La identidad es un concepto dinámico, compuesto de la construcción de un repertorio propio de recuerdos, estímulos provenientes de todos los sentidos, evocaciones colectivas y el contraste con las narrativas que elaboran especialistas y/o autoridades. La música y las canciones forman parte de ese sentido de pertenencia y contribuyen a la reflexión sobre el plural inclusivo que somos. Cuando este bagaje sonoro se rememora y transmite a generaciones sucesivas, aquilatando su interpretación y su significado, entonces las comunidades hallan ahí un territorio audible que afina su adhesión al conjunto. Al entonar y recordar juntos una canción con su melodía, ese ejercicio individual que recupera palabras e imágenes se entrelaza de vínculos afectivos y refuerza las hebras de un tejido cultural compartido. Las personas deciden preferir cierta forma de vida y sus valores, por sobre cualquier otra posibilidad; es así como unimos el bordado de la identidad.
Actualmente se define a la etnomusicología como el trabajo de aquellos investigadores que complementan el estudio en abstracto de la música con el registro objetivo de expresiones sonoras en diversas culturas. Esa aproximación es por necesidad multidisciplinaria, ya que, además de requerir conocimiento sobre las convenciones musicales de Occidente, supone también la posibilidad de analizar y justipreciar el desarrollo que la música tuvo en otros contextos y a ubicarnos dentro de aquella tesitura. Esas otras culturas suelen transmitir y conservar oralmente su música (el modo en el que organizan sonidos y silencios, pero también su significado). La recuperación y resguardo de ese conocimiento, las más de las veces trascendental para aquellas culturas, mediante entrevistas y una aproximación a los códigos empleados para entender e interpretar esa música, transcrita desde sus lenguas originales, se vuelve también una necesidad. Es decir, que esos profesionales y cuantos nos acercamos a esas tradiciones del conocimiento, participamos de un proceso de creación de conciencia sobre aquella memoria, la diversidad cultural que nos define como nación y la delicada tarea de preservar dichos acervos.
La etnomusicología en México tiene como uno de sus padres fundadores a Raúl Hellmer, reconociendo su trabajo como pilar en dicha disciplina en la segunda mitad del siglo xx. Nacido en Filadelfia, Estados Unidos, el 27 de octubre de 1913, realizó estudios en las universidades de Yale y Harvard, para llegar a México becado en 1946. Joseph Raoul Hellmer Pinkham conoció tan bien las expresiones musicales de diversas etnias en nuestro país, que podía precisar de qué pueblo se trataba oyendo apenas alguna melodía o el fragmento de una canción.
Era, además, un experto técnico en la captura y soporte de aquellos sonidos, pese a las difíciles condiciones que imponían la tecnología de entonces y el trabajo de campo. Murió en la Ciudad de México el 13 de agosto de 1971, dejando como legado casi 300 grabaciones llevadas a cabo en Morelos, Estado de México, Oaxaca, Michoacán, Veracruz y Puebla.
Esos registros se hicieron entre 1947 y 1952, pero su análisis y explicación implicó trabajo de muchos años más. Hellmer se acercó a comunidades indígenas para documentar sus costumbres y cotidianeidad, tomando nota y haciendo reproducciones del universo auditivo y trascendental de aquellos pueblos. A él debemos mucha información sobre corridos, peteneras, sones, malagueñas, danzas, bailes de fandango y otras hibridaciones cuyo origen está en la Conquista; chilenas, arrullos para niños, bandas de viento y otras influencias decimonónicas; acompañamiento para santiagos y chinelos; bereleles, tonadillas para sanación. Hizo también transliteraciones desde intercambios con hablantes de lengua náhuatl para innumerables canciones. Cabe señalar aquí que Hellmer también fue un estupendo fotógrafo, cuya obra es desconocida para el gremio y la estética.
Parte de su obra fue lanzada al mercado en 1959 por RCA Víctor; los más famosos acetatos entonces comercializados se llamaron: México, Alta Fidelidad (VRS-9009) y Mexican Panorama (VRS-9014). Debe decirse, sin embargo, que dichas compilaciones no le rindieron debido crédito. Música prehispánica y mestiza de México (MKS-1773) fue una edición conjunta con Federico Hernández, promovida como disco de larga duración (lp) y vendida también por RCA Víctor aprovechando el impulso mercadológico de la XIX Olimpiada de 1968. Materiales previos fueron reeditados para el Mundial de Fútbol en 1970. En esa misma época Hellmer escribía reseñas discográficas para la revista Ethnomusicology, que publicaba la University of Michigan Press, pero hacía también crítica de pares para académicos como Arturo Warman o Robert M. Stevenson en colaboración con la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.
Entre 1924 y 1996 es rastreable un interés programático en sucesivos regímenes por promover lo popular e indígena; sin embargo, y a nivel ministerial o en los discursos de Estado, el tratamiento no ceja de ser paternalista y de asumir una distinción donde la alta cultura acoge al folclor. Hay entonces un predicado nacionalista que selecciona el pasado etnográfico y lo discrimina de acuerdo con un canon identitario historiográfico, centralista y mestizante. No es ése el presupuesto de Hellmer, pero a partir de su superior inmediato hay una élite burocrática encargada de la educación y el arte que efectúa aquella depuración para divulgar lo mexicano-indígena. La musicología actual, en cambio, está inspirada en la práctica deferente, sensible al contexto y de espíritu colaborativo que caracterizaba a Raúl Hellmer.
En el Departamento de Cultura Indígena que José Vasconcelos propugnó junto al impulso de las Misiones Culturales hubo músicos y maestros rurales interesados en el folclor de los sitios adonde fueron destacados. Algunos de esos materiales recopilados se llevaban al Museo Nacional por Rubén M. Campos, y José M. Puig Casauranc encargó textos que orientaran futuros empeños similares. Cuando dirigió el Conservatorio Nacional de Música, Carlos Chávez había instaurado cátedras de investigación tituladas Música Popular y Nuevas Posibilidades Musicales. Fue hasta la llegada a México de Ralph Steele Boggs, un hispanista y folclorista norteamericano, en 1938, y con la fundación de la Sociedad Mexicana del Folklore (sic) (smf), donde estuvieron involucrados Andrés Henestrosa, Frances Toor, Vicente T. Mendoza y Gabriel López Chiñas, que el estudio de las músicas indígenas y populares tiene un impulso claro. La smf publicó al cabo de un año de trabajos una Bibliografía del folklore mexicano.
En 1946 sustituye a ese grupo informal el empeño institucional que encabezarían las oficinas de Jesús Bal y Gay y Baltasar Samper, ocupando las jefaturas de “Música culta” y “Folclór” (sic) en la Sección de Investigaciones Musicales del Instituto Nacional de Bellas Artes.
El objeto de estudio definido por Samper y Hellmer en su colaboración, y donde el segundo era subalterno del primero, comprendía canciones, rondas infantiles, bailes, música instrumental y pregones. Para ello era requisito tomar dictado al hilo de las piezas escuchadas, afinación exacta con diapasón, ubicar fórmulas rítmicas, acordes y su posicionamiento.
La primera ruta de grabación de Hellmer en el estado de Morelos se extiende de Cuautla hacia Tlayacapan y Tepoztlán, pasando por Yautepec y Axochiapan. Más tarde trabajó las ciudades de Matamoros y Huauchinango en Puebla, pero hizo estación también en el Istmo de Tehuantepec. Hellmer era un firme creyente, y un hábil practicante, del rapport. Es decir, una relación construida desde la confianza e intentando generar apertura en el entrevistado que requiere un trabajo de acercamiento previo a la entrevista o a la interpretación de la música. Jarocho de Filadelfia, le decían. No sólo hizo investigación sobre la música en aquellas comunidades, Hellmer se dedicó también a recolectar instrumentos y a documentar su morfología, afinación y peculiaridades interpretativas.
Henrietta Yurchenco es una estadunidense que trabajó como productora de radio, folclorista y etnomusicóloga en Guatemala y en México. En 1939 produjo la primera emisión dedicada a la música folclórica de la radio en los Estados Unidos; allí introdujo en la cultura popular americana a intérpretes tan relevantes para el góspel y el blues como Leadbelly, a los folcloristas Pete Seeger, Woody Guthrie y a Aunt Molly Jackson (todos ellos, además, activistas políticos). La impronta de sus investigaciones es análoga a la relevancia del aporte de Hellmer. De hecho se conocían y tuvieron una fructífera relación de pares. En 1952, Hellmer, Yurchenco y Samper se reunieron en la Ciudad de México para hacer copias de las grabaciones realizadas durante sus estancias en el campo; así garantizaban que los discos registrados en primera instancia se guardaran también como cintas magnetofónicas.
En 2014 se reconoció el trabajo de Raúl Hellmer y de su colega Henrietta Yurchenco como Memoria del Mundo, por la Sección México de la unesco. En ambos es claro un repertorio de premisas que acusa influencia de Franz Boas, es decir, hay una crítica al esquema evolucionista. Se asume que cada grupo estudiado tiene su propio entramado cultural y desde ahí debe ser observado. Pero la vértebra fundamental es que el trabajo de campo precede a la elaboración teórica que articula la investigación como producto académico. La descripción etnográfica es sucesiva etapa; sólo el conocimiento de la lengua, la vida cotidiana, los sistemas de pensamiento y diversos acontecimientos justifican una monografía desde fuera y para consumo especializado.
Hellmer mismo contaba que aprendió náhuatl cerca de Cuautla, enseñando inglés a cambio de lecciones sobre la lengua de los indígenas. Se preocupó siempre por compartir su conocimiento; se integró a la planta docente en el Centro de Enseñanza para Extranjeros de la unam, en 1969 y 1970. Hizo, además, 96 programas de radio entre 1966 y 1969 con Radio Universidad y 25 cápsulas de televisión junto a Antonio García de León, tituladas Flor y Canto, para Canal Once. Allí lo acompañó su único discípulo: Thomas Stanford. En años posteriores, este último sistematizó y convirtió en “productos de comunicación idónea” series de materiales fonográficos indígenas con sus investigaciones financiadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista, la Dirección General de Culturas Populares y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.