Iliana Ortega
La historia del mosaico es muy antigua; se sabe de su existencia desde hace tres mil años a.C., pero su consolidación tuvo lugar en las culturas griega (con el uso de piedras) y romana, de manera destacada en el esplendor del Imperio bizantino (ya con el uso del vidrio). También los encontramos en las culturas precolombinas del México antiguo en interesantes objetos, entre ellos cráneos forrados con pequeños fragmentos de piedras preciosas (teselas) como el jade o la turquesa.
El primer contacto de Juan O’Gorman con esta técnica tuvo lugar en la construcción que junto con Diego Rivera se proyectó para albergar su colección de piezas prehispánicas. La idea era cubrir las losas de concreto armado del museo que sería bautizado como Anahuacalli y la solución consistió en recubrir la superficie con piedras de colores para formar mosaicos. Se realizaron exclusivamente con piedras mexicanas de distintos colores para formar los dibujos; el único que no se encontró de manera natural fue el azul, color del que no se podía prescindir, por lo que se debió mandar a hacer. Con el paso del tiempo O’Gorman perfeccionó esta técnica milenaria y la aplicó a proyectos, como el de la Biblioteca Central de la unam, en los que destaca la definición de líneas creadas con colores planos, es decir, sin gradaciones, y cuyos trazos pueden identificarse a gran distancia.
El de la Biblioteca Central es un mural de 4000 m2 de mosaico, donde claras reminiscencias a los códices prehispánicos están no sólo en lo que narra, sino en su estética. Se asemeja a éstos por el fondo neutro en el que irrumpen las figuras bidimensionales. Con el paso del tiempo se ha demostrado el excelente trabajo técnico de esta gran obra que permanece en perfecto estado como testigo mudo que, pese a estar expuesto a la intemperie, ha resistido las condiciones ambientales de la ciudad.