El Plan de Yndependencia de la América Septentrional o Plan del Señor Coronel D. Agustín Iturbide o Plan de Iguala, es un documento que, a pesar de ser fundamental para entender la consumación de la independencia de México, no forma parte de los escritos que una historia oficial ha determinado como relevantes. La razón, quizás, está relacionada directamente con el hecho de que esta historia oficial ha considerado a Agustín de Iturbide como un traidor de los principios liberales, base ideológica del nacionalismo mexicano.
Agustín de Iturbide fue emperador de México entre 1822-1823 y la tradición liberal ha definido que la historia de nuestro país ha sido republicana a partir de la Independencia, y los intentos contrarios al republicanismo se oponen a las luchas del pueblo. Esta exposición no juzga las percepciones que consideran a Iturbide como un traidor o un héroe o como el fundador de la nación mexicana; se exponen aquí diversos objetos que, en forma muy general, buscan contextualizar tanto el documento como la participación de los protagonistas del “Plan de Iguala”. Por lo tanto, esperamos que al visitar esta exposición continúen las interrogantes sobre la diversidad de las interpretaciones en la historia.
A finales de 1820, los insurgentes continuaban la lucha por la independencia pero llevaban cinco años sin la fuerza necesaria para doblar al ejército novohispano. Las tropas realistas, por su parte, tampoco mostraban tener la capacidad para derrotar a los rebeldes.
El 24 de febrero de 1821, el coronel realista Agustín de Iturbide suscribió un programa político denominado Plan de Yndependencia de la América Septentrional. Resulta por demás interesante cómo un oficial del ejército colonial encabezó una proclama en favor de la independencia de la Nueva España. Ante este documento, los insurgentes, sobre todo los de la región del sur, liderados por Vicente Guerrero, respondieron al llamado que habría de cambiar el futuro del país.
Los historiadores, dedicados a investigar el pasado, recurren a variados testimonios que de alguna manera les permiten conocer un tiempo que ya no existe más. Esas huellas, esas "fuentes históricas", les sirven —pero no solamente— para explicar los grandes procesos políticos. Aquí mostraremos algunos documentos que han permitido guardar memoria de los hechos de la guerra de Independencia.
Memórica. México, haz memoria en su corta existencia ha reunido una significativa parte del patrimonio nacional, mismo que ha permitido a los profesionales de la historia reconstruir y explicar algunos sucesos; tal es el caso de un expediente del Archivo General de la Nación, el cual compila correspondencia de Agustín de Iturbide entre 1810 y 1822, años en los que se debatían los insurgentes y el ejército realista, al que éste pertenecía. A lo largo de 155 cartas y 36 recados podemos acercarnos a los pensamientos de su autor sobre los acontecimientos bélicos y políticos de principios del siglo xix. Por otra parte, este compendio también nos muestra, por ejemplo, las maneras en que hace poco más de dos centurias la gente se comunicaba, así como la firma autógrafa del propio Iturbide.
¿Quién era ese coronel que luchó contra los insurgentes y que acabó proclamando la independencia de la América Septentrional?
Agustín de Iturbide, hijo de padre español y madre criolla, nació en Valladolid de Michoacán (hoy Morelia) en 1783. En su juventud administró la hacienda de su padre e ingresó en el Regimiento de Infantería de su provincia. De acuerdo con Lucas Alamán (1792-1853), tuvo su primer encuentro de armas contra los insurgentes comandados por Miguel Hidalgo en la batalla del Monte de las Cruces. Ya para entonces era teniente y, con los años, obtuvo el grado de coronel y fue comandante general del Ejército del Norte. En 1816 enfrentó una acusación por desvío de fondos. A pesar de no ser condenado, Iturbide prefirió retirarse de la vida militar. No obstante, regresaría a combatir tiempo después.
La tarea de los historiadores no termina con aproximarse a los testimonios que existen de su objeto de estudio; después de analizarlos y responder sus inquietudes, es necesario que las conclusiones o resultados se pongan por escrito para que muchas más personas puedan conocer su versión del pasado. Cabe mencionar que previamente a que la disciplina de la historia se profesionalizara, bastaba la curiosidad erudita o contar con experiencias valiosas para animarse a escribir.
En Memórica, de entre los múltiples ejemplos de libros que dan cuenta del pasado, encontramos la Historia de Méjico de Lucas Alamán, que es el resultado de la rica cultura del autor y de vivir en carne propia sucesos de suma importancia. Por ello, su gran obra aporta información valiosa sobre los más de 10 años de lucha por la independencia y de sus principales personajes. Por ejemplo, en el tomo V podemos leer una descripción de Agustín de Iturbide en la que se le retrata como “Severo en demasía con los insurgentes, deslució sus triunfos con mil actos de crueldad y con la ansia de enriquecerse por todo género de medios, lo que le atrajo una acusación que contra él hicieron varias casas de las principales de Querétaro y Guanajuato, por cuyo motivo fue suspendido del mando y llamado a Mejico a contestar a los cargos que se le hacían”.
Un levantamiento armado en España a principios de 1820 obligó al rey Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz. Esta circunstancia reavivó la actividad política y militar en la Nueva España.
Agustín de Iturbide, escribe Lucas Alamán, se encontraba “en la flor de la edad, de aventajada presencia, modales cultos y agradables, hablar grato e insinuante, bien recibido en la sociedad […] hallándose en muy triste estado de fortuna, cuando el restablecimiento de la constitución y las consecuencias que produjo, vinieron a abrir un nuevo campo a su ambición de gloria, honores y riqueza” (p. 56).
Alamán se refiere a la Constitución Política de la Monarquía Española sancionada en Cádiz en 1812, en plena invasión francesa. El restablecimiento de esta Carta Magna, conocida como Constitución de Cádiz, significaba que las Cortes debían contar con diputados que representaran a todos los territorios de la Corona. De nuevo se revivía la práctica del voto, aunque sólo de una parte de la población, en la elección de sus representantes. Nueva España estuvo representada por diputados electos.
Para enterarnos de las acciones humanas que nos anteceden recurrimos a lo que queda de ellas: monumentos, fotografías, cartas, reliquias familiares, anécdotas, libros o documentos legales; estos últimos conservados la mayoría de las veces por su valor legal, administrativo, jurídico o testimonial. En el caso del ejemplar de la Constitución de Cádiz, ésta se conserva por su relevancia. En 1812, su importancia radicó en que fue la ley máxima para regir la vida pública del Imperio español.
Gracias a su conservación podemos leer el resultado de las discusiones que los representantes de las Cortes sostuvieron durante ocho meses y que ahora dan cuenta del ánimo generalizado de los súbditos luego de la crisis monárquica en España. Así pues, en el artículo 3° se estipuló que “La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”. Por otra parte, en el 7° se lee que “Todo español está obligado a ser fiel a la Constitución, obedecer las leyes, y respetar las autoridades establecidas”.
Las autoridades españolas y novohispanas consideraron que el restablecimiento de la Constitución, con sus principios liberales, podría servir como argumento para que los insurgentes depusieran las armas.
A finales de abril de 1820 las noticias de la Península sobre el restablecimiento de la Constitución de Cádiz llegaron a la Nueva España. Al siguiente mes, el virrey y los altos funcionarios del virreinato juraron la ley suprema.
El virrey Juan Ruiz de Apodaca tenía la encomienda real de, además de hacer jurar la Constitución entre los súbditos del monarca, pacificar la Nueva España. Esto implicó que se podía ofrecer a los rebeldes una Constitución a cambio de la deposición de las armas. Se esperaba que aquel instrumento jurídico fuera suficiente para convencer a los insurgentes de que, de alguna manera, se habían logrado sus objetivos.
Desde la ejecución de José María Morelos, la insurgencia se había fragmentado pero, hacia 1820, versiones señalaban que los independentistas preparaban algo importante a pesar de que, para ese mismo año, miles de revolucionarios habían aceptado el perdón de la autoridad novohispana. La idea de la independencia, no obstante, se extendía en diversos sectores de la sociedad.
Ya se han referido los valores que un documento histórico puede tener. Aquí agregaremos otro más que desde la disciplina de la archivística se le atribuye a un testimonio: el fiscal. En otras palabras, al consultarse documentación a la que se le otorga dicha valía, podremos aproximarnos a fuentes que, cuando estaban vigentes, regulaban o comprobaban una serie de relaciones económicas y sociales relacionadas con el cumplimiento de obligaciones tributarias.
Tal es el caso de esta Instrucción y reglamento…, que reguló en 1817 la aduana en el puerto de Tampico, documento avalado por el virrey Juan Ruiz de Apodaca, quien no sólo tenía la encomienda de hacer jurar la Constitución de Cádiz en la Nueva España sino que también debía atender otros asuntos referentes al virreinato a su cargo. Así pues, en la primera página de este libro se leen las designaciones y títulos que ostentaba el conde de Venadito, lo que nos recuerda que a pesar de una década de lucha, el gobierno de la Nueva España intentó contener el movimiento insurgente y, para ello, era indispensable continuar con las actividades económicas.
El virrey no descartó la opción de la derrota militar por medio de las armas. Sin embargo, los oficiales responsables de hacer frente a los contingentes rebeldes no arrojaban resultados favorables para la autoridad novohispana.
Para 1820 muchas zonas del virreinato habían sido controladas por la autoridad novohispana. Sólo la región entre Acapulco y la capital (y algunas zonas de Veracruz) seguía con focos de resistencia.
Las guerrillas rebeldes las encabezaban Pedro Ascencio y Vicente Guerrero. Este último se había incorporado a las filas del movimiento independentista desde sus inicios y mantenía una férrea resistencia ante el embate de las armas realistas.
El virrey encargó al coronel José Gabriel de Armijo combatir a los rebeldes pero no había obtenido los resultados esperados.
Los profesionales de la historia empiezan la reconstrucción del pasado acotando la realidad que pretenden estudiar y que varía de un investigador a otro. Hay quienes se concentran en un periodo, una nación, incluso en un pequeño poblado. Dado que el ser humano deja constancia de su paso en formas y sitios diferentes, es posible hacer estudios tan especializados sobre delimitaciones geográficas.
Con este documento —que el Archivo General de la Nación ha tenido a bien compartir en Memórica— atisbamos el pasado de una región al sur de la Nueva España durante la insurgencia. Los asentamientos referidos son Valladolid, Tecpan y la hacienda de Chichihualco; los dos últimos se ubicaban en el actual estado de Guerrero, mientras que la mención de la intendencia de Valladolid se debe a que, todavía en el siglo xix, esta zona formó parte de su jurisdicción. Profundizando un poco más, nos daremos cuenta de que en el escrito se mencionan los apellidos de un par de familias insurrectas: los Galeana y los Bravo. De modo que este pequeño testimonio confirma que la lucha independentista tenía presencia en buena parte del territorio colonial, y también nos revela que realistas, como Gabriel de Armijo, intentaban contenerla.
En el mes de noviembre de 1820 el virrey nombró al coronel Agustín de Iturbide comandante del Distrito Militar del Sur, que comprendía la zona de Taxco a Acapulco, con la encomienda de convencer a los rebeldes, por las buenas o por las malas, de someterse a la autoridad española.
El virrey removió a Gabriel de Armijo de su encargo de pacificación de los rebeldes en el sur y designó en su lugar al coronel Agustín de Iturbide.
La encomienda consistía en convencer a los insurgentes de esa región de abandonar las armas y apoyar la Constitución que garantizaba un nuevo pacto social y una mayor participación política por parte de los ciudadanos. Si esta estrategia no funcionaba, el recurso de las armas siempre era posible.
Hoy en día, gracias al desarrollo de la archivonomía, la bibliotecología y otras disciplinas, ha sido posible tejer una red amplísima de catálogos, inventarios y bases de datos que, a su vez, han permitido la digitalización tanto de fuentes documentales, bibliográficas y hemerográficas como de múltiples expresiones artísticas. Memórica es prueba de ello, pues al conjuntar en un espacio digital varias colecciones documentales es posible identificar testimonios y confrontarlos entre sí.
El Manifiesto, que Manuel Gómez Pedraza, ciudadano de la República de Méjico, dedica a sus compatriotas es un escrito creado por un hombre que formó parte del ejército realista. Desde el exilio, el autor narra su versión de los hechos y abiertamente, 10 años después de consumada la independencia, se dirige a los mexicanos con la intención de reivindicarse. En este documento encontramos referencias sobre su trato con Iturbide, personaje clave para lograr la emancipación de España, incluso hace alusión a que éste le pidió una opinión sobre la situación del país. El texto es interesante ya que tenemos acceso a otra visión de esa distante realidad.
El coronel Agustín de Iturbide se dirigió a la zona en conflicto. Mientras enviaba informes al virrey de un posible acercamiento con los rebeldes para pactar la paz, se sucedían enfrentamientos entre tropas realistas e insurgentes sin combates definitivos.
El virrey Juan Ruiz de Apodaca confiaba en la “actividad, celo y amor” de Iturbide por el monarca para llevar a buen término la encomienda de pacificar la región sur del virreinato.
Para diciembre de 1820 Iturbide estaba en Teloloapan. Entre las tropas que dejó Armijo y las que llegaron posteriormente, se calcula un total de 2,300 efectivos.
Mientras Iturbide comunicaba al virrey que daba pasos firmes para convencer a los insurgentes de aceptar la paz, en el campo de batalla las tropas realistas no podían contra las armas rebeldes. Al parecer, Iturbide, para fines de 1820 y principios de 1821, tenía un plan distinto al encomendado por Ruiz de Apodaca.
Santiago Hernández nació en 1833. Se cuenta que participó en la defensa del Castillo de Chapultepec en 1847, a una edad muy temprana, durante la invasión estadunidense. Fue colaborador de publicaciones muy populares como La Orquesta y El Hijo del Ahuizote.
La comunicación entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, el líder más destacado de las fuerzas insurgentes, inició en el mes de enero de 1821. Iturbide le propone al jefe rebelde que deponga las armas y se sujete a las órdenes del gobierno. A cambio, continuaría al mando de sus fuerzas.
Al mismo tiempo que Iturbide desplegaba sus fuerzas en el sur del territorio, percibía la necesidad, desde distintos sectores de la población, de conseguir la independencia.
El historiador William Spence Robertson documenta que desde noviembre de 1820 el coronel Agustín de Iturbide fraguaba un plan de “pacificación” sin derramamiento de sangre. Para el mes de diciembre, Iturbide tenía noticias sobre el interés de muchas personas por la independencia total de España.
La palabra escrita ha permitido durante mucho tiempo preservar la memoria del hombre, sin embargo, no es el único recurso para conocer el pasado y si no existen este tipo de fuentes sobre determinados sucesos, los historiadores recurren a otros medios que les permitan ponerse en contacto con aquello que les ocupa. Por otra parte, la variedad de los testimonios, en algunos casos, brinda la posibilidad de construir un discurso de este tipo.
Como ya se ha referido, la obra Historia de Méjico es una importante aportación historiográfica y entre su legado nos permitimos resaltar un retrato de Agustín de Iturbide. Dicho apoyo visual permitió a lectores decimonónicos imaginar con más claridad lo sucedido durante la revuelta insurgente. Al paso de los años, ese tipo de imágenes son de utilidad para identificar actores históricos importantes —también detalles más cotidianos, como la vestimenta— o para entender cómo evolucionan las representaciones de un personaje en diferentes épocas.
Desde finales de 1820 Iturbide entró en contacto con personas relacionadas con distintos ámbitos del poder político, militar y eclesiástico, a quienes dio a conocer su proyecto. Hubo quien lo respaldó pero también recibió el rechazo de otros.
Tanto Lucas Alamán como Manuel Gómez Pedraza coinciden en que para 1820 existía un sentimiento independentista por todo el país. “El pueblo mejicano —escribió Gómez Pedraza— ansioso de romper sus cadenas estaba dispuesto a cooperar de todos modos al movimiento que favorecían las circunstancias [...] todos en el fondo de su alma eran independientes…” Por su parte, Alamán señaló que para esa época una revolución era inevitable “pero que era menester darle conveniente dirección, para que pudiese tener buen éxito”.
En el mes de enero de 1821 Iturbide circulaba entre sus conocidos algunos borradores de lo que ya consideraba un plan político de trascendencia.
Desde Teloloapan Iturbide le escribió a Juan José Espinosa de los Monteros, quien tuvo un papel destacado en el movimiento independentista los meses siguientes, enviándole un plan y una proclama relacionada con acontecimientos que habrían de darse el mes siguiente.
Para efectos de la escritura de la historia, quienes se dedican a ella rastrean en diferentes instituciones algo de lo que se ha perdido. Es natural que al paso de los años muchos testimonios desaparezcan —incluso por acción humana. Es por esto que los especialistas ante la inminente posibilidad de perder algún indicio agudicen la búsqueda de su objeto de estudio y la extiendan a diferentes archivos.
Para seguir los pasos de don Juan José Espinosa de los Monteros contamos con un documento importantísimo: el Acta de Independencia de 1821. Su nombre y firma dan constancia de su presencia en el momento en que la historia del país comienza su etapa independiente. En el repositorio Memórica puede consultarse otra huella manuscrita de Espinosa de los Monteros. En un expediente del Archivo Histórico y Memoria Legislativa de la Cámara de Senadores tenemos noticia de su actividad como ministro del Exterior, años después de consumarse la independencia. Los dos testimonios nos permiten seguir la trayectoria de este hombre pero también contar, al menos, dos historias diferentes.
Parecería imposible que, dado el interés de Iturbide de compartir con varias personas sus ideas independentistas, las autoridades del virreinato no tuvieran noticia de ello. Incluso Iturbide llegó a pensar que fuera el virrey quien encabezara el proceso de independencia.
Iturbide buscó el apoyo de distintos sectores de la sociedad política. Amigos, militares y clérigos tuvieron conocimientos de sus planes. A todos pedía sugerencias y recomendaciones para mejorar el documento. Incluso preparó una carta para informar al virrey de su programa pero, al parecer, decidió no enviarlo sino hasta el 24 de febrero, día en que se haría la difusión del Plan de Independencia de la América Española.
Otra aportación de la disciplina de la historia es la recuperación de testimonios gracias a sus narraciones; es decir, que por medio de la historiografía muchas veces tenemos noticia —en otros casos más afortunados transcripciones completas— de originales que no perduraron hasta nuestros días. Durante el siglo xix, abundantes periodistas, escritores y otros hombres de letras, escribieron grandes obras en las que, con estilos y posturas personales, legaron a un país joven memoria de los hechos que habían cambiado radicalmente la vida de quienes habitaban este territorio.
Emilio del Castillo Negrete, en el tomo XI de su obra México en el siglo xix: o sea su historia desde 1800 hasta la época presente, ha recuperado una misiva del 25 de enero de 1821 en la que Agustín de Iturbide le escribió a Pedro Celestino Negrete: “Se acerca, mi caro amigo, el día grande. [...] no desconfío ni un momento de mi éxito, porque el plan es justo, porque está meditado, y principalmente, porque están en él individuos de toda importancia, y amigos de talento, de carácter, de representación y firmeza, de quienes ha sido aprobado sin enmienda”.
Gracias a que Del Castillo Negrete recuperó muchos testimonios podemos saber que poco antes de que Iturbide difundiera su plan, tuvo el cuidado de incluir en él distintas ideas sobre la independencia, lo que provocaría, meses después, la unión de las facciones en la Nueva España.
En el mes de enero Agustín de Iturbide entró en comunicación con Vicente Guerrero para pactar juntos la independencia de la “América Septentrional”. En su estrategia política, era la última pieza que requería para encabezar el plan independentista y separarse definitivamente de la monarquía española.
En el mes de enero de 1821, Iturbide dio el paso más importante en su estrategia: convencer a Vicente Guerrero de aliarse a su plan independentista.
Al principio hubo recelo del líder rebelde pero, una vez iniciada la comunicación entre ellos ya no se detuvo. Guerrero apoyó finalmente el plan de independencia presentado por Iturbide en Iguala, población ubicada actualmente en el estado que lleva el nombre del caudillo insurgente.
Fragmento del mural “Del Siglo de las Luces al porfirismo en Tlaxcala y México” de Desiderio Hernández. Forma parte de una monumental obra ubicada en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala, donde se aprecian escenas de la historia de aquel estado, desde la época prehispánica al porfiriato. Dicha obra inició en 1957. El fragmento que aquí destacamos se encuentra en la escalera del Palacio de Gobierno y fue pintado en 1990. En éste se aprecian a Vicente Guerrero y a Agustín de Iturbide flanqueando el Plan de Iguala.
Es necesario reiterar que los profesionales de la historia recaban información en diferentes medios y catalogan sus fuentes en primarias o secundarias, y algunas de ellas, al paso de los años, se convierten en testimonios de primera mano para conocer lo sucedido, tal es el caso de la obra, en 20 tomos, del español Niceto de Zamacois titulada Historia de Méjico.
Cabe destacar que el autor que nos ocupa nació en el año de 1820, poco antes de que se consumara la independencia novohispana, y que sus destacados volúmenes los escribió en su tierra natal. A pesar de estar geográficamente lejos del país que le interesaba, conocía el testimonio directo por las relaciones personales que cultivó en México. De acuerdo con los expertos, la obra de Zamacois también es relevante para conocer el pasado ya que abundantes documentos incorporados la nutren. Así pues en los capítulos IX y X (pp. 551-647) del décimo tomo el autor describe los acontecimientos que llevaron a Iturbide a proclamar la independencia de México así como la forma en que se acercó a Vicente Guerrero para que éste brindará su apoyo al plan del coronel realista.
El 24 de febrero, ya con los apoyos de realistas e insurgentes, Agustín de Iturbide difundió el Plan de Yndependencia de la América Septentrional, documento que habría de ser crucial para lograr, después de 10 años de lucha armada, la emancipación política de la Nueva España. Pero aún faltaría la campaña militar que llevaría a las fuerzas de Guerrero e Iturbide a ingresar en la capital del virreinato.
La preservación documental indudablemente ha permitido que tanto los historiadores como otros interesados puedan consultar abundantes colecciones; para garantizar su cuidado, la vigilancia de los responsables de archivo se vuelve fundamental para que las generaciones futuras puedan tener acceso a la memoria histórica de su país. Las ediciones facsimilares y las digitalizaciones han facilitado las investigaciones pero también pretenden la socialización de aquellos vestigios del pasado. En Memórica, gracias a instituciones como la Dirección General de Patrimonio Cultural de la shcp y el Centro de Estudios de Historia de México Carso, presentamos el Plan de Iguala en dos formatos diferentes.
Hace dos siglos, Agustín de Iturbide, luego de 10 años de lucha, promulgó un plan con el que apostó por la unión de los bandos realistas e insurgentes para lograr la independencia de la Corona española. El manuscrito es valioso por el papel membretado, la cuidadosa y solemne letra con que fue elaborado, así como por la firma de Iturbide. Cabe mencionar que después de ésta puede leerse “Sáquese copia certificada y remítase al E. S. Virrey”. Dicha orden dio pie a que el documento se replicara como copia certificada y también que se reprodujera en periódicos, como en el suplemento de La Abeja Poblana, que aquí mostramos. Así pues, tenemos el mismo plan conservado en dos versiones; indudablemente la manuscrita se creó para efectos legales del movimiento mientras que el impreso fue elaborado para que mucha más gente pudiera leerlo o escuchar su lectura e incentivar la unión de los habitantes de la Nueva España y lograr, siete meses después, el 27 de septiembre de 1821, la independencia de la América Septentrional.
Cerramos esta exposición con una versión de la Imprenta de las Tres Garantías de la carta que Vicente Guerrero dirigió a Agustín de Iturbide; 13 días después de proclamarse el Plan de Iguala, el primero escribe sobre la reacción adversa del virrey al documento y también se refieren algunos de los siguientes movimientos que el autor de la misiva haría dando prueba de su adhesión al plan promulgado por Iturbide y que daría pie a la independencia definitiva del Imperio español en septiembre de 1821.
Como ya se ha dicho, el conocimiento del pasado se basa en el estudio de sus vestigios y es tarea de los historiadores generar esa memoria escrita y también procurar y fomentar la preservación del patrimonio cultural y darlo a conocer. Esta exposición tiene el propósito de conmemorar la promulgación de un documento que permitiría concretar el proyecto autonomista que cobró la vida de hombres y mujeres tanto del bando insurgente como del realista. Las piezas aquí mostradas y las narraciones historiográficas han permitido que dos siglos después podamos recordar un suceso importante, el inicio de una nación independiente a la que llevaría más de 40 años lograr instaurar un gobierno republicano.
Con este último impreso no pretendemos transmitirle al lector que los hechos del pasado tienen un inicio y un final bien definido, todo lo contrario, se pueden seguir tantos rastros que permitirán contar la historia de diferentes formas ya que el conocimiento del pasado es algo inacabado. Esta carta, que bien podría ser el final del relato de los conflictos entre insurgentes y realistas también podría ser el vestigio inaugural para contar cómo inició la nación mexicana, todo dependerá de lo que se quiera contar.