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Fuego verde en el Paricutín

Fuego verde en el Paricutín

 
 

Un fenómeno de la naturaleza como el nacimiento de un volcán, que irrumpió alterando la cotidianidad del paisaje michoacano un 20 de febrero de 1943, se convirtió en el motivo que inspiró a varios artistas de la época a representar el extraordinario acontecimiento. Sin duda, uno de los más interesados fue Gerardo Murillo, el Dr. Atl, quien se entregó en cuerpo y alma a recrear en el lienzo el lento proceso de vida y muerte del Paricutín, nombre purépecha que significa “lugar al otro lado”.

Al día siguiente de su increíble aparición en el maizal, el volcán ya contaba con acta de nacimiento formal, misma que se firmó en el Salón de Actos del H. Ayuntamiento de Parangaricutiro. El volcán purépecha, que se mantuvo vivo 9 años, 11 días y 10 horas, permitió al artista recrearlo con intensos colores y en múltiples facetas. Igualmente variados fueron los formatos que utilizó: fotografías, dibujos y pinturas dieron forma a una increíble colección del artista jalisciense.

 

En la obra Fuego verde en el Paricutín se plasma el momento exacto de una erupción que estalla en un rojo encendido, coronado por un humo negro y denso que ocupa el centro del cuadro. El fascinante tono verde, que da nombre a la obra, pudo ser un efecto visual que se logra en la naturaleza cuando la composición de ciertos gases y su temperatura provocan dicha tonalidad al fuego, fenómeno químico que seguramente el Dr. Atl no pasó por alto. La variada escala de colores presente en la pintura hacen de ésta una obra vibrante en la que se mezclan los tonos cálidos que van desde el amarillo, el naranja y una rica gama de ocres, hasta los colores fríos como el azul y el blanco. El resultado se concreta en un lienzo de altos contrastes visuales cuyos trazos horizontales, verticales y curvos otorgan la sensación de movimiento de la tierra que se reacomoda.

 

Alrededor del primer año, el volcán más joven de América Latina ya había alcanzado su máximo tamaño; las constantes erupciones y lluvias de piedra fueron vividas muy de cerca por el pintor, quien se instaló en una pequeña cabaña construida por él mismo, a una distancia que, aunque poco prudente, le permitiera contemplar de cerca la evolución de los sucesos. Poco a poco fueron sepultados dos pueblos, Paricutín y San Juan Parangaricutiro; la lava reclamó su espacio sin pedir a cambio ningún sacrificio humano: nadie perdió la vida y los habitantes de ambos pueblos fueron desplazados a Nuevo San Juan. Gracias a la plástica y a la mirada del artista que devino vulcanólogo contamos con esta pieza que forma parte de la memoria visual de un espectáculo natural de nuestra historia.

 

Material de apoyo:

Azahua, Marina, “El paisaje paricutíneo”, en Revista de la Universidad (México, febrero de 2019), pp. 96-102.

Murillo, Gerardo [Dr. Atl], Cómo nace y crece un volcán (facsímil de 1950), El Colegio Nacional, México, 2017, 152 pp.

 

Un fenómeno de la naturaleza como el nacimiento de un volcán, que irrumpió alterando la cotidianidad del paisaje michoacano un 20 de febrero de 1943, se convirtió en el motivo que inspiró a varios artistas de la época a representar el extraordinario acontecimiento. Sin duda, uno de los más interesados fue Gerardo Murillo, el Dr. Atl, quien se entregó en cuerpo y alma a recrear en el lienzo el lento proceso de vida y muerte del Paricutín, nombre purépecha que significa “lugar al otro lado”.

Al día siguiente de su increíble aparición en el maizal, el volcán ya contaba con acta de nacimiento formal, misma que se firmó en el Salón de Actos del H. Ayuntamiento de Parangaricutiro. El volcán purépecha, que se mantuvo vivo 9 años, 11 días y 10 horas, permitió al artista recrearlo con intensos colores y en múltiples facetas. Igualmente variados fueron los formatos que utilizó: fotografías, dibujos y pinturas dieron forma a una increíble colección del artista jalisciense.

En la obra Fuego verde en el Paricutín se plasma el momento exacto de una erupción que estalla en un rojo encendido, coronado por un humo negro y denso que ocupa el centro del cuadro. El fascinante tono verde, que da nombre a la obra, pudo ser un efecto visual que se logra en la naturaleza cuando la composición de ciertos gases y su temperatura provocan dicha tonalidad al fuego, fenómeno químico que seguramente el Dr. Atl no pasó por alto. La variada escala de colores presente en la pintura hacen de ésta una obra vibrante en la que se mezclan los tonos cálidos que van desde el amarillo, el naranja y una rica gama de ocres, hasta los colores fríos como el azul y el blanco. El resultado se concreta en un lienzo de altos contrastes visuales cuyos trazos horizontales, verticales y curvos otorgan la sensación de movimiento de la tierra que se reacomoda.

Alrededor del primer año, el volcán más joven de América Latina ya había alcanzado su máximo tamaño; las constantes erupciones y lluvias de piedra fueron vividas muy de cerca por el pintor, quien se instaló en una pequeña cabaña construida por él mismo, a una distancia que, aunque poco prudente, le permitiera contemplar de cerca la evolución de los sucesos. Poco a poco fueron sepultados dos pueblos, Paricutín y San Juan Parangaricutiro; la lava reclamó su espacio sin pedir a cambio ningún sacrificio humano: nadie perdió la vida y los habitantes de ambos pueblos fueron desplazados a Nuevo San Juan. Gracias a la plástica y a la mirada del artista que devino vulcanólogo contamos con esta pieza que forma parte de la memoria visual de un espectáculo natural de nuestra historia.

Material de apoyo:

Azahua, Marina, “El paisaje paricutíneo”, en Revista de la Universidad (México, febrero de 2019), pp. 96-102.

Murillo, Gerardo [Dr. Atl], Cómo nace y crece un volcán (facsímil de 1950), El Colegio Nacional, México, 2017, 152 pp.

 
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