En la última década del siglo xix, cuando agonizaban las garantías constitucionales, en la Ciudad de México un fantasma negro se había despertado en las fábricas e industrias del mundo, las huelgas eran reprimidas y silenciadas y los líderes de los movimientos de trabajadores eran vilmente vigilados, perseguidos y encarcelados por esbirros y patrones. La policía moderna perfeccionaba sus métodos de represión y persecución, la fotografía estaba al servicio de los agentes del Estado, el sistema Bertillon, un método de medición y fichaje de detenidos, se instalaba en todos los países donde el control social fue la novedad universal.
Cuando los hermanos Flores Magón fueron conducidos a la cárcel de Belém, uno de los rituales de degradación más comunes consistió en pasarlos por el laboratorio antropométrico que instaló el médico Ignacio Fernández Ortigosa y que continuara el doctor Ignacio Ocampo. En este laboratorio se les tomaron las medidas corporales de altura y complexión, la brazada, las piernas, los pies y manos, los dedos, algunas medidas craneales, otros datos complementarios de rasgos morfológicos y de filiación, y, posteriormente, se les tomaría la fotografía de frente y perfil para consignar rasgos de parecido y la forma del alix del oído derecho, una suerte de huella poco cambiante para el inspector de fotografía. La ficha signaléctica y el retrato antropométrico consignan el número de partida, el nombre y el juzgado donde fueron llevados sus casos.
En los periódicos del mundo se daba cuenta en junio de 1894 de que el presidente de Francia Marie François Sadi Carnot, haciendo gala de presencia en banquetes públicos para aumentar su popularidad, fue alcanzado por una daga de casi 30 centímetros que le atravesó el pecho a manos de un anarquista italiano llamado Sante Gerónimo Caserio, quien ese mismo día fue fotografiado y encontró la muerte bajo el filo de la guillotina, momento que provocó el izamiento de las banderas negras en todo el mundo. La internacional negra de Bakunin circulaba por la prensa radical mundial. De la misma manera, el terror negro se había instalado en los países “civilizados”, produciendo un bestiario policial de temibles pesadillas que llevaron el nombre de anarcosindicalistas, socialistas y revoltosos.
Entrado el siglo xx, la alarma había alcanzado casi todas las juntas diplomáticas, empresariales, administrativas y políticas; del temor surgía una fascinación por el asesino solitario que pasaría a la acción directa. En septiembre de 1901, el presidente de los Estados Unidos William McKinley visitaba el Templo de la Música en una exposición universal, y un herrero de origen polaco, Leon Czolgosz:
avanzó entre la multitud, con la mano izquierda cubierta de vendajes y la derecha extendida para recibir al líder. Entonces se encontraron los dos hombres, mientras estrechaba la mano del presidente, Leon apretó el gatillo de un arma y le disparó dos balas, la primera de las cuales lo derribó de espaldas. Reaccionando inmediatamente al ruido de la pistola, el agente Foster del servicio secreto atacó al asaltante y, dándole un empujón en el rostro lo derribó por tierra. Si la policía local no hubiera reprimido al agente, éste habría matado a Leon (W. D. Raat, p. 15).
En el México finisecular porfirista las sospechas no fueron menos importantes; un radical de nombre Arnulfo Arroyo pasó a la acción y asestó un golpe contra el presidente Porfirio Díaz. El destino del agresor ya en la comisaría lo narra la prensa casi el mismo día del 17 de septiembre de 1897; periódicos como El Imparcial, El Universal, Excélsior, el Diario Oficial, entre otros, contaron el episodio exhibiendo una fotografía del cuerpo torturado y lacerado de Arroyo, como un claro mensaje a los detractores del dictador. Una multitud enardecida entró en su celda propinándole tal linchamiento que lo dejó sin vida. El mito del lobo solitario es casi un signo con el que los gobiernos del mundo enfrentaron a una amenaza silenciosa y persistente: el líder del movimiento obrero. Agentes secretos, travestistas, detectives encubiertos, policías mal entrenados, militares en andrajos, una fauna de autoridades porfirianas que iban de cuidar la “tranquilidad pública” al abusivo ejercicio del poder con intimidaciones, redadas, decomisos de propaganda e imprentas, persecución y encarcelamiento. Apoyados por agencias contratadas como la Furlong’s, el gobierno de Díaz, cancillerías y embajadores en los Estados Unidos, así como algunos otros despachos, siguieron los pasos de la Junta Organizadora hasta su destino en los estados de Los Ángeles, Arizona, Texas, St. Louis Missouri y Kansas, entre otros, donde los hermanos Flores Magón, Juan Sarabia y Librado Rivera tejieron redes de apoyo y actividad política. Éstos fueron los paisajes policiales por los que el fantasma de la revuelta rondaba escapando de su predador que buscaba su deportación imputando el delito de violación a las leyes de neutralidad.
La vigilancia y la represión fueron sistemas instalados como negocio político y comercial. Las combinaciones de excesos extrajudiciales y contrainsurgentes delinearon un lenguaje novedoso en un país donde la guerra había dejado claras experiencias de combate militar, pero nunca de métodos de intercepción de correspondencia y espionaje. En la Ciudad de México pasó otra cosa: las madrigueras incontrolables para los guardias y gendarmes se convirtieron en titulares de plana humorística, sobre todo en El Hijo del Ahuizote, El Colmillo y en otros diarios de la prensa radical tipificados de segunda clase, que pasaban por la revisión y la interceptación vía correo postal. La prensa satírica volaba de las imprentas hacia las manos de los lectores y en los anuncios se aligeraba, tan sólo un poco, el ambiente antirreeleccionista.
Las denuncias de los abusos y de las condiciones en explotaciones mineras, haciendas rurales y textiles fueron moneda de cambio para los clubes y las juntas de trabajadores que paulatinamente se iban adhiriendo al Manifiesto y al Programa de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano donde Ricardo Flores Magón figuraba como presidente, Juan Sarabia como vicepresidente, Antonio I. Villarreal como secretario, Enrique Flores Magón como tesorero, Librado Rivera, Manuel Sarabia y Rosalío Bustamante como vocales. La suerte con la que corrió el manifiesto de la jo del plm llamó a sus camaradas a sumarse a las estrategias de demanda y sabotaje a los gobiernos opresores. Los hermanos Flores Magón instaban a los miembros del Ejército y algunas facciones militares a dimitir en sus funciones y desertar de la falsa causa que consistía en defender las armas del gobierno dictador.
El 1° de julio de 1906, el Programa y Manifiesto del plm fue publicado en las páginas de Regeneración, que tuvo un tiraje de 150 mil piezas y un pliego de medio millón de ejemplares que circularon por el sur de los Estados Unidos, en la república mexicana, América del Sur y Europa:
Somos miembros dispersos de un Partido, el Partido Liberal, y no nos falta sino unirnos para hacernos respetar. Organicémonos para que los hombres y principios liberales se agrupen bajo la misma bandera y todos y cada uno contribuyan con sus energías y sus elementos pecuniarios e intelectuales al fortalecimiento y progreso del partido libertador (López y Cortés, 1985, p. 172).
En una formulación de cinco cláusulas el Programa decretaba: 1) la formación de la Junta Organizadora y de hacerle frente al dictador mediante Regeneración, 2) los ciudadanos mexicanos que converjan en el manifiesto se organizarán en agrupaciones clandestinas, 3) solicitar ayudas y contribuciones para los miembros para contribuir a la Junta del Partido, 4) apoyar a correligionarios mediante ayuda y redes, y 5) guardar secreto sobre las operaciones de los miembros del plm.
Bajo el argumento de violar las leyes de neutralidad, la Junta Organizadora sufrió diversos asedios por parte del gobierno mexicano y del norteamericano de modo coordinado: acoso, cierre de oficinas de los periódicos e incautación de sus pertenencias; también se enfrentaron al encarcelamiento, el maltrato físico y médico y la extradición, arrestos que los condujeron a varios tribunales y prisiones de alta seguridad por varios condados de los Estados Unidos, de los cuales fue casi imposible librarse de los cargos por la compleja red de intereses que incidieron en anular toda posibilidad de defensa y liberación de los revoltosos magonistas.