Desde que Revueltas era muy joven comenzó su interés por ingresar en el Partido Comunista Mexicano (pcm), motivado por la actividad de sus hermanos Silvestre y Fermín. Este último colaboraba con Diego Rivera y José Clemente Orozco, entre otros artistas plásticos, para El Machete, órgano de difusión de esa organización política. Sus experiencias en el trabajo, en su barrio y sus lecturas lo llevaron a abrazar la causa comunista como una labor misionera, a la que debía entregar todas sus energías y capacidades. Las primeras comisiones que tuvo una vez que logró ingresar en 1930, cuando tenía 16 años, fueron la entrega de correspondencia y mandados menores. Pero conforme la labor política de Revueltas se desarrolló, y su experiencia en el campo creció, se convirtió en un miembro destacado del partido: organizaba huelgas, se trasladaba a distintos lugares para adoctrinar a nuevos posibles militantes, apoyaba sindicatos, viajó a Rusia como representante nacional de las Juventudes Comunistas, etc., todo lo cual le valió varias estancias en las prisiones del país. Sin embargo, esto no lo hacía desistir de su compromiso militante; estaba dispuesto a morir por la causa si era necesario.
En los años treinta el pcm era un partido fiel a los dogmas y a las acciones impulsadas por la Internacional Comunista (ic), Stalin y la URSS, quienes ejercieron un poder centralizado en el resto de los partidos del mundo. Las políticas impulsadas y promovidas por la ic llevaron a la disminución de la crítica y el debate con el temor de que se desarrollara un comunismo más heterodoxo. En este contexto, la intrusión del Partido Comunista de la Unión Soviética (pcus) llegó al grado de enviar a México a observadores políticos cuya función era verificar la presunta traición que habían cometido Valentín Campa y Hernán Laborde al apoyar y proteger a Trotsky. Éstos serían destituidos de su cargo en la dirigencia en 1940 y sustituidos por Dionisio Encina. Revueltas comenzaría una lucha para probar el error que se había cometido, pero la suya era una batalla perdida: será expulsado del pcm en 1943 por mostrar una actitud divisoria al interior de las filas del partido a través de sus escritos, donde lo acusaban de no ser la vanguardia del proletariado, y, además, por desconocer abiertamente a Encina como dirigente. Aunque regresó años después, en 1956, Revueltas fue expulsado de nuevo y de manera definitiva en 1960.
Uno de los aspectos más relevantes en la vida de Revueltas, tanto por influir en su literatura como en su vida militante, fue su experiencia en las distintas prisiones del país. Se puede decir que prácticamente conoció todas las que había en su momento en la ciudad. La primera vez que lo recluyeron fue en 1929, en una correccional, cuando a los 15 años participó en un mitin en el Zócalo de la Ciudad de México para conmemorar la Revolución de Octubre y protestar contra el “mal Gobierno”. A partir de entonces comenzarían las idas y vueltas que contabilizaron un total de cuatro años y medio de su vida. Y aunque parecería que fue relativamente poco tiempo, lo importante es que Revueltas probó una gama bastante amplia del mundo carcelario desde la adolescencia hasta una edad relativamente avanzada (cuando tenía más de 50 años) y, sobre todo, que se trataba de prisión política, es decir, del resultado de un ejercicio represivo del poder contra una actitud individual y/o colectiva frente al mundo, contra el compromiso de un individuo que implica una toma de posición frente a una realidad económica, política y social. Llama también la atención que, en aquella época, la estadía en la cárcel era un “plus” que se agregaba a su carrera como militante.
Para un comunista, sobrevivir en prisión era una prueba de su confiabilidad, de su resistencia, de que poseía paciencia y disciplina para permanecer en una organización prácticamente clandestina. Sus estancias carcelarias le valieron el respeto de sus compañeros cuando era joven y también de sus discípulos de lucha cuando ya era mayor. Entre los penales que habitó se encuentran dos de los más importantes del siglo xx: las Islas Marías y Lecumberri. A la primera fue deportado dos veces: en 1932, y en 1934 por organizar huelgas, alentar a los obreros en su lucha, y por tratar de dar cauce a sus exigencias laborales y a sus peticiones salariales ante las autoridades. Revueltas fue sometido a trabajos forzados, participó en huelgas de hambre y regresó con paludismo y males de los que nunca se recuperaría. En Lecumberri pasó 30 meses, como resultado de su participación en el movimiento estudiantil de 1968. Esta prisión hizo que ingresara en la leyenda y le diera su aura de gloria ante una juventud rebelde que soportaba un sistema político anquilosado. Fue un encierro combativo, reflexivo y productivo en el plano ideológico y literario. Multiplicó los ensayos sobre el movimiento con una preocupación teorizante, reflexionó sobre la crisis del marxismo y escribió cuentos.
A partir del instante en el que Revueltas decidió dedicar su vida a la militancia comunista, participó de las prácticas que en aquel momento eran consideradas adecuadas para informar y difundir el pensamiento marxista. Todas ellas, compartidas por camaradas, líderes y aprendices, les dieron un sentido de comunidad y de pertenencia, y con el paso del tiempo formarían parte del imaginario político de la izquierda mexicana. Para que todos estuvieran a la par en lecturas y teoría, se organizaban círculos de estudios. El ¿Qué hacer? (1901) de Lenin era su libro de cabecera y recitaban como una oración la conocida expresión “Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”. En su formación, los textos de Federico Engels, como El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), resultaron relevantes, al igual que Salario, precio y ganancia (1865), Miseria de la filosofía (1847), El 18 de Brumario (1852) de Karl Marx, entre muchos otros. De igual forma leían novelas y crónicas que buscaban acrecentar su admiración y cariño por la Revolución de Octubre como Diez días que estremecieron al mundo (John Reed, 1919), Así se templó el acero (Nikolái Ostrovski, 1934), La madre (Máximo Gorki, 1906) y otros.
Asimismo, veían películas que los entusiasmaban: Cuando pasan las cigüeñas (1957), El destino de un hombre (1959), La batalla de Argel (1966). El cine fue muy importante para esa generación de militantes que salían de las salas cinematográficas gritando “mueras” al imperialismo. Las películas de Serguéi Eisenstein La huelga (1925) y, particularmente, El acorazado Potemkin (1925), que fue una de las de mayor impacto visual en la historia de la cinematografía, les dejaban el grato sabor de que la revolución proletaria avanzaba. A Revueltas le preocupaba la situación del comunismo internacional, charlaba sobre Yugoslavia o la Revolución cubana, criticaba a Regis Debray y su folleto Revolución en la Revolución (1967) y se interrogaba sobre cómo se conocería ese proceso revolucionario en la historia del siglo xx. Pero además de las lecturas y los debates intelectuales que sostenía, una de las características principales de la militancia de Revueltas fue el tratar de incidir directamente sobre las clases obreras y desfavorecidas. De allí su afán por organizar a los trabajadores, por realizar huelgas de hambre, por trasladarse a distintos estados a enseñar, pero también a aprender sobre su condición y sus necesidades. Así, poco a poco, en un proceso que le costó años, se dio cuenta de que la sociedad y la política mexicanas eran muy diferentes a lo que aparecía en los libros de Marx o en las películas soviéticas que exhibían en salas. Formó su propio criterio sobre ello y escribió una vasta obra sobre teoría política.
Aplicar una teoría a una realidad histórica y social muy distinta a como fue concebida originalmente por Lenin significó una especie de nacionalización de las ideas, conceptos y modelos que contenían sus postulados. La reflexión que realizó Revueltas en su intento por mexicanizar el marxismo leninista se centró en dos vertientes: primero, quiso poner en evidencia de manera real que en el país no existía un partido de vanguardia que representara los intereses obreros y, por otro, en sus sospechas de que algo no funcionaba bien, no buscó la respuesta en la realidad histórica del partido, sino en su dirección estructural, es decir, en la dirigencia que encaminaba, orientaba y representaba a los trabajadores. En esta etapa Revueltas simplemente desarrolló y profundizó su duda metódica como fundamento a priori de conocimiento, planteó su tesis y concluyó que el proletariado padecía una acefalía histórica. Fruto de este descubrimiento y de sus cavilaciones, publicó en 1962 su libro Ensayo sobre un proletariado sin cabeza y con ello se convirtió en el autor de una verdadera revolución intelectual que tuvo un impacto muy importante en la academia y en la izquierda mexicanas.
Pero este impacto no fue inmediato y en su momento fue poco entendido. Sin embargo, sobre todo después de 1968, el estudio de la realidad mexicana cambió drásticamente, de tal manera que las ideas revueltianas se convirtieron en la base teórica de un nuevo pensamiento crítico en México. La distancia emblemática y característica entre la teoría y la práctica, entre la razón y la capacidad de influir en el entorno, que angustió a Revueltas, fue también el signo de los tiempos en los que se desenvolvió una izquierda asfixiada por el poder y la represión, de un lado, y el dogmatismo, por otro. Según los especialistas, era una época en la que el pensamiento independiente y crítico corría por el filo de la navaja entre la incondicionalidad al socialismo y la cooptación del régimen. Personajes como Revueltas se debatían entre la lealtad a sus camaradas y la necesidad de ejercer una crítica que impactara la vida de un país como México. Al elegir este último camino se convirtió en un marginado de ambos bandos. Saúl Escobar Toledo considera que sus tesis políticas se distinguieron por su profundidad y su rigor teórico, pero adolecieron de un problema fundamental: el realismo.
Revueltas vislumbró la posibilidad de retomar su actividad política cuando inició el movimiento estudiantil a mediados de 1968. A esas alturas de su vida, a los 54 años, y después de mucho tiempo de reflexión, se había dado cuenta de que la lucha en México no era por la socialización de los medios de producción, sino por la libertad, la independencia y la democracia. Luego del bazukazo que destruyó la puerta de San Ildefonso, Revueltas renunció a su trabajo en el gobierno, tomó sus escasas pertenencias y se lanzó de lleno a la lucha. Los jóvenes involucrados en la causa, en mayor o menor medida, conocían su trayectoria militante y literaria, y aunque en un principio les resultó extraño que una persona de su edad se involucrara en su lucha, pronto sería acogido y respetado por la comunidad. Revueltas convirtió a la Facultad de Filosofía y Letras en su hogar temporal y con su trato igualitario, sin pretender ser dirigente ni hacer valer su experiencia en la lucha política, los activistas paulatinamente lo transformaron en un símbolo del 68 y en un mito de la izquierda revolucionaria.
Estudiantes reunidos en el Monumento a la Revolución durante el movimiento estudiantil de 1968.
ver RecursoDormía en las bancas, sobre las mesas, en el suelo, comía y bebía lo que hubiera y hacía todo tipo de tareas: redactaba volantes y manifiestos, organizaba brigadas y actos culturales, daba pláticas, promovía lecturas de poesía y disertaba sobre cine, literatura y marxismo. Aportaba su experiencia política y organizativa acumulada a lo largo del trabajo en sindicatos y ejidos, en el periodismo y en la literatura. De esta manera se ganó la estimación y el respeto de todos y resultó ser una presencia inspiradora. Pero además de ello, Revueltas se dedicó a generar y difundir su teoría sobre la autogestión académica, una especie de anarquismo comunitario que iba más allá del propio ámbito universitario y según la cual los centros de educación superior se deberían convertir en la parte autocrítica de la sociedad. Es decir, que la educación superior mediante la autogestión debería desempeñar un papel transformador y revolucionario. Con ello se daría un paso más para organizar lo que él llamaba “conciencia proletaria”. Sin embargo, según los especialistas, eran pocos quienes estaban comprometidos a su lado para realizar una tarea de esa magnitud y quienes comprendían sus principios en esos términos, por lo que una vez más su discurso se alejaba de la realidad para quedarse en el campo intelectual.
Documento de la Dirección Federal de Seguridad en donde se habla de una conferencia impartida por Revueltas sobre el movimiento estudiantil de 1968.
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