Una insaciable sed de carne y una audacia a la vez segura de mi belleza y mi posibilidad de comprar caricias, me arrojaban a la caza del género de muchachos que me electrizaba descubrir, tentar, exprimir: los choferes, que en el México pequeño de entonces eran la joven generación lanzada a manejar las máquinas, a vivir velozmente.
El taxi de Manuel Rodríguez Lozano es una reflexión sobre los vínculos entre la vida del escritor Salvador Novo, su obra y los cambios de la vida urbana. Novo aparecía en primer plano, sentado dentro de un automóvil que circulaba por las calles centrales de la Ciudad de México. Vestía una bata, ¿qué llevaba debajo? Sus labios se dejaban ver apretados, pintados de rojo, y las cejas bien delineadas. El alumbrado eléctrico iluminaba los alrededores del Palacio Postal, en la esquina de Tacuba y San Juan de Letrán (actualmente Eje Central Lázaro Cárdenas). El reloj marcaba casi media noche, y Novo circulaba por las calles que concentraban el baile, la embriaguez y la prostitución.
En esta sección te podrás acercar a las movilidades no sólo como actividades utilitarias —trayectos entre la casa y el trabajo, por ejemplo—, sino como experiencias que ligan el espacio público con lo íntimo, la política urbana con la cultura popular, los cambios de la ciudad y la literatura.
La mirada de Novo estaba fija, pero no en el espectador. Quizá miraba al conductor del taxi, protagonista ausente del retrato. Como escribió en su autobiografía, La estatua de sal:
Salvador Novo también observaba a la ciudad en transición. Sus textos registraron una cotidianidad hilvanada por los tranvías —icono de la modernidad apenas dos décadas antes— y la irrupción de los automóviles en el tejido urbano. La mirada de Novo era la del escritor de la ciudad y de sí mismo. Para él los chafiretes, como se conocía a los choferes de automóviles y camiones, sintetizaron una renovación moral, estética y urbana. Para nosotros, el escritor y los chafiretes dejan ver la movilidad como una experiencia abarcadora.
Salvador Novo y los choferes cruzaron caminos en la prensa. Para 1923 (poco antes de que Manuel Rodríguez Lozano lo retratara), el joven escritor ya era el redactor principal de El Chafirete:
Un certero instinto me había asociado a los fundadores de un semanario que les procuraba contactos numerosos y fáciles entre sus especializados lectores: choferes y lambiscones. Algunos de los mejores cueros de la época me llegaron al reclamo de El Chafirete. El director prefería a los papeleritos que voceaban su periódico; Don Derrapadas (quien poco después moría en el Hospital de Jesús), a los cobradores jóvenes; yo a los choferes más sólidos.
Novo, quien firmaba como Radiador, y sus colegas Fray Fotingo, Don Derrapadas, Abate Chorizo, Doña Ford y Volantero, cubrían noticias sobre lubricantes y política urbana; accidentes y el precio de la gasolina; la mecánica de los camiones Ford (conocidos como fotingos); la Empresa de Tranvías de México; y la policía de tránsito, cuya tendencia al soborno les dio el nombre de mordelones.
“Semanario fifí escrito en prosa pero de mucho verso. De la gasolina y por la gasolina. Defensor de los intereses del chofer. Aparece cuando se le pega la gana. Porque no tiene quien lo mande.”
El Chafirete se propuso crear un espacio de identificación entre un gremio relativamente nuevo y fragmentado entre el trabajo en sitios de taxis, rutas de camiones y autos particulares. De acuerdo con esa publicación, el pago de impuestos, licencias y permisos les daba derechos y les permitía “denunciar todas las arbitrariedades y abusos de que sean víctimas [los choferes] por parte de la policía, del público, así como de los dictadores del semáforo”. Sin embargo, al contrario de los tranviarios de la sección 1. Dependencias, El Chafirete se decía enemigo de los “delirios huelguísticos” y de las “ideas disolventes”.
“¿Qué es una ʽmordidaʼ? La acción de morder (con los dientes, se entiende). Mordida puede ser un ʽarrejuntónʼ de dientes que le dé a uno un can; puede ser un chupetón producido con los labios, y puede ser también un sablazo que le da el chafirete al dueño de un fotingo o camión. Hay otra clase de mordidas: las que dan los vigilantes de Tráfico a los chafiretes cuando se trata de infracciones del reglamento” [“Mordidas”, El Chafirete, 22 de marzo de 1923].
La irreverencia característica de El Chafirete favoreció las exploraciones públicas del homoerotismo. Novo jugaba con los contornos de la masculinidad de los choferes. Éstos aparecían como mujeriegos que huían del matrimonio; su ideal no era la belleza, sino la fealdad (El Chafirete organizó un concurso del chofer más feo de la ciudad); sus intereses eran la política urbana y el desmadre. Pero, entre eufemismos y alusiones claras que difuminaban ficción y realidad, Novo tejió dramas y comedias eróticas protagonizadas por chafiretes.
En agosto de 1923 se publicó una “Galería gasolinera” con 25 retratos de choferes, sus nombres y las rutas en las que trabajaban. El Chafirete no explicó por qué publicó esta serie fotográfica, pero quizá fue un guiño más de Novo.
En su archivo personal, el escritor conservó múltiples retratos similares con dedicatorias cariñosas para Adelita /Adelito.
Un reclamo amoroso apareció en El Chafirete con un seudónimo similar: “Samuel de mi vida: ¿Todavía chambeas en Tacubaya-Mixcoac-San Ángel? ¿Me hiciste siempre de chivo la tocada con esa desgraciada con quien te ibas a casar? ¿No piensas ir a Torreón? ¿Quedaste bien de la operación en el glande y el chico? Te adora ADELAIDA”.
Novo usó el lenguaje del automóvil —palancas, lubricantes y derrapadas— para sus juegos literarios. Haz clic para ver su intervención en la poesía de sor Juana Inés de la Cruz y de Manuel Acuña en “Sonetos lubricantes de Sor Juana Inés del Cabuz” y “Nocturno a Rosaura por Manuel T. Acuña”.
Como la historia de Novo muestra, los automóviles y autobuses se fueron incorporando a todos los ámbitos de la vida urbana desde las primeras décadas del siglo xx. Sin embargo, como podrás ver en la sección 3. Disputas, el tránsito hacia la ciudad del automóvil estuvo lleno de conflictos.