HALCONAZO

la lucha de la memoria contra la violencia de Estado y la impunidad

HALCONAZO

la lucha de la memoria contra la violencia de Estado y la impunidad

“A cada rato golpeaban la puerta del zaguán y en una de esas oímos unos gritos terribles que preguntaban si había heridos para sacarlos. No oíamos si los sacaron o no, porque nadie respondió” (estudiante).

“Eran las cinco de la tarde. La visita había terminado […] Pocos minutos después, vimos correr a unos estudiantes, algunos de ellos con libros bajo el brazo, como si los persiguieran, y a continuación escuchamos disparos lejanos” (paciente).

“Dos de ellos, una muchacha y un joven, se situaron en la entrada de emergencias y apuntaban algo en sus libretas. Después supimos que anotaban los nombres y escuelas a las que pertenecían los heridos” (paciente).

“Como a las seis y media se escucharon detonaciones dentro del hospital. Los muchachos corrían por los pasillos y entraban a las salas tratando de esconderse y pudimos observar cómo irrumpían en el hospital, un grupo distinto de jóvenes portando ametralladoras y palos” (paciente).

“Una afanadora entró al cuarto de enseres y encontró en él a cuatro chicos y a una chica. A esta última […] le conseguimos un camisón y la encamamos” (paciente).

“Un joven llegó a hurtadillas […] Pidió que le permitiéramos quedarse con nosotras pues era más difícil que lo encontraran en la sala de mujeres […] le proporcionamos batas sucias para que se refugiara en la sala de urología” (paciente).

“A las siete de la mañana nos levantaron. Había mucha gente formando fila para entrar al anfiteatro a identificar a sus muertos. Parecía que la calma había vuelto” (paciente).

“Yo me metí a una iglesia que estaba frente a la Normal. Allí vi que recibían atención cuatro jóvenes heridos. Había uno que ya ni se movía, otro que tenía dos plomazos en el abdomen, uno más con el tobillo destrozado y el cuarto con un tiro en el hombro” (estudiante).

“Salí de la iglesia con un compañero a quien conocía como Güicho, quien no paraba de llorar. Fuimos a dar hasta San Cosme, donde una brigada de la Escuela Normal Superior agarró un camión urbano y lo lanzó contra los halcones” (estudiante).

“Me metí a la Normal, donde todo era caos. Caminé dos veces por todos los alrededores en medio de gritos, carreras y tiros, sin estar muy consciente de lo que hacía. Tenía además una corazonada terrible” (estudiante).

Más testimonios

A 50 años de la matanza del Jueves de Corpus

“Más de quinientos agresores, la cuarta parte de ellos armados y perfectamente municionados, avanzan metro a metro por la Calzada México-Tacuba que está convertida en un campo de batalla. […] Los estudiantes arrastran a sus heridos hasta la Escuela Normal de Maestros. La policía no ha intervenido. Los granaderos no se han movido de sus puestos.”

La memoria es la vida, sostenida por los sobrevivientes,
la historia es la reconstrucción siempre problemática
e incompleta de lo que ya no es.


Lucas Daniel Cosci



“Halconazo… Qué nombre tan extraño… ¿Cómo que Halconazo? ¿Abuelo, tú sabes qué es eso del Halconazo...?” Así es como los recuerdos se transforman en memoria y ésta se convierte en un bastión contra la indiferencia y el olvido. Esta palabra representa para muchos la violencia, la intolerancia, la impunidad y la injusticia que el gobierno mexicano mostró ante una población civil joven, desarmada y que creyó en un régimen que se decía abierto y democrático. Para los sobrevivientes de aquella masacre y para quienes perdieron a sus amigos y familiares resulta indispensable y necesario decirla día tras día, año con año, para que los horrores que les costaron la vida a sus seres queridos no vuelvan a repetirse y para que, llegado el momento, se reconozca de manera abierta la existencia en México de una práctica que todavía nos cuesta trabajo pronunciar: violencia de Estado.

Como ayer, como hoy y como debe hacerse en el futuro, alzamos la voz desde nuestra trinchera histórica para contarles a los más jóvenes y a todos aquellos interesados qué fue el Halconazo, qué lecciones nos ha dejado y cómo se dieron las condiciones que lo originaron, para que todos juntos, en un ejercicio colectivo, continuemos con el proceso de evocar, de transmitir, de hacer memoria, de reflexionar y de favorecer el intercambio de ideas.

Como en toda historia, hay muchas versiones, puntos de vista y matices que es necesario contemplar; ésta sólo es una interpretación más de lo que sucedió aquel día. Pero no existe justificación que avale la actuación autoritaria y violenta de un gobierno contra la población civil. El repasar aquí esos trágicos sucesos los visibiliza e invita a la sociedad a seguir cuestionando estos métodos y custodiando los inalienables derechos humanos. “El Halconazo… Yo estuve allí… me salté la barda y corrí por el patio de la Normal para huir de los Halcones… de los balazos… Fue en junio de 1971, un Jueves de Corpus…”

De Tlatelolco a San Cosme (1968-1971)

De Tlatelolco a San Cosme (1968-1971)


El cambio de sexenio y la “apertura democrática”

El cambio de sexenio y la “apertura democrática”

Nuestro punto de arranque es 1968, año considerado un parteaguas en la historia mexicana. Aunque el mandato de Gustavo Díaz Ordaz todavía no terminaba, se podría decir que la represión contra el movimiento estudiantil cerró su estancia en el poder dejando a una sociedad descontenta, la cual se había topado cara a cara con el autoritarismo gubernamental desenmascarado por los estudiantes y por los grupos que los apoyaron en aquellos intensos meses. En diciembre de 1970, Luis Echeverría Álvarez asumió la presidencia de la República y heredó la desconfianza generada en el sexenio anterior y a una colectividad mucho más crítica que cuestionaba al sistema y a la cabeza de éste: el jefe del Ejecutivo.

Para sortear esta situación, Echeverría decidió imprimirle a su gobierno ciertos aires reformistas que lo deslindaran de su desprestigiado antecesor y de las acusaciones en su contra por los sucesos de la Plaza de las Tres Culturas. Ordenó la amnistía general a los líderes de Tlatelolco encarcelados desde el año de la matanza y llevó a cabo una serie de medidas que buscaban un acercamiento con las comunidades universitarias e intelectuales. Todo esto se efectuó dentro del concepto que el propio Echeverría denominó como “apertura democrática”, con el cual pretendía recuperar legitimidad al adoptar un discurso populista, nacionalista y de apariencia izquierdista. Su objetivo era eliminar toda crítica de la sociedad civil al régimen por autoritario o poco inclusivo.

La reforma educativa y el doble discurso del Estado

La reforma educativa y el doble discurso del Estado

Dentro del ambiente de cambio que quería imprimir a su gobierno, Echeverría también llevó a cabo una reforma educativa pues consideró que mucho de lo que había pasado en Tlatelolco tenía que ver con problemas y carencias en esta área. Abarcó prácticamente todo el sistema pedagógico, desde el nivel preescolar hasta el superior, pero fue en este último donde se enfocó más pues creía que la educación debía ser el medio de superación de las clases menos favorecidas, por lo que se intentó que todos los mexicanos pudieran acceder a él. Para mantener el tono conciliador, el presidente y las autoridades de educación exhortaron continuamente al diálogo y manifestaron que la reforma sería también producto de los estudiantes y una manera de concientizar y promover la democracia dentro de las propias universidades.

Todo se escuchaba muy bien en el discurso, sin embargo, mientras Echeverría destacaba la supuesta capacidad de adaptación y eficacia del régimen, criticaba directamente a quienes sobrepasaban los límites de su política. El presidente no tendría reparos en reprimir a aquellos grupos que no pudo cooptar y haría uso de la violencia con tal de acallar cualquier posibilidad de crítica hacia el régimen. También echó mano de otros recursos y estrategias, como el espionaje y la infiltración, para estar al tanto y controlar a quienes no compartían su visión. De esta manera, la “apertura democrática” en realidad estuvo manejada desde el autoritarismo, que mostraba una fachada que no correspondía con el verdadero carácter del Estado mexicano de la época.

¿Qué pasó con el movimiento estudiantil?

¿Qué pasó con el movimiento estudiantil?

Mientras cambiaba el sexenio y el nuevo Ejecutivo planeaba la estrategia para iniciar su mandato, se daban también otras transformaciones. Después de la represión de octubre de 1968, la sensación de derrota y la desmoralización del movimiento estudiantil hicieron que éste sufriera un periodo de letargo, sin embargo, no se desintegró, sino que se reacomodó. A finales de ese año, el Consejo Nacional de Huelga (cnh) decidió disolverse y el estudiantado se reorganizó alrededor del Comité Coordinador de Comités de Lucha (CoCo). En el transcurso de 1969 se llevaron a cabo varios intentos por reactivar las movilizaciones masivas en la capital, pero no reunían la audiencia esperada. A finales de 1970, una vez que corrió la noticia de que Luis Echeverría sería el nuevo presidente, los grupos estudiantiles se activaron con más ahínco.

Además, trataron de vincularse y articular operaciones con otros grupos sociales que también se estaban activando, como los sectores obrero y campesino, no sólo en la Ciudad de México sino en otras regiones del país, con la intención de generar transformaciones sociales más profundas. A diferencia de lo que sucedió en la capital, en el interior de la república el 68 había sido el punto de arranque para la movilización en muchas universidades, como las de Nuevo León, Sinaloa, Puebla, Oaxaca, Chihuahua y Guadalajara, las cuales se centraron mayoritariamente en la obtención de sus autonomías, y algunas se encontraban en pleno desarrollo cuando llegó el año de 1971. Así, en busca de una nueva bandera que los reagrupara con mayor fuerza y con el trasfondo de las luchas universitarias en los estados, el CoCo decidió rechazar la reforma educativa propuesta por Echeverría, “reorganizarse de manera sólida y legitimar su nueva estructura como interlocutor del Estado”.

El Halconazo y la mecánica de la represión

El Halconazo y la mecánica de la represión


El movimiento estudiantil de Monterrey

El movimiento estudiantil de Monterrey

Ahora dejamos un poco lo que sucedía en la Ciudad de México para trasladarnos al estado de Nuevo León, pues uno de los movimientos estudiantiles más intensos que se dio en aquella época, como ya mencionamos, fue el de la universidad de esa entidad, que gracias a su actividad y organización obtuvo su autonomía en 1969. Sin embargo, los conflictos entre el alumnado y las autoridades escolares no terminaron allí y se convirtieron en un asunto político de implicaciones mayores. Junto con el decreto en que se concedía la autonomía y se autorizaba la creación de un consejo universitario se expidió otro en el que se permitía la estructuración de una comisión encargada de proponer una nueva ley orgánica para la ahora uanl y se eligieron nuevos funcionarios, muchos de los cuales pertenecían a una posición política de izquierda. Esto hizo que en 1970 los grupos dominantes locales apoyados por la prensa iniciaran una campaña de desprestigio en su contra.

El entonces rector, Oliverio Tijerina, renunció a su cargo y el consejo universitario eligió en su lugar a Héctor Ulises Leal. Pero el gobernador Eduardo Elizondo rechazó este nombramiento, redujo el presupuesto de la universidad en marzo de 1971 y, además, entregó al Congreso local su propio proyecto de ley orgánica, el cual fue aprobado 24 horas después. Esta nueva ley creaba una “asamblea universitaria” integrada por 30 miembros: seis eran parte de la comunidad universitaria y el resto estaba constituido por líderes de los sectores obrero y campesino, representantes de la prensa y la televisión, del Congreso local y de los profesionales organizados. Este absurdo documento desató la indignación y el rechazo del movimiento estudiantil, quien organizó al Sindicato de Trabajadores de la uanl y a otros grupos de la población contra el gobierno estatal, lo que trajo como consecuencia que Elizondo destituyera al rector Ulises Leal y en su lugar nombrara al coronel Arnulfo Treviño Garza.

La lucha estudiantil neoleonesa llega a la Ciudad de México

La lucha estudiantil neoleonesa llega a la Ciudad de México

Todas estas acciones tuvieron como resultado que el 18 de mayo de 1971 se iniciara una huelga general en aquella universidad. Las cosas se pusieron tan tensas en Nuevo León que el gobierno federal, de acuerdo a su discurso de “apertura democrática”, trató de conciliar a las partes en conflicto a través del secretario de Educación Víctor Bravo Ahuja, quien propuso su propia ley orgánica como alternativa para arreglar la situación. Pero el problema ya había rebasado el ámbito local y llamado la atención de los Comités de Lucha de la unam y del ipn que estaban en favor del destituido Leal y de una propuesta de ley orgánica hecha por los estudiantes. Por ello, comenzó a tomar forma la idea de realizar una manifestación en la Ciudad de México en apoyo a los neoleoneses, la cual sería el primer gran regreso a las calles después del 2 de octubre de 1968.

Pero Echeverría se movió rápido, destituyó al gobernador Elizondo, obligó a los legisladores locales a derogar su absurda ley orgánica y a promulgar otra y además instaló a un nuevo rector. Sin embargo, el CoCo acordó proseguir con la manifestación dado que la mayoría de los universitarios de Nuevo León habían rechazado la solución promovida por el Ejecutivo federal. A pesar de algunos desacuerdos entre los organizadores de la marcha, así se hizo. Pero esta iniciativa constituyó una afrenta para Echeverría. La decisión de que, a pesar de que el problema de aquel estado estuviera “arreglado”, se continuara con la protesta, fue tomada por el mandatario como un agravio personal y como tal debía responderse.

Los sucesos del 10 de junio de 1971

Los sucesos del 10 de junio de 1971

La marcha comenzaría a las cinco de la tarde y saldría de las instalaciones del ipn en el Casco de Santo Tomás rumbo al Zócalo capitalino. Los contingentes arribaron por las distintas entradas hasta sumar alrededor de 10 mil asistentes. “¡No que no, sí que sí, ya volvimos a salir!” La consigna se escuchaba como un jubiloso y esperanzador regreso del estudiantado mexicano a la escena pública. Si bien algunos de los presentes estaban al tanto de la situación de Monterrey, o vinculados directamente con el movimiento estudiantil y con el CoCo, también hubo quienes marchaban sólo con la intención de recuperar las calles, aquellas de las que habían sido desalojados violentamente en 1968. Entre los participantes, de igual modo, había unas figuras que llamaban particularmente la atención: algunos ex líderes del movimiento de aquel año, que hacía pocos días habían regresado de su exilio en Chile.

A pesar de que los alrededores de la zona de arranque de la marcha se encontraban llenos de policías y granaderos desde horas antes, los caminantes tomaron la ruta planeada desde el inicio con cierto recelo, pero sin mayores preocupaciones. Sin embargo, un primer encuentro con granaderos prendió los botones de alarma. Un altavoz invitó a los jóvenes a disolver la marcha con el argumento de que no estaba autorizada. A pesar de ello, los manifestantes continuaron su camino y dejaron atrás este primer cerco policiaco. Pero minutos después se hizo un nuevo intento por detener la manifestación. Ahora, la policía sitiaba una de las calles de la ruta impidiendo el paso de los contingentes. “¡¡Mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón y retiemble en sus centros la tierra, al sonoro rugir del cañón!!”, cantaron los estudiantes sin intimidarse ante el bloqueo. Los policías se apartaron y ellos prosiguieron su andar.

Halconazo

Halconazo

Fue entonces que en la avenida San Cosme, a la altura del cine Cosmos, descendieron de unos autobuses grises decenas de hombres equipados con varas, cadenas, macanas, palos de kendo, entre otros objetos, quienes en medio de la indiferencia policiaca y al grito de “¡Viva el Che Guevara!” se lanzaron con violencia contra la vanguardia de la marcha hiriendo y maltratando a todo el que se interpusiera en su camino. Los estudiantes comenzaron a dispersarse, pero les dieron pelea a sus agresores. Tomaron los soportes de sus pancartas y empezaron a repartir golpes. Con la ayuda de piedras, ladrillos, tablas que encontraban en su camino, y sus propias manos, los jóvenes se defendieron, rompieron las armas de sus atacantes y comenzaron a hacer estragos en ellos. Al ver que esta primera batalla se estaba perdiendo, los tanques antimotines estacionados en las cercanías lanzaron granadas lacrimógenas y fue cuando empezó la balacera…

Los disparos de arma de fuego terminaron de dispersar y hacer huir a las personas que se encontraban en lo que se había convertido un verdadero campo de batalla. Por distintas zonas caían los heridos; sus amigos y gente cercana arrastraban los cuerpos para tratar de ayudarlos, algunas veces con éxito, otras, por desgracia, fueron testigos de sus fallecimientos. Los agresores se introducían en los locales comerciales o lugares en donde habían dado refugio a los manifestantes para seguir lastimando a los ciudadanos y para buscar reporteros o individuos con cámaras fotográficas que pudieran retratar lo que estaba sucediendo. Además de amedrentar, golpear y herir, también cometían actos vandálicos contra automóviles y propiedades. Y mientras todo esto sucedía, la policía no intervenía y los granaderos observaban desde sus puestos, sin moverse.

El Hospital Rubén Leñero y el final de la manifestación

El Hospital Rubén Leñero y el final de la manifestación

A pesar de que muchas ambulancias fueron utilizadas por los agresores para trasladarse de un punto a otro y para golpear en su interior a manifestantes, algunas sí llevaron a los heridos, la mayoría de ellos al Hospital Rubén Leñero de la Cruz Verde. En otros casos, civiles ayudaron con la movilización de los caídos en automóviles particulares. El lugar era un caos, lleno de lesionados, con personal que corría de un lado para otro, participantes de la marcha que buscaban a sus amigos, familiares que se habían enterado de lo sucedido y preguntaban por hermanos, hijos, sobrinos. Poco antes de las siete de la noche, un grupo de provocadores se presentó en el nosocomio sembrando nuevamente el terror ahora también en médicos, enfermeras, pacientes y demás personas que se encontraban allí.

A pesar de todo lo acontecido, todavía dos horas después de los primeros enfrentamientos un contingente de alrededor de tres mil personas se movilizaba rumbo a la Alameda, pero fue interceptado. Aún sonaban algunos disparos en varios puntos de la zona de conflicto. Al poco rato, unidades blindadas del Ejército aparecieron en el Zócalo de la Ciudad de México y alrededor de las 8:30 pm, unos 500 miembros del Escuadrón de Paracaidistas rodearon la Escuela Normal de Maestros, dando por terminada la fatídica jornada que había iniciado esa tarde con el entusiasmo, las consignas y los gritos estudiantiles que fueron sofocados por la intolerancia, la complicidad y el autoritarismo de un gobierno que no dudó en emplear todos sus recursos para terminar con una protesta pacífica.

Halcones: operarios de la violencia de Estado

Halcones: operarios de la violencia de Estado

Pero ¿quiénes eran estos jóvenes agresores que llegaron a atacar a la multitud y dispersaron con lujo de violencia a los manifestantes el 10 de junio de 1971? Ahora sabemos que formaban parte de un grupo paramilitar conocido como los Halcones, un cuerpo utilizado por el Estado para hacer uso de la fuerza, pero al no formar parte de las instituciones reconocidas públicamente para ejercer esta función, su actuación era ilegal. Como el Estado era el responsable directo de los crímenes cometidos por ellos, no podía reconocer su existencia y operaban en la clandestinidad. Eran pagados en secreto, ocultos en alguna nómina que les sirviera de disfraz y, por lo tanto, sus honorarios provenían de la sociedad mexicana. Procedían con total impunidad, lo mismo que los funcionarios responsables de su creación, mantenimiento y operación delictiva.

Por investigaciones que se han realizado sobre ello, sabemos que su estructura diseñada para la represión armada fue perfeccionada después de la actividad estudiantil de 1968, y promovida por el entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, general Alfonso Corona del Rosal (1966-1970). Además, se han encontrado testimonios de su existencia desde 1969. El gobierno de Echeverría los heredó, los mantuvo y los volvió a emplear contra los estudiantes. Así, durante los primeros meses de 1971 acosaron activistas, disolvieron reuniones públicas y pequeñas marchas. La mayoría de ellos, jóvenes de entre 17 y 25 años, pertenecían a la clase baja y fueron reclutados por recomendaciones entre conocidos; muchos habían pertenecido al Ejército y practicaban artes marciales. Recibieron entrenamiento especializado, algunos incluso en el extranjero, además obedecían a sus superiores ciegamente y sin cuestionarlos.

Prácticas violentas al amparo del sistema

Prácticas violentas al amparo del sistema

De esta forma, protegidos por el sistema y la estructura gubernamental, durante estos años se recurriría al control de aquellos que cuestionaran al régimen mediante formas criminales al emplear infiltrados y provocadores, porros y grupos de choque, comandos paramilitares y, finalmente, a la policía y al Ejército. Las clases en el poder acusaban al estudiantado de originar la violencia, pero sus manifestaciones, quema de autobuses o paros de actividades académicas eran actos menores comparados con la violencia policiaca y militar a la que se les sometió. El Estado brindó impunidad y protegió a toda esta organización, propagó el terror dentro de las escuelas, haciendo que los abusos y agresiones contra el alumnado se volvieran prácticas sistemáticas, todo con el propósito de someter a la disidencia.

Miradas en torno al suceso

Miradas en torno al suceso


Las versiones oficiales

Las versiones oficiales

Desde la tarde del 10 de junio, la noticia de la represión estudiantil en la zona de San Cosme se había difundido por diferentes medios, de manera muy distinta a lo que sucedió el 2 de octubre de 1968, suceso rodeado de hermetismo y apoyado por el silencio cómplice de la prensa. Por esta razón, fue en la noche de ese mismo día cuando comenzaron a surgir las primeras versiones en torno a los hechos y, de igual forma, las declaraciones de las autoridades capitalinas que obviamente se deslindaron de los acontecimientos y negaron la existencia de los Halcones. Pero no les iba a resultar fácil acallar la inconformidad de los diversos sectores que increparon al presidente.

Ante el airado reclamo de diversos sectores de la sociedad civil, dos días después de lo sucedido, Echeverría eligió la postura que adoptaría ante el problema: no reconocer responsabilidad alguna en la represión del 10 de junio ni en la organización ni sostén de los Halcones; la idea de impulsar una investigación que con el paso del tiempo no llegaría a nada pero que les daría espacio para maniobrar; hacer pronunciamientos que permitieran interpretaciones vagas utilizando conceptos ambiguos como “fuerzas”, “grupos”, “intereses”, “potencias” que eran contrarios al país y decir que lo estaban enfrentando; así como construir escenarios en los que la solución para estabilizar y salvar a México era la propia figura presidencial. Su sexenio estaba apenas arrancando y la situación no podía escapar de sus manos, ni permitir que su imagen se deteriorara como sucedió con su antecesor, Gustavo Díaz Ordaz.

El golpe final

El golpe final

Si el régimen esperaba que con la actuación de los Halcones los jóvenes se atemorizaran y se desmoralizaran como había ocurrido en 1968, en lugar de desanimar a los activistas, les dio nuevos bríos y los radicalizó. Organizaciones y grupos políticos también volvieron a coordinarse y a enfrentarse al gobierno como no había sucedido desde hacía cuatro años. Por ello, Echeverría tuvo que moverse rápidamente. Su agenda se llenó de encuentros y reuniones con asociaciones juveniles y cada momento era una buena oportunidad para hablar sobre rebeldía, de sus intenciones por aclarar los hechos que se le reclamaban, de su rechazo a las acciones represivas y sobre el peligro que representaban para el país las “fuerzas oscuras”.

Además, supo manejar el ambiente adverso que generó la declaración del regente Alfonso Martínez Domínguez (1970-1971) sobre la inexistencia de los Halcones y, sin ceder ante las protestas y demandas estudiantiles, acomodó todas las piezas para que éste apareciera como el único culpable de la represión. Pero el momento cumbre del plan presidencial se llevó a cabo el 15 de junio, cuando el propio regente organizó para Echeverría una magna concentración en el Zócalo de la ciudad para “apoyar el programa, principios y política gubernamental” del presidente. Miles de obreros, burócratas, campesinos, locatarios de mercados, taxistas y demás sectores leales al régimen abarrotaron la Plaza de la Constitución, y el Ejecutivo pronunció su recordada frase: “Cerremos el camino a los emisarios del pasado”. Por la tarde de ese mismo día, pidió su renuncia al regente y al jefe de la Policía, Rogelio Flores Curiel, y designó nuevos funcionarios. Así, en una semana, Echeverría dio por terminado el asunto, refrendó su autoridad y eliminó las sospechas en su contra.

La prensa y los fotorreporteros

La prensa y los fotorreporteros

Uno de los elementos fundamentales que diferenció la represión del 2 de octubre de 1968 de la del 10 de junio de 1971 fue sin duda la intervención de la prensa. Y es que, en aquel Jueves de Corpus, uno de los sectores más atacados fue precisamente el de los periodistas. Los Halcones agredieron directamente a los representantes de publicaciones nacionales e internacionales sin ningún tipo de miramiento: golpeados, amedrentados, perseguidos, secuestrados, despojados de sus cámaras fotográficas. Todo con la finalidad de que no quedara testimonio de la brutal represión organizada desde las altas esferas de poder. Al día siguiente, aunque los titulares y editoriales de los principales periódicos capitalinos anunciaban los acontecimientos de una manera un tanto tibia e incluso apegada al discurso gubernamental, dentro de sus páginas la narrativa gráfica y reporteril contaba una historia completamente distinta.

Gracias a la audacia de algunos fotorreporteros, a que encontraron refugio en azoteas de edificios o vecindades de la zona, a que escondieron rollos fotográficos entre sus ropas, además de reconstruir a cabalidad lo que sucedió aquel día, también se pudieron reunir las pruebas necesarias para comprobar la complicidad de la policía, los granaderos y del Departamento del Distrito Federal en los sucesos violentos de aquel día. La Asociación de Reporteros Gráficos increpó personalmente al presidente y presentó una denuncia formal por los hechos delictivos en que buena parte de sus miembros habían resultado heridos. Asimismo, ofrecieron datos concretos sobre la existencia de un grupo organizado y especializado para ejecutar aquellos hechos brutales. De esta forma, los reporteros gráficos asumieron un papel protagónico gracias a que con sus materiales pudieron refutar la versión oficial dada por las autoridades capitalinas. A pesar de todo ello, las maniobras de Echeverría comentadas anteriormente dejaron en el aire y archivadas por décadas aquellas pruebas irrefutables de la violencia estatal.

Los estudiantes

Los estudiantes

Después de los sucesos del 10 de junio, la comunidad estudiantil convocó a asambleas y reuniones, se hicieron llamados a la sociedad, se dieron pronunciamientos y las autoridades universitarias repudiaron “los actos de violencia y represión”. Aunque el movimiento parecía cada vez más fortalecido, en su interior se llevaban a cabo cambios y divisiones, sobre todo debido a que algunos optaron por creer en las versiones y promesas del presidente, y otros consideraron al gobierno como el enemigo a vencer. Estas posiciones encontradas abrieron paso a un cambio de liderazgos, pero también se modificaron las motivaciones, programas y objetivos de la organización estudiantil. Ya no se trataba de una lucha por reivindicaciones gremiales, por defender los derechos de los ciudadanos o contra los funcionarios corruptos, sino que se buscaba una reestructuración social más amplia y profunda.

A la vista de los estudiantes, las estructuras gubernamentales estaban sumergidas en la violencia y la ilegalidad y, por lo tanto, podrían combatirse con estas mismas armas. Ante la arbitrariedad y la cerrazón, no había otra opción que emplear métodos drásticos y definitivos. De esta manera, la represión del 10 de junio dejó el paso libre a la radicalidad. A partir de esa fecha, las posturas, acciones, pensamientos y definiciones extremas rebasaron a las moderadas y conciliadoras. Muchos movimientos en las universidades estatales comenzaron a respaldar toda clase de luchas populares y algunos más tomaron el camino de la política local. Igualmente, cientos de participantes decidieron tomar rumbos variados con la misma finalidad de combatir al sistema. Algunos se hicieron obreros para intervenir en comités y sindicatos; otros se fueron al campo donde formaron asociaciones autónomas o se integraron a las comunidades indígenas; pero quizá la consecuencia más dramática de los acontecimientos del 10 de junio fue la proliferación de grupos guerrilleros compuestos esencialmente por estudiantes cansados de una falsa democracia, de las arbitrariedades y abusos gubernamentales y con la firme intención de correr cualquier riesgo con tal de lograr una verdadera transformación social.

Memoria del 10 de junio

Memoria del 10 de junio


Libros, cine, música y poesía

Libros, cine, música y poesía

Los traumáticos hechos ocurridos el 10 de junio de 1971 dieron lugar a una buena cantidad de reflexiones escritas casi desde el momento mismo en que éstos se llevaron a cabo. Libros que recopilaron notas periodísticas, testimonios de sobrevivientes, declaraciones de las autoridades, además de investigaciones académicas o textos elaborados por los propios protagonistas aparecieron como un reclamo ante un gobierno que continuó negando las acusaciones en su contra como artífice de la represión. Estas mismas obras han favorecido la discusión, presentado los distintos escenarios que desembocaron en la matanza del Jueves de Corpus y ayudado a que el Halconazo tome su lugar en la memoria colectiva. Desde el clásico Jueves de Corpus de Orlando Ortiz, publicado en septiembre de 1971, a escasos dos meses de los hechos, hasta las más recientes aportaciones como Fotografía y memoria. La matanza del Jueves de Corpus, del historiador Alberto del Castillo Troncoso, todas son una invitación a conocer más sobre el tema y lo mantienen vigente.

De igual forma, otros medios han contribuido a que aquel acontecimiento se recuerde y se cree una idea de cómo se llevaron a cabo los sucesos de aquel día, así como las diversas formas en que éstos se han percibido en distintas épocas. Desde poesía, como la de Efraín Huerta, hasta canciones incluidas en el género conocido como música de protesta, el Halconazo ha tomado otras dimensiones que han rebasado los meros límites de ser considerado un hecho del pasado para seguir presente en las evocaciones de la sociedad capitalina. Éste también es el caso del cine, con dos ejemplos claros de la forma en que la matanza del Jueves de Corpus se ha integrado al discurso artístico contemporáneo: las películas El bulto, de 1991, y Roma, de 2018. Ambos filmes han ayudado a que el 10 de junio de 1971 sea conocido y reinterpretado por las nuevas generaciones en distintos momentos.

Las marchas conmemorativas

Las marchas conmemorativas

El hecho de que el 10 de junio sea la fecha representativa de un crimen de Estado que sigue en la impunidad ha generado un reclamo de justicia constante que se ha visibilizado año con año en las marchas conmemorativas, práctica realizada desde 1972. De esta manera, anualmente, sobrevivientes, familiares de los caídos, agrupaciones políticas, organizaciones sociales y habitantes de la ciudad se apropian del espacio público como parte de un proceso más amplio que se incluye en las luchas en torno a la memoria no sólo en México, sino en América Latina. Así, en el trayecto de evocación que se ha recorrido desde entonces hasta nuestros días, el contexto presente se ha encargado de reinventar la protesta del 10 de junio y acomodarla a las problemáticas del país.

El 10 de junio se convirtió en un símbolo de la represión del Estado y por lo tanto abrió nuevas perspectivas en torno al surgimiento de una cultura de los derechos humanos. Por ello, las protestas y peticiones de justicia por la matanza del Jueves de Corpus se ampliaron a vastos y diversos sectores sociales que de igual forma se encontraban en lucha contra el autoritarismo estatal. Cada año se integraban nuevas demandas y reivindicaciones y se daban también otras lecturas a los reclamos primigenios. Aunque el número de asistentes ha variado, la importancia de transportar las quejas a las calles ha sido una de las prácticas más importantes para mantener la vigencia de aquella masacre y para sensibilizar a otros acerca de la necesidad de seguir alzando la voz contra la impunidad a pesar del paso de los años y de la aparente lejanía de los crímenes cometidos.

Los últimos tiempos

Los últimos tiempos

A partir del año 2000, cuando el pri dejó de gobernar el país, se abrió una ventana de oportunidad para retomar los reclamos de justicia, las investigaciones sobre el caso y para que finalmente se llevara a los culpables de la matanza del 10 de junio ante la justicia. Con este objetivo, en 2001 se creó la Fiscalía Especial para la Atención de Hechos Probables Constitutivos de Delitos Federales Cometidos Directa o Indirectamente por Servidores Públicos en contra de Personas Vinculadas con Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), que investigaría la matanza del Jueves de Corpus y otros sucesos llevados a cabo entre los sesenta y ochenta del siglo pasado, como la guerra sucia y los orígenes de las guerrillas. La Femospp redactó el Informe histórico presentado a la sociedad mexicana, en el que se reconoció la existencia de los Halcones, su entrenamiento en los Estados Unidos, la violencia de Estado que se había cometido contra los estudiantes y la complicidad de los funcionarios que encubrieron y se encargaron de obstaculizar las investigaciones, sin embargo, esta Fiscalía despareció en 2006, dejando el caso nuevamente en la impunidad.

En la actualidad se abren nuevos caminos para que el Halconazo y otras muestras de violencia estatal sean reconocidas y por fin se dejen de lado los años de impunidad que los han rodeado. También para seguir motivando a la sociedad a reflexionar y a aportar desde sus profesiones o intereses nuevos mecanismos para hacer memoria, para rescatar el pasado como una forma de renegociar el presente y para anclar ahora, en momentos en que la información nos rebasa, en que la violencia se ha convertido en algo cotidiano y cuando parece que la vida se desarrolla a una velocidad vertiginosa, hechos como el ocurrido el 10 de junio de 1971. Sólo así lograremos que, como práctica colectiva, nos lleve a un nuevo lugar para valorar y reinterpretar nuestro pasado y nos ayude en los procesos de búsqueda de reconciliación y de justicia.

Material de apoyo

Material
de apoyo

Castillo Troncoso, Alberto del, Fotografía y memoria. La matanza del Jueves de Corpus, México, inehrm / Memórica, 2021.

Condés Lara, Enrique, 10 de junio ¡No se olvida!, México, buap, 2001.

Femospp, “El 10 de junio de 1971 y la disidencia estudiantil”, en Informe histórico presentado a la sociedad mexicana, México, Comité 68 Pro Libertades Democráticas A.C., 2006, pp. 150-239.

Garza, Enrique de la, León Tomás Ejea y Luis Fernando Macías, El otro movimiento estudiantil, México, Extemporáneos, 1986.

La investigación. Sobre los acontecimientos del 10 de junio de 1971, México, Proceso, 1980.

Martín del Campo, Jesús, Halcones, nunca más, Memoria contra la impunidad, México, Gobierno del Distrito Federal / sep / Miguel Ángel Porrúa, 2011.

Ortiz, Orlando, Jueves de Corpus, México, Diógenes, 1971.

Tirado, Manlio, José Luis Sierra y Gerardo Dávila, El 10 de junio y la izquierda radical, México, Heterodoxia, 1971.

Créditos

Curaduría e investigación: Paulina Martínez Figueroa

Cuidado editorial: Rebeca Flores

Diseño gráfico y web: Mauricio Espinosa


Agradecemos al doctor Alberto del Castillo Troncoso su asesoría para la realización de esta exposición. Agradecemos también la valiosa colaboración del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México; del Archivo Paco Ignacio Taibo II custodiado por La Jornada; de la Universidad Autónoma de Nuevo León; del periódico Excélsior, y de la Cámara de Diputados.