En las guerras de Intervención francesa y Segundo Imperio participaron grupos guerrilleros, organizaciones irregulares y pequeñas que lucharon con armas blancas y de fuego así como a caballo y a pie. Estuvieron en enfrentamientos, combates y batallas a favor de uno y otro bando político a lo largo de todo el territorio nacional.
Los gobiernos republicanos e imperiales convocaron, aprovecharon y reprimieron la experiencia militar de estas agrupaciones. Por ejemplo, el 3 de octubre de 1865, El Diario del Imperio publicó el Decreto negro , el cual tenía como propósito condenar a muerte de manera inmediata a los enemigos de la causa del emperador Maximiliano, acusándolos de gavillas de criminales y bandoleros.
A manera de castigo institucional, la aportación de los chinacos y su vinculación popular se invisibilizó. Este es un caso semejante al silenciamiento de las reacciones de las comunidades campesinas ante la privatización y despojo de sus tierras y recursos naturales, ya que solo encontramos algunos testimonios de levantamientos armados y rebeliones que surgieron con la intención de frenar dicha usurpación.
A contracorriente, a lo largo de esta exposición, hacemos memoria sobre estas agrupaciones rebeldes conformadas por hombres y mujeres que la historia oficial ha invisibilizado y recordamos que gracias a la colaboración de los comunes con el ejército liberal, se logró derrocar al ejército invasor francés y a sus aliados.
El origen de la palabra chinaco es incierto. Algunas fuentes indican que proviene del náhuatl xinaca, “desnudo”; tzintli, “nalga”, y nácatl, “sin ropa”; y que a su vez deriva de la traducción del término francés sans-culottes, “sin calzones”, peyorativo utilizado durante la Revolución Francesa (1789-1799) para referirse a las clases populares que participaron en la insurrección con el objeto de derrocar al antiguo régimen.
Algunos especialistas aseguran que este mote arribó a la Nueva España durante la primera década del siglo XIX, y que debemos su propagación a los conservadores, quienes lo empleaban despectivamente para referirse a los comunes: hombres y mujeres del pueblo que se unieron a la causa libertaria durante la Guerra de Independencia, y cuya vestimenta denotaba su origen humilde.
La adhesión de las masas populares al movimiento independentista no necesariamente implicaba que comulgaran con el ideario político de los insurgentes; más bien, su participación obedecía a la resistencia emprendida por las comunidades campesinas ante el despojo de la tierra y de sus bienes comunales, como resultado de la privatización que imponía el avance del sistema capitalista. En las décadas que siguieron a la independencia, el expolio de los bienes comunales se agudizó, y de la misma manera creció la resistencia de los comunes quienes siguieron siendo identificados con desdén por los conservadores bajo el apelativo chinacos.
Después de la Guerra de Independencia, pasando por la Guerra de Reforma (1857-1861) y hasta la intervención extranjera y el Segundo Imperio (1857-1867), México vivió numerosos levantamientos armados a lo ancho y largo del territorio nacional; algunas de las causas que los detonaron se atribuyen a la disolución de la comunidad rural, al expolio de los recursos naturales de las comunidades, así como también al método de reclutamiento forzoso, conocido como la leva, implementado tanto por conservadores como por liberales para conformar sus ejércitos.
En las tropas, esto se tradujo en altos índices de deserción y desmovilización de contingentes y, en las comunidades, propició la formación de individuos desarraigados y armados, agrupados en bandas que sobrevivían a través del bandolerismo. Los chinacos son una expresión de este fenómeno, y durante el siglo decimonónico, fueron reconocidos como bandoleros.
En la literatura y en la prensa de la época quedó asentado que no había caminos en México que estuvieran a salvo de la presencia de los bandidos: seres violentos y despiadados que acechaban a los viajeros para despojarlos de sus pertenencias. Esa historia fue replicada tanto por conservadores como por liberales para identificar a los grupos de guerrilleros o bandoleros sociales que se enfrentaban al statu quo en aras de obtener justicia.
En las poblaciones rurales, los chinacos gozaban de la complicidad de los lugareños, ya que padecían en carne propia el reclutamiento forzoso. Ello contrasta con el hecho de que, en las urbes, los medios impresos condenaban las actividades llevadas a cabo por estos grupos, y gracias a ello, los citadinos se mantenían distantes, temerosos y poco empáticos con las demandas y levantamientos del mundo rural.
Sin embargo, cuando el gobierno liberal encabezado por Benito Juárez vio amenazada la soberanía nacional tras la Segunda Intervención Francesa (1861-1867) los chinacos que practicaban la guerra de guerrillas fueron convocados para luchar en contra de los invasores.
Por sus orígenes rurales, los chinacos tenían un gran conocimiento del territorio, lo que supuso una ventaja frente al enemigo que se hizo patente para conquistar la victoria en innumerables batallas, entre las que destaca la Batalla de Puebla.
El siglo XIX se caracterizó por la politización de la vida social, así como por el papel que jugó la prensa como herramienta legitimadora para difundir el ideario político tanto de los grupos conservadores como de los republicanos. Con la incorporación de la litografía, a partir de 1861, surgió un gran interés en las publicaciones por parte de los lectores mexicanos. Además, los editores implementaron numerosas estrategias para captar la atención, sobre todo de la población analfabeta; por ejemplo, la lectura en voz alta en espacios públicos como mercados, calles, plazas y pulquerías, para despertar la curiosidad de los citadinos y así difundir sus ideas.
El periodismo se convirtió en el arma de los intelectuales. Algunos de los más destacados políticos eran también colaboradores, editores o dueños de estos medios de comunicación. Como ejemplo de lo anterior sobresalen las publicaciones editadas por intelectuales republicanos como son: El Demócrata, El Siglo Diez y Nueve y La independencia Mexicana, editados por Francisco Zarco; La Chinaca y El Cura de Tamajón, editados por Guillermo Prieto, y La Orquesta, editado por Manuel C. de Villegas y Lorenzo Elizaga. En el caso de los periódicos conservadores, destacan El Diario del Imperio, editado por la Imprenta Imperial; La Sociedad, editado por F. Escalante, y El Pájaro verde, editado por Mariano Villanueva y Francesconi.
Durante el siglo XIX, tanto republicanos como conservadores publicaban notas a favor y en contra de los guerrilleros chinacos y, en los albores del Segundo Imperio, los medios de comunicación utilizaban el término chinaco de manera indistinta para identificar a bandoleros, asaltantes, bandidos, rancheros, peones, cuerudos, charros dedicados a las artes sobre caballos, así como a las tropas armadas. Es decir, todos eran chinacos. La relación paradójica y compleja con los rebeldes se debió, en términos generales, a la tensión entre la desconfianza hacia las manifestaciones populares y la necesidad que tuvieron los republicanos de contar con el apoyo de estos grupos para que se sumaran a la causa liberal y lucharan en contra de la invasión extranjera.
En los órganos de difusión conservadores, por otro lado, las agrupaciones rebeldes siempre fueron referidas como gavillas, bandas disidentes, guerrillas, malhechores, chusma de disidentes, sospechosos, plaga, instigadores, y otros epítetos del mismo tipo. Sólo en un artículo publicado en El Diario del Imperio, fueron nombrados y reconocidos bajo el apelativo de chinacos.
La difusión del vocablo chinaco se dio de boca en boca y a través de los medios de comunicación no gubernamentales, por lo que los archivos institucionales resguardan muy pocos documentos en los que se encuentre registrada dicha palabra. Podríamos comparar el uso de la palabra chinaco con la forma en como hoy en día usamos los calificativos chairos o fresas para referirnos a un grupo de personas; aunque son motes conocidos y utilizados, en reportes policiacos, médicos, militares o judiciales, no van a aparecer.
Sin embargo, existen otras fuentes documentales como la música, la literatura, la pintura, el grabado, la caricatura y la prensa, mediante los cuales la sociedad deja constancia de los usos del lenguaje más allá de lo que es registrado por las autoridades. En el caso de los chinacos, la prensa escrita, la caricatura política, las obras pictóricas y literarias, además de la música, nos permiten conocer la identidad de los chinacos como rebeldes, guerrilleros, patriotas, comunes y valientes. Muestra de ello es la obra musical Canto de chinaca, la cual se escuchó durante la guerra de Reforma y cuya letra apareció en La Chinaca, el 30 de junio de 1862.
La guerra se caracteriza por estar normada; sus participantes han sido entrenados en la milicia, y pertenecen a una institución reconocida por el Estado: el ejército. Las guerrillas, en contraste, son agrupaciones de fuerzas beligerantes irregulares y con una organización no formal, conformadas por grupos poco numerosos de personas que tienen un vínculo directo con las comunidades en donde surgen; sus motivaciones se rigen por las necesidades y demandas de estas poblaciones. Su táctica reside en el ataque sorpresivo, y utilizan armas blancas o de fuego, en caballería, infantería o mixtas; consiguen sus objetivos gracias al conocimiento que tienen del territorio y las limitaciones que esto supone al enemigo. Estas organizaciones se encuentran fuera de la ley.
Las guerrillas, dado que no son reconocidas por los Estados, han sido consideradas poco honorables. Sin embargo, y a pesar de las críticas que han recibido, estos levantamientos irregulares han tenido una función destacada por su participación en diversos movimientos políticos y sociales alrededor del mundo. En el caso particular que nos atañe, fue el gobierno liberal encabezado por Benito Juárez el que convocó a los mexicanos a participar en la defensa de la soberanía nacional, mediante el Manifiesto de abril de 1862:
El Supremo Magistrado de la Nación, libremente elegido por vuestros sufragios, os invita a secundar sus esfuerzos en la defensa de la independencia; cuenta para ello con todos vuestros recursos, con toda vuestra sangre y está seguro de que, siguiendo los consejos de patriotismo, podremos consolidar la obra de nuestros padres.
A la vez, Juárez intentó normar el desorden de las organizaciones guerrilleras con la expedición del Reglamento para el servicio de las fuerzas ligeras que con el nombre de guerrillas se formen para auxiliar las operaciones del Ejército en la presente invasion estranjera [sic] y para la pacificación del país. A través de este reglamento, el gobierno de México se comprometió a garantizar los recursos para la manutención de los guerrilleros; a cambio de ello, los rebeldes debían cumplir las órdenes del jefe superior, mantenerse en el radio que se le designara y pasar revista.
Hasta el momento no contamos con documentos que demuestren que esta normativa haya sido aplicada; lo que sí sabemos es que durante este periodo surgieron alrededor de 250 guerrillas de chinacos. Según la prensa imperial, sus participantes oscilaban entre dos mil a seis mil por año, aunque no existe evidencia que pueda sustentar lo dicho.
Si quieres conocer más sobre estos guerrilleros, puedes ingresar a la base de datos intitulada “Chinacos”, que se encuentra en la página de AHUNAM: www.ahunam.unam.mx
Debido a que los chinacos se encuentran fuera de la ley o al margen de ella, por su cercanía a las comunidades y en una dinámica más allá de los intereses políticos que encabezan gobiernos de cualquier bando, es raro encontrar testimonios de ellos. Sin embargo hay algunos registros de dirigentes de guerrillas, tal es el caso de los coroneles Antonio Rojas, Catarino Fragoso y Nicolás Romero y del general Baltasar Téllez Girón.
Antonio Rojas participó en la guerra alrededor de las poblaciones de Autlán, Guadalajara, Tepic y Manzanillo desde 1857. Se dice que su Brigada Roja ascendía a 4,000 integrantes, que si bien es número excesivo para considerarlo un guerrillero, atacó con estrategias guerrilleras y tuvo contacto con algunas comunidades. Siempre estuvo en constante confrontación y acercamiento a generales republicanos, guerrilleros y bandidos, por lo que era odiado y amado al mismo tiempo. Su actuación política más famosa es el Pacto de Zacate-Grullo, en el cual se advierte el uso de medidas muy violentas para obligar a los pobladores a definir su postura ideológica ante la guerra. El 28 de enero de 1865 murió en un ataque.
Catarino Fragoso se incorporó a las fuerzas armadas irregulares dirigidas por Nicolás Romero en junio de 1861, y a partir de entonces comandó una guerrilla compuesta entre 21 y 600 personas con quienes atacó en 42 ocasiones. Participó en la solicitud de préstamos forzosos y secuestros de dos extranjeros: el minero inglés William Rabling y el empresario español Félix Cuevas. Fragoso combatió a favor y en contra de los bandos políticos republicano e imperialista. Por ejemplo, cuando se adhirió al gobierno de Maximiliano en 1864, lo hizo con las siguientes palabras: me comprometo a tener quietos y pacíficamente a todos los pueblos del Mezquital, sin que un solo hombre asome cabeza en contra de la Excelentísima Suprema Regencia. Esto pudo decirlo porque él tenía una conexión inmediata con el poblado de Mixquiahuala, comunidad enfrentada por siglos con los dueños de la Hacienda de Tlahuelilpan, derivado de la tenencia de la tierra. Fragoso sobrevivió a la República Restaurada, y murió entre 1872 y 1875.
Baltasar Téllez Girón inició su carrera en la milicia como alférez de la Guardia Nacional en 1854; obtuvo el grado de general de brigada auxiliar en 1864 y estuvo en servicio de las armas por 57 años. Aún con esa destacada historia, siempre se le consideró guerrillero. En una epístola a Benito Juárez en 1867, se quejó amargamente de su condición de “guerrillero”, ya que ello le impidió recibir sueldos y compensaciones. Murió el 14 de febrero de 1915 en la Ciudad de México.
Nicolás Romero es el más famoso guerrillero, considerado “el arquetipo de los chinacos”. Se dice que Romero era un obrero de una fábrica de telas, y se sumó en 1858 a los guerrilleros que dirigía el general Aureliano Rivera. Su tropa estaba compuesta entre 30 y 500 hombres. En el periodo 1860-1865 dirigió 42 acciones, todas a favor del bando republicano. Su área de combate fue la región alrededor de Villa del Carbón, Jilotepec, Atzcapotzaltongo, Atizapán y Tlalnepantla, y a partir de 1864 se acercó al general Vicente Riva Palacio, moviéndose a Michoacán. Cayó preso en un ataque en el rancho de Papatzindán, luego se le enjuició y fusiló en la Ciudad de México (18 de marzo de 1865). Su popularidad creció porque el propio literato republicano Riva Palacio escribió novelas y dirigió estudios históricos que lo mencionaron.
Si quieres conocer otros nombres de guerrilleros chinacos y el tipo de acción que emprendieron, haz clic aquí.
Los chinacos pueden ser fácilmente reconocidos por el tipo de indumentaria que utilizaban: un sombrero de ala ancha y copa baja llamado jarano, chaqueta corta adornada con bordados, camisa blanca, una faja roja, pantalón con pernil abierto que mostraba unos calzones blancos y largos, botines y espuelas. Nuestros museos y fototecas albergan una gran variedad de retratos de chinacos realizando diversas actividades; estas obras nos permiten conocer la inclinación política de sus autores: si coincidían con el ideario republicano, los chinacos eran representados como valientes y prestigiosos; si su postura era más bien conservadora, destacaban sus vicios y defectos.
Las representaciones plásticas posteriores a la República Restaurada (1857-1867) no son fuentes que nos permitan distinguir entre los guerrilleros y los rancheros o los charros; todo lo contrario: en la iconografía, estos tres grupos se funden en uno solo. A partir de ese momento, la vestimenta se modificó hasta llegar al traje de charro del Porfiriato (1876-1911), que actualmente es identificado como el traje típico para el hombre mexicano.
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Investigación original: Ilihutsy Monroy Casillas
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