Hechos

Llegada de los
conquistadores
a Cozumel
y alrededores

1519 febrero-junio

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“En este medio tiempo supo el capitán que unos españoles estaban siete años había cautivos en el Yucatán, en poder de ciertos caciques, los cuales se habían perdido en una carabela que dio al través en los bajos de Jamaica, la cual venía de Tierra Firma, y que ellos se escaparon en una barca de aquella carabela saliendo a aquella tierra, y desde entonces los tenían allí cautivos y presos los indios; y también traía aviso de ello el dicho capitán Fernando Cortés, cuando partió de la dicha isla Fernandina para saber de estos Españoles y como aquí supo nuevas de ellos y la tierra donde estaba […]”

Hernán Cortés, Cartas de Relación, Nota preliminar de Manuel Alcalá, México, Editorial Porrúa, 2013, p. 14.

“[…] saltamos en tierra en el pueblo de Cozumel, con todos los soldados; y no hallamos indios ningunos, que se habían ido huyendo; y mandó que luego fuésemos a otro pueblo que estaba de allí una legua, y también se amontaron y huyeron los naturales, y no pudieron llevar su hacienda y dejaron gallinas y otras cosas. Y de las gallinas mandó Pedro de Alvarado que tomasen hasta cuarenta de ellas. Y también en una casa de adoratorios de ídolos tenían unos paramentos de mantas viejas y unas arquillas donde estaban unas como diademas, e ídolos, y cuentas e pinjantillos de oro bajo; y también se les tomó dos indios y una india. Y volvímonos al pueblo donde desembárcamos.”

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Editorial Porrúa, 2017, p. 41.

“Navegando por la mar aportó el armada a la isla que se llama Cozumel que es en tierra firme y la costa en la mano. Pareció en la costa un hombre que venía corriendo y capeando con una manta y un bergantinejo, le tomó, y súpose como era cristiano que se llamaba Hernando de Aguilar, el cual y otro su compañero habían escapado en poder de indios de una armada que allí había dado al través.”

Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva España, México, Instituto de Investigaciones Históricas -Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 66.

“Hay en esta ciudad un mercado en que casi cotidianamente todos los días hay en él de treinta mil ánimas arriba, vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la ciudad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas, así de mantenimiento como de vestido y calzado, que ellos tratan y puede haber. Hay joyerías de oro y playa y piedras y de otras joyas de plumaje, haber.”

Hernán Cortés, Cartas de Relación, Nota preliminar de Manuel Alcalá, México, Editorial Porrúa, 2013, p. 50.

“Y lo que les enviamos a decir era que íbamos a su pueblo, que lo tuviesen por bien; que no les íbamos a hacer enojo, sino tenerles por amigos; y esto fue porque en aquel poblezuelo nos certificaron que toda Tlaxcala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, según pareció, ya tenían noticia de cómo íbamos […]”

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Editorial Porrúa, 2017, p. 105.

“Caminando más adelante llegaron a vista de una provincia grande que se llama Tlaxcala, en la cual parecieron y se vieron muchas poblaciones y torres a su modo de ellos, siete u ocho leguas de llanos se parecía, en los cuales se hallaron y vieron gente de guerra sin cuento con muy buenas armas a su modo, conviene saber, con ichcahupiles de algodón, macanas y espadas a su modo y mucha arquería.”

Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva España, México, Instituto de Investigaciones Históricas -Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 70.

“Esta ciudad es muy fértil de labranza porque tiene mucha tierra y se riega la más parte de ella, y aun es la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana, y certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientos treinta y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas.”

Hernán Cortés, Cartas de Relación, Nota preliminar de Manuel Alcalá, México, Editorial Porrúa, 2013, p. 56.

“Y una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua; como lo vio moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fue con ella [a] su casa si quería escapar la vida, porque ciertamente aquella noche y otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba así mandado y concertado con Montezuma, para que entre los de aquella ciudad y los mexicanos se juntasen y no quedase ninguno de nosotros a vida, y nos llevasen atados […]”

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Editorial Porrúa, 2017, p. 41.

Estancia de los
castellanos en
Tenochtitlan

1519 noviembre-1520 mayo

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“Y al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Mutezuma, quitéme un collar que llevaba de margaritas y diamantes de vidrio y se lo eché al cuello; y después de haber andado la calle adelante, vino un servidor suyo con dos collares de camarones envueltos en un paño, que eran hechos de huesos de caracoles colorados, que ellos tienen en mucho, y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfección, tan largos casi como un geme, y como se los trajeron se volvió a mí y me los echó al cuello.”

Hernán Cortés, Cartas de Relación, Nota preliminar de Manuel Alcalá, México Editorial Porrúa, 2013, p. 63.

“Desque se hubieron aposentado los españoles, y corcertado todo su repuesto, y repusado, comenzaron a preguntar a Motecuzoma por el tesoro real, para que dixese dónde estaba. Y él los llevó a una sala que se llama teucalco, donde tenían todos los plumajes ricos y otras joyas muchas de pluma, y de oro y de piedras. Y luego los sacaron delante dellos. Comenzaron los españoles a quitar el oro de los plumajes y de las rodelas y de los otros atavíos del areito que allí estaban, y por quitar el oro destruyeron todos los plumajes y joyas ricas. Y el oro fundiéronlo y hicieron barretas, Y las piedras que les parecieron bien, tomáronlas. Y las piedras baxas y plumajes, todo lo tomaron los indios de Tlaxcalla. Y escudriñaron los españoles toda la casa real. Y tomaron todo lo que les pareció bien.”

Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, vol. 3, 3ª ed., estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000, p. 1191. (Cien de México).

“Como teníamos acordado el día antes de prender a Montezuma, toda la noche estuvimos en oración rogando a Dios que fuese de tal manera que redundase para su santo servicio, y otro día de mañana fue acordado de la manera que había de ser. Llevó consigo Cortés cinco capitanes, que fueron Pedro de Alvarado, y Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León, y Francisco de Luego y Alonso de Ávila, y a mí, y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar; y todos nosotros mandó que estuviésemos muy a punto y los de a caballo ensillados y enfrentados.”

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Editorial Porrúa, 2017, p. 182.

“Visto el Marqués cuánto habíamos hecho los días que había que peleábamos, y cuán apretados estábamos y con cuánto peligro y con cuánta hambre y falta de comida, acordó de dejar la ciudad y salirse al campo; y mandó hacer unas puentes levadizas de madera, para pasar ciertas partes de ríos, que los indios habían derribado, y por salir más seguros, mandó que saliésemos una noche, a la media noche. Aunque los indios reposaban, no estaban tan sin cuidado, que luego fuesen con nosotros y, unos en canoas por el agua y otros por tierra, empezaron a dar en nosotros, que, como era de noche, era cosa de lástima y de grima lo que pasaba, que se veía o oía a los que morían.”

Bernardino Vázquez de Tapia, Relación de méritos y servicios del conquistador Bernandino Vázquez de Tapia, vecino y regidor de esta gran ciudad de Tenustitlan, Mexico, estudio y notas de Jorge Gurría Lacroix, México, Dirección General de Publicaciones -Universidad Nacional Autónoma de México, , 1972, p. 44.

“Y así, el capitán, bien armado con una rodela de acero, y Cervantes comendador, también bien armado y cubierto de una adarga, tomaron a Moteczuma detrás de sí, cubierto muy bien que n le pudiesen herir, y así fueron acompañados de ciertos hidalgos y soldados y subieron a la delantera del patio, adonde está ahora aposentado el visorrey. Sucedió que la gente, que era sin cuento, fuese toda forastera y no conociesen al dicho Moteczuma. Era tanta la grita que daban que hundían la ciudad y tanta piedra, varas, flechas que tiraban que parecía llover el cielo tanta piedra, flechas, varas y dardos. Sucedió que así como descubrió un poca la cara Moteczuma para hablar, lo cual sería a las ocho o nueve del día, que vino entre otras piedras que venían desmandadas una redonda como una pelota, la cual le dio a Moteczuma, estando entre los dos metido, entre las sienes y cayó.”

Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva España, México, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 88.

“Después de lo arriba dicho, cuatro días andados después de la matanza que se hizo con el cu hallaron los mexicanos muertos a Motecuzoma y al gobernador de Tlatilulco, echados fuera de las casas reales, cerca del muro donde estaba una piedra labrada como galápago, que llaman Teoáyoc. Y después que conocieron los que los hallaron que eran ellos, dieron mandado y alzáronlos de allí, y lleváronlos a un oratorio que llamaban Copulco, y hiciéronlos allí las ceremonias que solían hacer a los difuntos de gran valor. Y después los quemaron como acostumbraban hacer a todos los señores, y hicieron todas las solemnidades que solían hacer en este caso.”

Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, vol. 3, 3ª edición, estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000, p. 1199.

“Y desde aquella poblazón y cas donde dormimos se parecían las serrezuelas que están cabe Tlaxcala, y como las vimos no alegramos, como si fueran nuestras casas. Pues, ¿quizá sabíamos cierto que habían de ser leales, o qué voluntad tendrían, o qué había acontecido a los que estaban poblados en la Villa Rica, si eran muertos o vivos?”

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, 8ª ed., notas e introducción de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Porrúa, 2008, vol. I, cap. CXXVIII, p. 402-401. (Biblioteca Porrúa de Historia, 6).

“Ya pues, que hartos de pelear se querían aposentar, los de Yztapalapa dos horas antes habían rompido una calzada que estaba como presa […] Acordóse Cortés cómo había visto rota la calzada, dio luego en el engaño, hizo a toda priesa salir la gente, mandando que nadie se detuviese si no quería morir ahogado. Salieron a toda furia, que sería a las siete de la noche, pasando el agua en unas partes a vuelapié y en otras a los pechos y a la garganta. Perdieron el despojo, ahogáronse algunos tlaxcaltecas, acabaron de salir a las nueve de la noche, y a detenerse tres horas más, corrían mucho riesgo. Tuvieron ruin noche de frío, como salían tan mojados, y la cena fue ninguna, porque no la pudieron sacar.”

Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, prólogo de Juan Miralles Ostos, Porrúa, 1985, cap. LII, p. 586. (Biblioteca Porrúa de Historia, 84).

“Desde aquí [Tepeaca] el capitán enviaba otros capitanes con gente a apaciguar, y lo hicieron muchos pueblos, que sin darles guerra se daban de paz, y por los dichos capitanes y capitán eran bien tratados, los cuales con consentían que nada se les tomase por fuerza, slamente querían les diesen de comer, y esto ellos lo daban de voluntad; y de esta manera se apaciguaron muchas provincias y pueblos dando obediencia al rey, y otros que de lejos venían ni menos a darse paz.”

Fray Francisco de Aguilar, Relación breve de la conquista de la Nueva España, edición, estudio preliminar, notas y apéndices por Jorge Gurría Lacroix, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1980, p. 94. (Serie de historiadores y cronistas de Indias, 7).

“En los caminos yacían huesos rotos, cabellos revueltos, los (techos de las) casas están descubiertos, las viviendas están colorados (de sangre), abundaban los gusanos en las calles. Los muros están manchados de sesos, el agua era como rojiza, como agua teñida. Así la bebimos. Hasta que bebíamos agua salobre.
Y el agua que bebíamos estaba llenada de salitre (tequisquite). Bolas de barro labradas estaban (colocadas) encima del pozo, las guardamos entre escudos, como tesoro preciado. Lo que estaba todavía vivo en alguna forma (se guardó) entre escudos, como si lo quisieran asar.
Masticamos madera de tzompantli, zacate de tequisquite, bolas de barro, lagartijas, ratones, cosas cubiertas de polvo, gusanos. Comimos juntos lo que se puso sobre el fuego y al quedar bastante cocida la carne, nos la comimos (luego) junto al fuego. Y tuvimos un sólo precio; éste fue el precio general para un joven, para un sacerdote, para una muchacha, para un niño. El precio toral para un esclavo ascendió solamente a dos puñados de maíz.”

Anales de Tlatelolco. Unos anales históricos de la nación mexicana y Códice de Tlatelolco, versión preparada y anotada por Heinrich Berlin, con un resumen de los Anales y una interpretación del códice por Robert H. Barlow, México, Antigua Librería Robredo, de José Porrúa e Hijos, 1948, p. 71.

“Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno, y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de San Hipólito, que fueron 13 de agosto de 1521 años.
De manera que desde el día que se puso cerco a la ciudad, que fue a 30 de mayo del dicho año, hasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales vuestra majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padecieron, en los cuales mostraron tanto sus personas, que las obras dan buen testimonio de ello.
Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la ciudad, después de haber recogido del despojo que se pudo haber, nos fuimos al real dando gracias a nuestro Señor por tan señalada merced y tan desea victoria como nos había dado.”

Hernán Cortés, Cartas de Relación, Nota preliminar de Manuel Alcalá, México, Editorial Porrúa, 2013, p. 205.

“Los españoles y sus amigos pusiéronse en todos los caminos y robaban a los que pasaban, tomándolos el oro que llevaban y escudriñándolos todos sus hatos y todas sus vestiduras. Y ninguna cosas otra tomaban sino el oro. Y las mujeres mozas hermosas, y algunas de las mujeres, por escaparse, desfrazábanse poniendo lodo en la cara y vestiéndose de andrajos. También tomaban mancebos y hombres recios para esclavos. Pusiéronlos nombres tlacamazque, y a muchos dellos herraron en la cara.”

Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, vol. 3, 3ª ed., estudio introductorio, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000, pp. 1233-1234.

“Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta medianoche mucho más agua que otras veces. Y después que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como su de antes estuviera un hombre encima de un campanario y tañasen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de tañerlas, y esto digo al propósito porque todos los noventa y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y coces unos capitanes mexicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en las calzadas; [...]”

“[...] otros llamando a los de las canoas que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en las puentes; otros en hincar palizadas y abrir y ahondar las aberturas de agua y puentes y en hacer albarradas; otros en aderezar vara y flecha, y las mujeres en hacer piedras rollizas para tirar las hondas; pues desde los adoratorios y torres de ídolos los malditos atambores y cornetas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar. Y de esta manera de noche y de día teníamos el mayor ruido, que no nos oíamos los unos a los otros, y después de preso Guatemuz cesaron las voces y todo el ruido; y por esta causa he dicho como si de antes estuviéramos en campanario.”

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Editorial Porrúa, 2017, p. 369.