Fotografía de arquitectura civil, Estadio Azteca
Fotografía de arquitectura civil, Estadio Azteca
Institución: Centro Queretano de la Imagen
A principios de los años sesenta, Emilio Azcárraga Milmo era un joven empresario que vivía a la sombra de su padre. La presión constante de su progenitor para que éste diera visos de ser un digno candidato a dirigir la empresa familiar Tele Sistema Mexicano (tsm), provocó que Azcárraga ideara propuestas de negocios muy extrañas, las cuales generalmente desagradaban al patriarca. En su búsqueda de ideas para posicionarse como un destacado hombre de negocios, Azcárraga coincidió con Guillermo Zamacona, un ejecutivo de ventas de la Cervecería Cuauhtémoc, en ese entonces propiedad de la familia Garza Sada. Su propuesta se basaba en la construcción de un mega estadio que diera cabida a una gran cantidad de fanáticos del fútbol. Aunque parecía un asunto complejo, sobre todo respecto al financiamiento, los empresarios pensaron que, con una preventa de palcos exclusivos, podrían librar el problema. Y así fue, la idea de adquirir un espacio con todas las comodidades en el edificio más moderno del país llamó la atención de la élite que los adquirió sin chistar.
El contrato para construir el estadio contemplaba que el lugar alojara a cien mil personas cómodamente sentadas. Debía estar parcialmente cubierto para ofrecer sombra y protección de la lluvia a quienes se ubicaran en las filas de arriba. Tenía que brindar perfecta visibilidad a todos los espectadores y ser pensado para la televisión, con varias cabinas para los comentaristas y sitios adecuados para las cámaras. En 1962 tres despachos concursaron por el contrato y el ganador fue la firma Ramírez Vázquez y Mijares. Este despacho era conocido por sus obras auspiciadas por el gobierno, mismas que ya eran características de la ciudad. Sin embargo, el reto de construir un edificio de este tipo, no sólo dependía de su diseño y técnica, sino del discurso que lo justificara, sobre todo en momentos en que invertir esas cantidades de dinero en una construcción podía traer serios cuestionamientos tanto al gremio arquitectónico como al empresarial.
Para concretar la obra, los arquitectos jugaron la carta de la democratización de los espacios, y en donde algunos veían un negocio sólo para la clase alta, ellos encontraron la manera de virar el discurso para verlo como algo positivo que expresaba el cumplimiento de una necesidad colectiva. Fue así que el Estadio Azteca, que presentamos como objeto destacado en esta ocasión, se creó, como una muestra de la sociedad mexicana. Las graderías, las plateas, los palcos, incluso las áreas para la prensa o las oficinas administrativas, mostraban la finalidad colectiva y socializadora de un estadio. Para estos arquitectos, ya no era momento de pensar individualmente o sólo en una porción de la sociedad: una característica del tiempo que vivía el país era hacerlo de manera más integral, incorporando a la mayor cantidad de sectores con un objetivo benéfico como el del fomento deportivo. Este proyecto, que conjuntó al gremio arquitectónico con el empresarial, logró crear un edificio que se ha convertido en símbolo de la ciudad y del entretenimiento capitalino desde hace ya más de medio siglo.