A finales del mes de febrero de 1863 y ante el inminente avance del ejército francés hacia el Altiplano central, el presidente Benito Juárez se trasladó a la ciudad de Puebla para visitar las fortificaciones que ahí se habían construido y alentar a los soldados que conformaban el Ejército de Oriente. A éstos dirigió, el 3 de marzo, una arenga en la que mencionó: “Por fin el enemigo abandonará dentro de breves días la inacción en que la forzásteis a cambiar su arrogancia y satisfará nuestro más imperante deseo acercándose a esta ciudad”.
En efecto, a la par que el presidente dirigía aquellas palabras, cerca de 28 mil franceses y cerca de dos mil de sus aliados mexicanos avanzaban sobre Puebla, defendida por 23 mil soldados, a cuyos extramuros llegaron dos semanas más tarde. No realizaron un ataque sobre la ciudad, mas ocuparon los cerros inmediatos a ésta y en los días subsiguientes se dieron a la tarea de prolongar sus líneas, al tiempo que construyeron trincheras frente a las posiciones mexicanas con la finalidad de establecer un cerco sobre la “invicta Zaragoza”.
Convento Amalucan, Sitio de Puebla. En Le Monde Illustré, 23 de mayo de 1863. Biblioteca Nacional de Francia/Gallica.
Si bien en un primer momento los franceses se dedicaron a hacer reconocimientos en los
alrededores de Puebla, e inclusive verificaron algunos disparos de artillería, no hubo un
enfrentamiento directo con las tropas mexicanas; no obstante, el ambiente que
prevaleció en la plaza fue de tensión y fue cuestión de tiempo para que el fuego acallado
de las armas se rompiera y ocurrieran los primeros encuentros armados con los
mexicanos. Ninguno de los bandos sospechaba que la lucha que se avecinaba no duraría
un par de horas como el 5 de mayo del año anterior, sino que habría de extenderse por
más de dos meses.
Durante los 63 días de sitio sendos ejércitos, mexicano y francés, hicieron proezas de
valor en las distintas acciones de armas que se verificaron y que quedaron registradas en
los partes de guerra y en las memorias de los protagonistas que en ellos participaron.
Entre los combates más significativos podemos aludir a los ataques y la defensa de San
Javier, también llamado fuerte Iturbide, Guadalupita, el Hospicio, San Marcos, la calle de
Judas Tadeo, el templo de San Agustín, los de las calles y casas de los Loros y la Estampa,
la manzana del mesón de la Reja, Santa Inés, la de la calle de Pitiminí, el Carmen y el del
fuerte de Ingenieros, sin olvidar la defensa que se hizo casa por casa en algunas
manzanas de la ciudad y la lucha cuerpo a cuerpo y al arma blanca, a la que las fuerzas
beligerantes recurrieron para asirse de unos metros de terreno.
Asalto al fuerte de San Javier.
No fue sino hasta el 26 de marzo que el mando francés ordenó, previó a un “violentísimo fuego” de artillería, el ataque sobre el fuerte de San Javier y la Penitenciaría y tres días más tarde el asalto de dicho punto. Las crónicas sobre este hecho dejan en evidencia lo cruento de la jornada. Francisco de Paula Troncoso, entonces teniente coronel de la sección de Ingenieros del Ejército de Oriente, registró en su Diario de Operaciones militares lo siguiente “… el ataque y toma de San Javier, fue el hecho de armas más grande del sitio de Puebla” pues en éste los soldados de Napoleón III “atacaron con 5000 hombres, más su reserva y 36 bocas de fuego, ni la guarnición de la plaza respondió al final con 48 cañones”.
La embestida que referimos fue una de las más notables que realizaron los europeos. El propio
general Forey, en un informe que remitió al ministro de Guerra de su país, le mencionó que el
intenso cañoneo del día 29 “solo se puede comparar con el de Sebastopol”, aquel célebre sitio
durante la guerra de Crimea. En el documento citado registró que tuvo una pérdida de 231
soldados y 16 jefes y oficiales. Fue tal la trascendencia del asalto a San Javier que éste ha
sido representado por la plástica en distintas pinturas y grabados tanto por mexicanos como por
franceses.
Uno de los enfrentamientos o asaltos más encarnizados durante el sitio fue el del cuadro de la
calle del Pitiminí del 24 de abril. El mando francés preparó de manera meticulosa la maniobra.
Para tal fin, previo al ataque, construyeron galerías subterráneas en las que instalaron
hornillos cargados de pólvora en las manzanas contiguas al punto referido, mismos que hicieron
explotar cuando oscurecía. Los resultados de la detonación fueron atroces para el Ejército de
Oriente, no sólo por la destrucción de las casas en esa manzana, sino también por las bajas
sufridas
por las fuerzas mexicanas, pues varios batallones quedaron sepultados entre los escombros de los
edificios derruidos.
Sobre lo acontecido en el Pitiminí, el propio Troncoso apuntó: “A las seis de la tarde, y cuando
apenas acababa de pasar un copioso aguacero, se escuchan varias fuertes detonaciones, y unas
seis casas de Pitiminí, caen derribadas como por encanto. Era que las minas habían estallado.
Los que se encontraban en las primeras naves, fueron volados y aplastados, pero como en algunos
cuartos de las segundas, las vigas cayeron solamente de un lado, muchos se salvaron […] Las
pérdidas han sido muy sensibles, pues tanto en la volada de las casas, como en dos ataques,
hemos perdido más de ochenta soldados y un oficial”.
Una calle de Puebla durante el asedio. En L’Illustration. Journal Universel, 11 de julio de 1863, p. 48.
“Prise de Notre Dame du Guadalupite derrière le Pénitencier”. En L’Illustration. Journal Universel, 6 de junio de 1863, p. 356.
Pitiminí al poniente.
Lo acontecido en San Javier y Pitiminí son sólo dos ejemplos de la lacerante y violenta lucha que
sostuvieron sitiadores y sitiados. El material gráfico que se dispone de la ciudad de Puebla al
término del sitio en mayo de 1863, deja patente los estragos de la guerra en aquella urbe:
casas particulares, templos, calles y espacios públicos en ruinas como resultado del constante
bombardeo y lo encarnizado de la lucha.
A principios de mayo, y al percatarse Jesús González Ortega lo difícil que sería seguir
defendiendo Puebla ante la carencia de pertrechos y alimentos y la imposibilidad de recibir
éstos, consideró la capitulación. Fue así como después de dos meses de resistencia el 17 de
mayo el ejército francés pudo entrar a ella. Los combates en el interior de ésta habían
concluido, no así la guerra a nivel nacional que habría de extenderse por cuatro años más.