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La reforma educacional de 1922 a través de la mirada de la maestra Mistral
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La reforma educacional de 1922 a través de la mirada de la maestra Mistral

El gobierno posrevolucionario del general Álvaro Obregón tenía claro que uno de los problemas más graves del pueblo mexicano era el analfabetismo, mismo que se decidió abolir, a la vez que se emprendía, por medio de la recién creada Secretaría de Educación Pública (1921), una reforma profunda al sistema educativo encabezada por José Vasconcelos, quien, conocedor de las concepciones de enseñanza de Gabriela Mistral, le extiende una invitación para sumarla al ambicioso plan. Ella dejó testimonio de los logros alcanzados y los publicó en la prensa de México después de su partida.

Plena de recuerdos de su estancia en México (1922-1924) Gabriela Mistral redactó sendos textos que fue publicando poco a poco en el diario El Universal; desde Chile realizó una primera entrega, de varias, en mayo de 1925, en la que plasma su visión y evaluación de los logros alcanzados en la reforma educacional vasconceliana, de la que ella misma devino símbolo imborrable. Aparecieron en la página editorial bajo el título general de “La reforma educacional de México”. Recuerda con profundo respeto la figura de las Misiones Culturales encabezadas por Elena Torres, quien formó a los maestros rurales; a su lado conoció los modelos de escuelas agrícolas que contemplaban una organización integral, pues además valoraba las materias primas que brinda el campo, en el que los más pequeños cultivaban como parte fundamental de su educación. Además de libros cargaban con herramientas, y los alumnos y pobladores apoyaban con trabajo comunitario. La chilena observaba todo con profundo respeto, y reconoció que el normalista podía volver “la cara a la tierra”.

El siguiente año se publicaron tres artículos más que completarían el testimonio de la maestra Mistral. En ellos subdividió temáticamente cada logro; entre éstos destacaron la proliferación de escuelas rurales y bibliotecas, 1,500 para ser precisos, sin contar las de legaciones y consulados, bajo la premisa de que “cada soldado, cada obrero, cada campesino y cada niño” pudieran leer en México. Se refirió a “La hora del cuento” en las bibliotecas infantiles, a los departamentos editoriales y, sobre todo, hizo énfasis en la educación para el indígena, que requería de profesores especializados; para ello, se editaron libros para el maestro campesino. También consideró logros laborales como la jubilación y los Congresos del niño; y, por último, y fundamental, reconoció el aporte de las bellas artes en el marco de una educación infantil integral.