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El jarabe de Manuel Serrano

El jarabe de Manuel Serrano

 
 

Institución: Museo Nacional de Historia, Mediateca inah

La música mexicana en el siglo xix está compuesta de sonoridades afrodescendientes, regionalismos hispánicos, ecos árabes y discursividades criollas. Prueba de ello es que el jarabe tiene dos antecedentes claros para la musicología: la jota española por un lado y el aire gitano andaluz por el otro. Armónicamente son lo mismo, y aprovechan también el canto de coplas y terceras. El jarabe se desarrolla entre rimas y melodías, entre otros sones novohispanos pensados para bailarse en pareja o entre la muchedumbre. Son fiestas populares acompañadas de guitarras, jaranas, arpas, flautas y tambores interpretados también por el pueblo.
Serrano es ilustrador costumbrista por antonomasia en nuestro país, suyas son postales de la vida cotidiana que reflejan la identidad nacional desde el retrato de personajes comunes en el horizonte cultural mexicano en el siglo xix y de claro espejeo en las ciudades del siglo xx. Entre sus sujetos están: charros y chinacos, una taquería y un expendio de moles, chinas de pulquería, buñuelos callejeros, postales como la catedral o paseos campestres de antaño.

 

Los sones (sonecitos de la tierra, sonecitos del país o airecitos) y jarabes formaron parte del repertorio tradicional del mundo novohispano, y eran socorridos en los festejos conocidos como fandangos, a los cuales acudían los grupos oprimidos de la Colonia. Ese corpus sonoro tradicional y patrimonio de letras y retórica de las clases desfavorecidas en el virreinato trae consigo una conciencia útil al proyecto emancipatorio que luego se llamará México. El jarabe, sus músicos y bailadores celebran un imaginario social que sustenta una postura política y cuyo antiespañolismo se volverá un vínculo que coagularía en identidad independentista. Es también decimonónica una cuantía de piezas donde los artistas describen costumbres observadas en la vida diaria y esos óleos y litografías fueron obra de contemporáneos al movimiento criollo: Johann Moritz Rugendas, Daniel Thomas Egerton, Johann Salomon Hegi, Edouard Pingret, Claudio Linati y Carl Nebel. Serrano es de un siglo después, pero captura perfectamente el mismo fenómeno de sensibilidad y conciencia.

 

Material de apoyo:

Moyssén, Xavier, “Manuel Serrano, un pintor costumbrista del siglo xix” en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, unam, 16 (64-1993), pp. 67-74.

Torres Medina, Raúl, “El uso de la música en el tránsito del Reino a la República” en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, Michoacán, 73 (1-2021), pp. 65-94.

 

Institución: Museo Nacional de Historia, Mediateca inah

La música mexicana en el siglo xix está compuesta de sonoridades afrodescendientes, regionalismos hispánicos, ecos árabes y discursividades criollas. Prueba de ello es que el jarabe tiene dos antecedentes claros para la musicología: la jota española por un lado y el aire gitano andaluz por el otro. Armónicamente son lo mismo, y aprovechan también el canto de coplas y terceras. El jarabe se desarrolla entre rimas y melodías, entre otros sones novohispanos pensados para bailarse en pareja o entre la muchedumbre. Son fiestas populares acompañadas de guitarras, jaranas, arpas, flautas y tambores interpretados también por el pueblo.
Serrano es ilustrador costumbrista por antonomasia en nuestro país, suyas son postales de la vida cotidiana que reflejan la identidad nacional desde el retrato de personajes comunes en el horizonte cultural mexicano en el siglo xix y de claro espejeo en las ciudades del siglo xx. Entre sus sujetos están: charros y chinacos, una taquería y un expendio de moles, chinas de pulquería, buñuelos callejeros, postales como la catedral o paseos campestres de antaño.

Los sones (sonecitos de la tierra, sonecitos del país o airecitos) y jarabes formaron parte del repertorio tradicional del mundo novohispano, y eran socorridos en los festejos conocidos como fandangos, a los cuales acudían los grupos oprimidos de la Colonia. Ese corpus sonoro tradicional y patrimonio de letras y retórica de las clases desfavorecidas en el virreinato trae consigo una conciencia útil al proyecto emancipatorio que luego se llamará México. El jarabe, sus músicos y bailadores celebran un imaginario social que sustenta una postura política y cuyo antiespañolismo se volverá un vínculo que coagularía en identidad independentista. Es también decimonónica una cuantía de piezas donde los artistas describen costumbres observadas en la vida diaria y esos óleos y litografías fueron obra de contemporáneos al movimiento criollo: Johann Moritz Rugendas, Daniel Thomas Egerton, Johann Salomon Hegi, Edouard Pingret, Claudio Linati y Carl Nebel. Serrano es de un siglo después, pero captura perfectamente el mismo fenómeno de sensibilidad y conciencia.

Material de apoyo:

Moyssén, Xavier, “Manuel Serrano, un pintor costumbrista del siglo xix” en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, unam, 16 (64-1993), pp. 67-74.

Torres Medina, Raúl, “El uso de la música en el tránsito del Reino a la República” en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, Michoacán, 73 (1-2021), pp. 65-94.

 

 

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