En esta sala se expone cómo una pintura que se encontraba en el Museo de Tepexpan sirvió como inspiración artística para la creación del referido diorama del mna. Se enuncian aquellas primeras ideas de los prehistoriadores, quienes propusieron para los pobladores del centro de México un horizonte cultural de cazadores de mamuts, cuya imagen quedó encapsulada dentro del diorama.



La idea de crear en el mna un diorama sobre la cacería del mamut tuvo como principal fuente de inspiración un cuadro que el artista Iker Larrauri elaboró para el Museo de Tepexpan, que fue construido en el año de 1968.

En este pequeño espacio museístico que estuvo dedicado a la prehistoria, además del referido cuadro, se exhiben los hallazgos arqueológicos de los mamuts de Santa Isabel Iztapan I y II; los restos del esqueleto de Tepexpan y un resumen del origen del hombre americano, sus industrias líticas y la fauna que vivió en el tránsito del Pleistoceno al Holoceno. Cabe señalar que la maqueta del hombre prehistórico de Tepexpan que se encuentra aquí tuvo un costo de 2,400 pesos y fue realizada por el arqueólogo Francisco González Rul, que trabajaba para la Dirección de Monumentos Prehispánicos del inah y en algunas ocasiones se le comisionó o “prestó” para colaborar con el Departamento de Prehistoria de esa misma institución. El Museo de Tepexpan es el antecedente de la Sala de los Orígenes del mna. Es evidente que el diorama del mamut se basó en la narración dramática que Aveleyra escribió en Esplendor del México Antiguo, en el primer volumen publicado en 1959, y a cuyo segundo se le incluyó una lámina a color del cuadro de Larrauri.



No hay duda de que esa narrativa visual que Larrauri dejó en su cuadro años después se plasmó en el diorama del mna. El reconocido arqueólogo Román Piña Chan describió que ese “diorama muestra la cacería del mamut de Tepexpan, México, reconstruida con los datos que se obtuvieron en la exploración arqueológica. Sabemos que estos animales eran acorralados en las márgenes pantanosas del lago que encerraba la cuenca de México, para luego asaetearlos con lanzas, dardos y picas afiladas, rematándolos a maza de golpes. A continuación, eran descuartizados para aprovechar su carne comestible” (Piña Chan, 1972, p. 30). Todo lo anterior se apoyó en la reconstrucción que hizo Aveleyra sobre el comportamiento de los mamuts en las riberas de los lagos y en las ideas e interpretaciones de Martínez del Río sobre la cacería de megafauna en la prehistoria y sus excavaciones del segundo mamut de Santa Isabel Iztapan II.

Esas exploraciones pueden ser vistas dentro de la actual ventana arqueológica de la Sala de Poblamiento de América. En su interior se reconstruyó el hallazgo de ese segundo mamut, y en otra vitrina pueden observarse las herramientas de piedra que los arqueólogos encontraron asociadas al esqueleto de este animal. Por su parte, el Hombre de Tepexpan, cuya osamenta se halló en esta zona en el año 1947, se pintó en el cuadro de Iker y es una de las pequeñas esculturas humanas que se colocaron dentro del diorama. En ambas obras este personaje se representó bocabajo yaciendo inerte sobre la superficie lodosa del lago como: “Un hombre que pereció tal vez durante una cacería, muerto por un elefante, o bien que quedó sepultado en el lodo del pantano. Este ‘primer mexicano’, que conocemos como el ‘hombre de Tepexpan’, tenía 1.70 de alto, aproximadamente 60 años, el cráneo mesocefálico y la sangre del tipo A” (Bernal, 1982, p. 39).

Ante semejantes elucubraciones, el profesor José Luis Lorenzo opinaba que no nos debe extrañar que el público quedara impactado ante la fuerza dramática de semejante obra plástica: “durante muchísimos años el ‘hombre de Tepexpan’ se ha considerado como el abuelo de los mexicanos. Parte de este mito es la pintura, buena como tal, absurda en todo lo demás, que orna las paredes de la sala llamada de ‘Los Orígenes’ de nuestro Museo Nacional de Antropología, en la que se contempla el antecedente histórico de la falange macedónica, cuando un grupo de prístinos mexicanos se lanzan al ataque de un mamut, llevando entre todos un árbol aguzado, grande y primitivo lanzón, mientras en el suelo yace uno de ellos, muerto en tan ridículo ataque, indudablemente el ‘Hombre de Tepexpan’. Por cierto, el volcán que se ve al fondo, en el tiempo, atribuido al esqueleto, aún no existía” (Lorenzo, 1989, p. 11).

A nivel etnográfico se sabe que sólo los pigmeos del Congo ocasionalmente cazaban elefantes armados sólo con pequeñas lanzas. Es posible que desarrollaran esta práctica cuando entraron en contacto con los portugueses, debido al tráfico de marfil. Destazaban al animal, celebraban ceremonias realizando un festín de carne al que invitaban a bandas vecinas. Por ello, no se puede extrapolar este dato para probar que existió un horizonte cultural de cazadores de mamut. A pesar de estos argumentos, en la reestructuración del año 2000 no se retiró el diorama. Se le cambió de ubicación, colocándose junto a la reconstrucción in situ del mamut de Santa Isabel Iztapan II, se recortó en sus dimensiones y se eliminó la fotografía de atrás; se le cubrió con un acrílico y se puso sobre un soporte que permite verlo en diferentes ángulos.