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Imágenes de una mujer extraordinaria que amó a México: Gabriela Mistral
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Imágenes de una mujer extraordinaria que amó a México: Gabriela Mistral

Conocer el legado de Gabriela Mistral (1889-1957) a través de sus escritos y adentrarse en las hermosas palabras que siempre dedicó a México es enfrentarse a la visión de una mujer nacida en una pequeña localidad de Chile, Montegrande del Valle del Elqui, que pronto encontró en la literatura y la educación una pasión que la llevó a conquistar el corazón de distintos lugares del mundo en su errante vida. Ponerle rostro y esbozar el perfil biográfico de la también Premio Nobel de Literatura (1945) es el objetivo de esta singular muestra.

Ya sea en dibujo, grabado o fotografía, la imagen de Lucila Alcayaga, verdadero nombre de la escritora chilena, revela un rostro mestizo, de ojos verdes, que en su infancia miraban día a día el campo, por ello conocía de cerca la situación de abandono de la enseñanza en los pueblos recónditos de los países latinoamericanos, sumidos en un profundo analfabetismo. Siguió los pasos de su hermana mayor Emelina, a quien acompañaba como su ayudante a dar clases en las escuelitas del valle. Paralelamente desarrolló un gusto por la escritura en la que deslumbrará por su sensibilidad y enorme talento literario. Sus primeros escritos pronto comenzaron a publicarse y en 1914 destaca cuando le otorgan a sus "Sonetos de la muerte" el Premio Literario de los Juegos Florales de Santiago.

La cercanía con México inició de manera epistolar con Amado Alonso y Alfonso Reyes, con quienes comparte sus publicaciones en diarios chilenos; los mexicanos difunden su obra, y ésta llega a manos de José Vasconcelos, entonces secretario de Educación, quien gratamente encontró en la Mistral un alma afín a la suya. A un año de su llegada, decide desplazarse como profesora rural: recorrió Veracruz, Guadalajara, Cuernavaca, Estado de México, Michoacán, y diversos pueblos de Oaxaca, acompañada de sus dos fieles colaboradoras mexicanas y amigas de vida Lolita Arriaga y Palma Guillén; ambas volverían a unirse a la poetisa, cuando fungió brevemente de cónsul de Chile en Veracruz.

“Patiloca”, como ella se refería a sí misma, se enamoró de la idea de seguir formándose a través de recorridos que la llevaron fuera de México en 1924, apoyada por Álvaro Obregón y después por el gobierno chileno. Publicó los libros: Desolación (1922); Lecturas para mujeres (1923);Ternura (1924); Tala (1938) y Lagar (1954), lo que le valió el Premio Nobel de Literatura. Su vida itinerante siguió hasta que la sorprendió la muerte en Nueva York el 10 de enero de 1957.