Las mujeres también utilizaron la bicicleta, aunque hubo muchas opiniones al respecto, tanto a favor como en contra. Un sector que tuvo amplia participación en esta discusión fue el de la salud, pues existieron posturas higienistas (movimiento que permitió la difusión y enseñanza de conceptos apropiados para conservar la salud y evitar las enfermedades, centrado en el enfoque médico y preocupado por lo moral, social y corporal) que apoyaban totalmente el uso de la bicicleta por personas de cualquier género, edad y estatus social, mientras que otros usaron argumentos para reprobarlo, sobre todo cuando eran las damas quienes montaban al caballo de acero.
Algunos médicos señalaban que las personas con problemas del corazón, pulmones, próstata o riñones no debían utilizar la bicicleta pues podrían tener consecuencias severas. Se pensaba que la bicicleta provocaba problemas por la posición encorvada al usarla, además de que la silla causaba males físicos y morales, dañaba la pelvis y aumentaba padecimientos de hemorroides, uretra, próstata y vejiga. También se advirtió que engordaba las piernas y que su empleo por niños y adolescentes en pleno desarrollo era peligroso porque alteraba el crecimiento y quemaba las reservas de nutrientes que tenían. Sin embargo, otros impulsaban su uso diciendo que el vehículo favorecía funciones de la piel y los pulmones, ejercitaba los músculos, aumentaba el apetito y facilitaba la digestión y la nutrición. Aconsejaban su uso para los tuberculosos, en casos de dispepsia y estreñimiento, y para tratar la obesidad, la diabetes y la anemia.
La prensa comenzó a motivar a las mujeres para que se ejercitaran usando la bicicleta. El argumento más repetido fue que beneficiaría su salud porque, al salir de casa y pedalear, tomaban aire, fortalecían los sistemas cardiovascular y respiratorio, igual que los músculos, y tenían más apetito, evitando problemas de anemia. Se recomendaba a las que tenían sobrepeso, o a quienes eran muy nerviosas, padecían jaquecas fuertes o desearan desarrollar el pecho y las piernas. Por lo general, los médicos que apoyaban su uso declaraban que era un vehículo apto para ambos sexos, siempre y cuando se utilizara con moderación y las mujeres montaran en asientos especiales. También se decía que la bicicleta causaba manos rojas, brazos musculosos, pérdida de curvas, pies abultados, esterilidad, abortos, excitación sexual y la “joroba del ciclista” que, como su nombre lo indica, era la protuberancia en la espalda que aparecía por la posición adoptada al sentarse, tomar el manubrio y pedalear. Además de los daños físicos que supuestamente ocasionaba el vehículo, a la gente le preocupó que la mujer tuviera deseos “anormales”, pues opinaban que no era digno de las jóvenes decentes experimentar esas sensaciones. Se aclaraba que no sucedía lo mismo al montar a caballo, cuando las mujeres adoptaban la posición de amazona consistente en llevar las dos piernas de un mismo lado, lo que en bicicleta era complicado pues se usaban ambos pies para pedalear.
Las mujeres también utilizaron la bicicleta, aunque hubo muchas opiniones al respecto, tanto a favor como en contra. Un sector que tuvo amplia participación en esta discusión fue el de la salud, pues existieron posturas higienistas (movimiento que permitió la difusión y enseñanza de conceptos apropiados para conservar la salud y evitar las enfermedades, centrado en el enfoque médico y preocupado por lo moral, social y corporal) que apoyaban totalmente el uso de la bicicleta por personas de cualquier género, edad y estatus social, mientras que otros usaron argumentos para reprobarlo, sobre todo cuando eran las damas quienes montaban al caballo de acero.
Algunos médicos señalaban que las personas con problemas del corazón, pulmones, próstata o riñones no debían utilizar la bicicleta pues podrían tener consecuencias severas. Se pensaba que la bicicleta provocaba problemas por la posición encorvada al usarla, además de que la silla causaba males físicos y morales, dañaba la pelvis y aumentaba padecimientos de hemorroides, uretra, próstata y vejiga. También se advirtió que engordaba las piernas y que su empleo por niños y adolescentes en pleno desarrollo era peligroso porque alteraba el crecimiento y quemaba las reservas de nutrientes que tenían. Sin embargo, otros impulsaban su uso diciendo que el vehículo favorecía funciones de la piel y los pulmones, ejercitaba los músculos, aumentaba el apetito y facilitaba la digestión y la nutrición. Aconsejaban su uso para los tuberculosos, en casos de dispepsia y estreñimiento, y para tratar la obesidad, la diabetes y la anemia.
La prensa comenzó a motivar a las mujeres para que se ejercitaran usando la bicicleta. El argumento más repetido fue que beneficiaría su salud porque, al salir de casa y pedalear, tomaban aire, fortalecían los sistemas cardiovascular y respiratorio, igual que los músculos, y tenían más apetito, evitando problemas de anemia. Se recomendaba a las que tenían sobrepeso, o a quienes eran muy nerviosas, padecían jaquecas fuertes o desearan desarrollar el pecho y las piernas. Por lo general, los médicos que apoyaban su uso declaraban que era un vehículo apto para ambos sexos, siempre y cuando se utilizara con moderación y las mujeres montaran en asientos especiales. También se decía que la bicicleta causaba manos rojas, brazos musculosos, pérdida de curvas, pies abultados, esterilidad, abortos, excitación sexual y la “joroba del ciclista” que, como su nombre lo indica, era la protuberancia en la espalda que aparecía por la posición adoptada al sentarse, tomar el manubrio y pedalear. Además de los daños físicos que supuestamente ocasionaba el vehículo, a la gente le preocupó que la mujer tuviera deseos “anormales”, pues opinaban que no era digno de las jóvenes decentes experimentar esas sensaciones. Se aclaraba que no sucedía lo mismo al montar a caballo, cuando las mujeres adoptaban la posición de amazona consistente en llevar las dos piernas de un mismo lado, lo que en bicicleta era complicado pues se usaban ambos pies para pedalear.
La vestimenta adecuada para usar la bicicleta, y que llegó del extranjero, también fue un tema de discusión. Las mujeres se enfrentaron a la incomodidad de ir pedaleando con vestido largo y correr el riesgo de que la tela se atorase en el pedal, la cadena o los rayos y accidentarse, por lo que se empezaron a generar prendas especiales, algunas empleadas por aquellas mujeres de la burguesía mexicana que decidieron probar suerte con el vehículo, así como por extranjeras que llegaron a vivir a la capital porfiriana.
Se recomendaba usar distintas prendas: faldas plegables de lana que parecían pantalones, blusa suelta en forma marinera, cinturón, calzón suave, traje cómodo, sombrero, pantalones anchos tipo turcos que llegan arriba del tobillo, faldas escocesas, enaguas, bloomers, polainas, chaquetilla e incluso botas y un velo para cuidar el cutis. Hubo señoritas que prefirieron no usar pantalones, por lo que, a diferencia de otros países, la mayoría optó por faldas, las cuales de cualquier forma causaban revuelo entre otras mujeres y hombres pues era mal visto moralmente que se exhibieran con atuendos que llegaban arriba del tobillo. Otra prenda que dio de qué hablar fue el corsé, hecho para moldear el torso de la mujer, pero que resultaba incómodo al ir en bicicleta. Se recomendó abandonarlo, permitiendo mayor movilidad y mejor respiración.
La bicicleta cambió la moda femenina, aunque en México no lo hizo a la misma velocidad que en otras regiones del orbe. Existieron discusiones en los periódicos sobre si era correcto que las mujeres mexicanas llevaran pantalones o no, incluso en algunos es notorio que ése era el mayor problema, no tanto que usaran el vehículo.
La vestimenta adecuada para usar la bicicleta, y que llegó del extranjero, también fue un tema de discusión. Las mujeres se enfrentaron a la incomodidad de ir pedaleando con vestido largo y correr el riesgo de que la tela se atorase en el pedal, la cadena o los rayos y accidentarse, por lo que se empezaron a generar prendas especiales, algunas empleadas por aquellas mujeres de la burguesía mexicana que decidieron probar suerte con el vehículo, así como por extranjeras que llegaron a vivir a la capital porfiriana.
Se recomendaba usar distintas prendas: faldas plegables de lana que parecían pantalones, blusa suelta en forma marinera, cinturón, calzón suave, traje cómodo, sombrero, pantalones anchos tipo turcos que llegan arriba del tobillo, faldas escocesas, enaguas, bloomers, polainas, chaquetilla e incluso botas y un velo para cuidar el cutis. Hubo señoritas que prefirieron no usar pantalones, por lo que, a diferencia de otros países, la mayoría optó por faldas, las cuales de cualquier forma causaban revuelo entre otras mujeres y hombres pues era mal visto moralmente que se exhibieran con atuendos que llegaban arriba del tobillo. Otra prenda que dio de qué hablar fue el corsé, hecho para moldear el torso de la mujer, pero que resultaba incómodo al ir en bicicleta. Se recomendó abandonarlo, permitiendo mayor movilidad y mejor respiración.
La bicicleta cambió la moda femenina, aunque en México no lo hizo a la misma velocidad que en otras regiones del orbe. Existieron discusiones en los periódicos sobre si era correcto que las mujeres mexicanas llevaran pantalones o no, incluso en algunos es notorio que ése era el mayor problema, no tanto que usaran el vehículo.
En esta etapa sólo las mujeres de alta sociedad usaban el vehículo: salían a las calles y se paseaban a la vista de la población, participaban en festividades llevando bicicletas adornadas, las modelaban en algunos anuncios, compraban “bicis” con asientos especiales, incluso en los teatros se presentaron obras que tenían como personaje principal a mujeres ciclistas, pero también tenían accidentes y eran atacadas. La mujer tuvo una participación fuerte en los campeonatos, excursiones y carreras de ciclismo porque, a pesar de que hubo eventos deportivos a los cuales no las dejaban entrar por realizarse en recintos exclusivos para hombres, en otros fungían como reinas encargadas de entregar los premios a los ganadores. Observaban las carreras y en ocasiones eran parte de los retratos finales con los ciclistas, en los cuales se les ve elegantes, con vestido y sombreros. Estas señoritas pertenecían a la alta sociedad, por lo que algunas practicaban deportes, aunque no fueran considerados como tal si eran ellas quienes los realizaban. Por ejemplo, si se les veía montando una bicicleta, por lo general se decía que sólo estaban dando un paseo o acompañando a algún hombre.
Muchos opositores de las mujeres ciclistas sostenían la idea de que las damas eran el bello sexo, o débil, y que debían encargarse únicamente de las actividades domésticas y del cuidado del marido y de los hijos. Aunque algunas desempeñaban ocupaciones fuera del hogar, como docentes, escritoras o trabajando en fábricas, hombres e incluso otras mujeres tradicionalistas, se oponían rotundamente a que montaran el vehículo, a menos que fuera en tándems dirigidos por caballeros. Las críticas en las páginas de los periódicos eran fuertes, incluso hay testimonio de cartas enviadas por los lectores en las que se dice que la mujer debía estar en la casa, realizando actividades en lo privado y no exhibiéndose en lo público, otras más en donde se les insulta llamándolas “marimachas”. A pesar de ello, hubo quienes se unieron a la moda internacional e hicieron caso omiso a las ideas y, pese a lo que pueda pensarse, también tomaban parte en carreras y excursiones, por lo que para 1892 ya podían leerse notas informando que en excursiones del Veloce Club habían participado señoritas pedaleando.
Asimismo, contribuyeron en la fundación de clubes como el Club Unión de Bicicletistas que, en 1893, contaba con varias socias. Cada día se hizo más común ver a damas montando bicicletas, no sólo en los combates de flores o acompañadas de hombres. Gracias a ciertos periódicos como The Mexican Sportsman, los clubes deportivos fundaron escuelas y abrieron clases para que las damas aprendieran a dominar el vehículo. Los almacenes vendían bicicletas especiales para mujeres, como la marca Víctor, que ofrecía la bicicleta Victoria en su versión femenina. Quizá no con la misma velocidad que lo hicieron en otros países, ni con los intereses tan marcados de las sufragistas y feministas de naciones como los Estados Unidos e Inglaterra, pero sí con el mismo entusiasmo y abriendo el camino para que en años posteriores pudieran pedalear con libertad y sin ser juzgadas. Así que observarlas en el caballo de acero incomodaba a los muy tradicionalistas y ayudaba a que las mujeres tuvieran otros papeles dentro de la sociedad.
Muchos opositores de las mujeres ciclistas sostenían la idea de que las damas eran el bello sexo, o débil, y que debían encargarse únicamente de las actividades domésticas y del cuidado del marido y de los hijos. Aunque algunas desempeñaban ocupaciones fuera del hogar, como docentes, escritoras o trabajando en fábricas, hombres e incluso otras mujeres tradicionalistas, se oponían rotundamente a que montaran el vehículo, a menos que fuera en tándems dirigidos por caballeros. Las críticas en las páginas de los periódicos eran fuertes, incluso hay testimonio de cartas enviadas por los lectores en las que se dice que la mujer debía estar en la casa, realizando actividades en lo privado y no exhibiéndose en lo público, otras más en donde se les insulta llamándolas “marimachas”. A pesar de ello, hubo quienes se unieron a la moda internacional e hicieron caso omiso a las ideas y, pese a lo que pueda pensarse, también tomaban parte en carreras y excursiones, por lo que para 1892 ya podían leerse notas informando que en excursiones del Veloce Club habían participado señoritas pedaleando.
Asimismo, contribuyeron en la fundación de clubes como el Club Unión de Bicicletistas que, en 1893, contaba con varias socias. Cada día se hizo más común ver a damas montando bicicletas, no sólo en los combates de flores o acompañadas de hombres. Gracias a ciertos periódicos como The Mexican Sportsman, los clubes deportivos fundaron escuelas y abrieron clases para que las damas aprendieran a dominar el vehículo. Los almacenes vendían bicicletas especiales para mujeres, como la marca Víctor, que ofrecía la bicicleta Victoria en su versión femenina. Quizá no con la misma velocidad que lo hicieron en otros países, ni con los intereses tan marcados de las sufragistas y feministas de naciones como los Estados Unidos e Inglaterra, pero sí con el mismo entusiasmo y abriendo el camino para que en años posteriores pudieran pedalear con libertad y sin ser juzgadas. Así que observarlas en el caballo de acero incomodaba a los muy tradicionalistas y ayudaba a que las mujeres tuvieran otros papeles dentro de la sociedad.