miliano Zapata fue asesinado a las 14 horas con 10 minutos del jueves 10 de abril de 1919 a menos
de
20 kilómetros al sur de San Miguel Anenecuilco, el pueblo donde había nacido casi 40 años
antes,
el 8 de agosto de 1879. Esto es indudable. Lo dicen los libros de texto y los documentales; lo dice
hasta la
Wikipedia.
Pero las cosas nunca son tan sencillas. ¿Cómo sabemos que el asesinato ocurrió a esa hora y en ese
lugar?
¿Cómo sabemos que se trataba efectivamente de Emiliano Zapata? ¿Por qué estamos tan seguros que no
se exilió
en Arabia, como se dijo en los campos del sur de México durante algún tiempo? En la entrada de la
hacienda
de Chinameca, donde ocurrió el crimen, estaban apenas 10 miembros de la guardia personal de Zapata
y un
grupo de soldados federales que se supone iban a presentarle sus respetos. A la segunda -o
tercera- llamada
de honor del clarín, los federales abrieron fuego; Zapata no tuvo tiempo de desenfundar su Smith &
Wesson y
cayó muerto de inmediato. Eso quiere decir que las personas que de verdad podrían haber dado
testimonio de
lo que sucedió eran apenas un puñado; dos o tres en realidad.
Y, claro, nadie sacó su celular para registrar el acontecimiento.
La noticia comenzó a difundirse casi de inmediato,
pero nunca de manera directa o clara.
Como ocurre casi siempre en la historia, el hecho fue construyéndose lentamente, con datos parciales
o
contradictorios. Muchas personas participaron en este proceso: entre otros, el general que organizó
la
emboscada y el jefe militar que le comunicó la noticia al presidente de la república, pero también
los
comandantes zapatistas que tuvieron que explicarse y explicar al mundo lo que había ocurrido en
Chinameca.
Participaron también expertos cuya única misión era certificar que el cuerpo que los federales
llevaron a
Cuautla esa noche era efectivamente el de Zapata. El conjunto de esas acciones terminó por
constituir lo que
conocemos; son ellas las nos permiten saber que, en efecto, Emiliano Zapata fue asesinado a las 14
horas con
10 minutos del jueves 10 de abril de 1919.
Esta exposición muestra una pequeña parte de esa historia. Es una selección de documentos escritos y
visuales producidos antes y después del asesinato que pertenecen a dos archivos: el Centro de
Estudios de
Historia de México Carso, y la Fototeca Nacional, que resguarda el Instituto Nacional de
Antropología e
Historia -instituciones a las que agradecemos profundamente nos hayan permitido emplear sus fondos
digitales. Reunimos textos y fotografías en una sola muestra porque sabemos que las diferencias
técnicas
entre unos y otras no impiden considerarlas como fuentes igualmente útiles para la construcción del
conocimiento histórico.
Con el fin de facilitar su comprensión y dar respuesta a las preguntas que nos hicimos, hemos
agrupado los
documentos en cuatro categorías -que integran las cuatro secciones de la muestra- en razón del
propósito con
el que fueron producidos; esto es, relacionadas con la función principal que les atribuimos.
Otras
investigadoras las agruparán seguramente de otro modo; ésta es sólo nuestra propuesta para
orientarse en la
exposición.
Informes:
documentos que dan constancia de los acontecimientos y buscan difundirlos de manera más
bien
pragmática;
Evidencias: documentos producidos con una intención técnica y en
apariencia desinteresada;
Relatos:
interpretaciones del hecho, "historias" que no sólo dicen lo que ocurrió, sino que buscan
explicarlo, y
Contextos: documentos no relacionados directamente con el acontecimiento
pero que ayudan a entender la
circunstancia en la que se produjo.
Habrá sin embargo quien prefiera realizar un
recorrido cronológico de los documentos;
en ese caso, pueden explorarse en el orden siguiente:
17,
18,
19,
1,
2,
3,
9,
11,
12,
10,
4,
13,
14,
15,
5,
8,
6,
7 y
16.
Nos concentramos en los materiales relacionados con el asesinato de Emiliano Zapata que se resguardan en tres fondos documentales de este archivo: los de los generales Jenaro Amezcua y Manuel Willars González, y el de Personajes notables de la Revolución.