El 14 de junio de 1940 París cayó en manos de los alemanes. Philippe
Pétain quedó a la cabeza del Consejo de Ministros y el 22 de junio
celebró un armisticio en el que invitaba a las
autoridades y a los administrativos franceses a colaborar con los
militares alemanes y cumplir sus normativas de internamiento en
campos y deportación (cuyo fin último era el exterminio). Entre 1940
y 1944 Vichy se convirtió en la capital de la Francia
colaboracionista.
A raíz de estos cambios, el consulado se mudó a Marsella, único
puerto de salida de Francia. Allí se reunieron miles de personas
que querían abandonar Europa. Si un refugiado tenía una visa
para ir al extranjero, los franceses le permitían salir de los
campos de concentración para dirigirse a ese país.
En 1941 el artista
Vlady
también se encontraba en Marsella. Tenía poco más de 20 años
cuando se embarcó en el buque Capitaine Paul Lemerle en el
que viajó hacia La Martinica acompañado de su padre Victor
Serge y personalidades como André Breton, Claude
Lévi-Strauss y Anna Seghers.
Memórica. México, haz memoria cuenta con cuadernos de
bocetos en los que el joven pintor plasmó parte del viaje y
sus vivencias de la guerra.
En agosto de 1940, Francia y México firmaron un acuerdo que permitía
proteger a los españoles para que no fueran repatriados, por lo que
las solicitudes para venir a nuestro país aumentaron.
Además de los españoles, integrantes de las Brigadas
Internacionales y antifascistas de diversas nacionalidades
intentaron refugiarse en México. Aunque el diplomático presionó a
la Cancillería para que extendiera más visas, pero no obtuvo respuesta,
por lo que el consulado tuvo que aumentar sus acciones. Alquiló
dos castillos: de la Reynarde y de Montgrand, en los que dio asilo a las
personas en tanto podía tramitar y organizar su salida de Francia.
En esos albergues los refugiados estaban seguros, pues se
encontraban en territorio mexicano, lo que los protegía de ser
deportados.
Además de los españoles, integrantes de las Brigadas
Internacionales y antifascistas de diversas nacionalidades
intentaron refugiarse en México. Aunque el diplomático presionó a
la Cancillería para que extendiera más visas, pero no obtuvo respuesta,
por lo que el consulado tuvo que aumentar sus acciones.
Alquiló
dos castillos: de la Reynarde y de Montgrand, en los que dio asilo a las
personas en tanto podía tramitar y organizar su salida de Francia.
En esos albergues los refugiados estaban seguros, pues se
encontraban en territorio mexicano, lo que los protegía de ser
deportados.
El Castillo de la Reynarde era un lugar enorme rodeado por un
bosque. Los refugiados y el personal del consulado tuvieron que
reconstruirlo, pues había sido destruido por los fascistas
franceses, además fue necesario realizar adaptaciones para
aprovechar los recursos materiales y humanos, y lograr que éstos
vivieran dignamente.
El Castillo de la Reynarde contaba con cultivos, rebaños,
biblioteca, teatro, talleres de artes y oficios y enfermería. En
el lugar convivían alrededor de 880 personas de diferentes
ocupaciones: universitarios, magistrados, literatos, campesinos y
obreros, que tenían todo lo necesario, incluso para el espíritu.
El Castillo de Montgrand albergaba a 500 personas, entre mujeres y niños, que
además de buena alimentación tenían acceso a educación y atención
médica y contaban con la oportunidad de jugar libremente.
Además de procurar el bienestar físico y mental de los refugiados
durante la espera, el consulado continuaba tramitando visas;
incluso se instaló un taller de fotografía para tomar las
imágenes que éstos necesitaban como requisito en su documentación.
Ante el avance del fascismo la prioridad del consulado mexicano fue
proteger a las personas, independientemente de que viajaran o no a
México. El diplomático comenzó a expedir la llamada
, una constancia o certificado que afirmaba que la persona era
protegida por el gobierno mexicano y que vendría al país, donde ya tenía una
fuente de trabajo; esto no siempre era verdad, pero cientos de
personas lograron salir de los campos de concentración con la
documentación, aunque nunca vinieron. Algunos se escondieron, otros
viajaron a los Estados Unidos y a otros países, o se incorporaron a
la resistencia francesa. Él defendió a todos los que se encontraban
en dichos campos para que no fueran deportados a Alemania, sin
importar los prejuicios políticos.
La cifra de 40 mil visas extendidas por Gilberto Bosques no ha podido
sustentarse en los documentos de archivo, debido a que la
“Visa Bosques” se extendió de manera extraoficial y a que,
luego de romper relaciones con Francia, los archivos del
consulado se destruyeron para que no cayeran en manos de los
nazis.
Las cartas que los refugiados le dirigieron al diplomático dan
cuenta del valor de sus acciones, pues en ellas le profesan su
gratitud y devoción, le desean éxito y salud para él y su familia,
al tiempo que reconocen su sensibilidad y valor, así como la
generosidad de México.
Días después el presidente Manuel Ávila Camacho declaró el
estado de guerra con Alemania, luego de que submarinos de esa
nación hundieron los barcos mexicanos Potrero del Llano y
Faja de Oro.
Para noviembre de 1942 México rompió relaciones diplomáticas con el
gobierno de Vichy. Bosques, quien ya era el Encargado de Negocios de
México en Francia, presentó la nota de ruptura. Poco después el
consulado fue tomado por la Gestapo, que confiscó ilegalmente el
dinero de la oficina. En lugar de organizar la salida de los
diplomáticos mexicanos, Francia los entregó a las autoridades
alemanas. En total, 43 personas fueron trasladadas hasta la
localidad de Amélie-les-Bains. Después, violando las normas
diplomáticas, fueron llevados a Bad Godesberg, en Alemania, donde
permanecieron detenidos en un hotel.
Bosques asumió una actitud digna y valiente ante los alemanes,
siempre con voz firme.
Los diplomáticos estuvieron presos poco más de un año. Aunque no
sufrieron daños físicos, vivieron en la incertidumbre, aislados y
vigilados, pero siempre se mantuvieron unidos.
En 1944 fueron liberados gracias a un canje por prisioneros
alemanes. Bosques, su familia y los integrantes de la legación
viajaron a Lisboa en donde se embarcaron en el Gripsholm hacia Nueva
York y de ahí se trasladaron en tren hasta la capital mexicana.
Hombres, mujeres y niños, los miles de refugiados que México había
rescatado, los esperaron bajo la lluvia en la estación Buenavista,
el 29 de marzo de 1944. En cuanto el tren llegó se escucharon los
gritos de bienvenida: "¡Viva el profesor Bosques!", "¡Viva Gilberto
Bosques!", y apenas el diplomático apareció en la puerta la
muchedumbre lo levantó en hombros, entre lágrimas y ovaciones.