en ellas se reconoce un equilibrio entre la fe católica y los elementos netamente mexicanos de amplia tradición, por los que él profesó una cercanía evidente. En el caso que nos ocupa, identificamos el pan de muerto tan nuestro y un tazón de talavera poblana, por citar dos motivos.

Material de apoyo:

Rangel Brun, María Emilia, Un pintor de occidente, México, Universidad de Colima, 2001.

 

 

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