Velorio de Emiliano Zapata,

 
 

Cuautla, 10 de abril de 1919

 
 
 
 



El rostro de Zapata se asoma de la caja en la que ha sido colocado; esta vez está casi solo. La imagen de su cuerpo es absoluta protagonista en esta fotografía, pues es la zona nítida en la que la silueta se delinea, a pesar de que hay dos testigos en segundo plano pero que aparecen fuera de foco, difuminados; no se logra percibir ninguna expresión en ellos. Al parecer pasó tiempo suficiente para que perdieran interés en contemplar de cerca los restos de Zapata.

El momento del asombro reflejado en otras fotografías ha desaparecido del todo. Aquellos primeros testigos que se arremolinaban alrededor del cadáver han desaparecido, y también se han esfumado los dolientes: ya no hay ningún gesto que lamente la muerte. Por lo tanto, nos centramos en el rostro mismo de Zapata: en su perfil todavía se adivinan los rasgos que lo hicieron reconocible en vida. Su cuerpo ya ha sido vestido y la sangre en su pecho se ha ocultado debajo de su chaqueta de charro.

La composición —en especial el contraste entre el primer plano con Zapata y el segundo plano fuera de foco— evidencia una intención diferente; podríamos decir que se trata de una fotografía “artística” o de autor. Destaca en la imagen el escrito que identifica a la fotografía como parte de la agencia fundada por Agustín Víctor Casasola en 1911, cuyo lema era “Tenemos o hacemos la fotografía que usted necesita” —frase que ilustra perfectamente sus actividades, pues además de producir él mismo sus imágenes, contaba con un importante número de fotógrafos a su servicio y también compraba trabajos independientes a fin de cubrir lo más posible de la revolución.
 

 
 

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