Se sabe que el fotógrafo hacía que sus clientes, primerizos o habituales, sacaran su mejor lado mediante las poses. Algunos de los retratados eran conocidos o amistades con quienes sentía un gran confianza para sugerir o pedir actitudes, pensamientos o emulaciones, llevando las imágenes a cierto nivel figurativo que le daba un extra a la fotografía haciéndola irrepetible.
En ocasiones, Ricardo Sánchez Ortega tuvo que resolver composiciones que sugirieran glamour o sensualidad, como en este caso, posiblemente para un tercer destinatario, tal vez un novio o un prometido.