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Fragmentos y evaporaciones de la fotografía
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Fragmentos y evaporaciones de la fotografía

El paso del tiempo trastoca el aura de la fotografía aunque ésta quede desmaterializada por su digitalización. Este formato, desde sus inicios en placas de metal, luego de vidrio, en espejos bruñidos, calotipos, ambrotipos y daguerrotipos, permitió fijar las formas en diversos soportes donde la luz atravesaba por la lente y la imagen viajaba hacia el interior de la cámara oscura, impregnando las superficies con ingredientes químicos que reaccionan haciendo emerger un paisaje, un retrato o vanitas, en bodegones, inmóviles y perennes.

Desde su llegada a México, la fotografía fue una excelente acompañante de la pintura. La foto marcó su residencia en las artes con los primeros daguerrotipos, piezas únicas de metal y algunas placas de vidrio, siendo materias singulares de la imagen. Unas más delicadas que otras, tomaron formas de medallones y relicarios, figuras preciosas que las personas y las familias atesoraban cual joya del pasado. Ahí se recupera la memoria para ser intemporalmente admirada y recordada. Pero este soporte desde sus inicios mostró cierta fragilidad, el tiempo de exposición nunca fue el mismo, las variaciones y los errores técnicos dieron como resultado siluetas irregulares, vaporizantes y borrosas que poco tenían que ver con la definición y la nitidez, gran búsqueda como cualidades. Las aberraciones de las sustancias químicas y de los defectos en las instantáneas siempre fueron experimentales. Placas mal conservadas derivaron en fracturas, en rompecabezas que dividen las escenas en mosaicos y otros accidentes que anunciaban la reducción de un retrato, su corrupción, su obliteración y sus residuos. 

El retrato de Margarita Michelena nos introduce en esa condición inevitable de la fotografía, en su delicado momento de disolución, en su poético encanto de documento trastocado por el tiempo y en su calidad de objeto antiguo. Muchas emergen en esta colección como ejemplos de los instantes de destrucción y fragmentación. Un aeroplano estrellado contra el suelo en caída libre, una locomotora que arranca en reversa las vías de su camino como en una negación del progreso que prometió el tren, vasijas y estatuillas estrelladas en el acto ritual de matar a los ídolos y honrar al sol y a la tierra, veladas de niebla donde las mujeres esperan a sus difuntos, soldaderas que se resisten a caer en mil pedazos del estribo de vagón, imágenes que se evaporan en la violencia de la detención de Tlatelolco, o en el fusilamiento de la banda del automóvil gris, donde la pólvora colma el encuadre de una nube enceguecedora. 

Otros negativos y positivos dan cuenta de la supervivencia de las imágenes: por ejemplo, Vicente Guerrero captado en una tarjeta de visita por Cruces y Campa, cuya pose recuerda la pintura de Ramón Sagredo. Otros defectos impresionistas remiten a las alucinaciones artísticas accidentalmente producidas, las trajineras de Xochimilco envueltas en unos vapores quejosos, o una pareja de ardientes amantes posando al pie de un ciprés completamente transformado por la descomposición del viraje fotográfico. Finalmente, las ensoñaciones de un retrato y una carta como testigos de un solo momento y la escena del acontecimiento más trascendental de la naturaleza: la demolición de una ciudad causada por un terremoto.