Cauduro

La justicia y la pintura en México

(OCULTAMIENTOS Y DEVELACIONES)

A Rafael Cauduro le parece que la pintura encuentra justificación y necesidad en el ámbito de la opinión pública. Este arte no retrata un mundo interno ni describe qué ha de ser lo sublime. Su cometido es el mismo que abrogó distinciones para la ciudadanía tras el enciclopedismo, promoviendo conciencia y desacato en el París donde bullía la Revolución. La representación para este artista puede hablar sólo de lo que debatimos todos de forma cotidiana en una circunstancia convulsa y disputada como la nuestra. En el edificio principal de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (scjn), frente al Zócalo y a un lado del Palacio de Gobierno, una obra pictórica sobre las paredes escala tres niveles. Esta espiral narrativa sube y baja, simbólica y literalmente, como la trama en la que se hallan envueltos los jurisconsultos mexicanos que ahí laboran.

Pintura de cauduro

Rafael Cauduro, La historia de la justicia en México.

La crónica del presente arroja sobre las paredes de la máxima magistratura constitucional un reclamo ominoso respecto de su objetivo último. Nacido el 18 de abril de 1950, la vida adulta de Cauduro coincide con el trauma histórico de Tlatelolco y su arco creativo se expande al resto del siglo xx, mientras ocurren una transición democrática, neoliberalismo económico disfrazado de responsabilidad y estrategia, su némesis política y la tragedia que impide acceso pleno a la justicia para muchos connacionales.

Aún estudiante, Rafael Cauduro consiguió trabajo en el medio publicitario y ejerció la caricatura durante varios años para diversas publicaciones. La universidad le enseña, sobre todo, vías para una historia que después devorará solo y abrevando, para comprenderlas, en cuanta técnica se encuentra. En la sede de la scjn, esquina de José María Pino Suárez y Venustiano Carranza, en efecto hay obra de otros muralistas. Pero muy poco hay en la cacofonía y arenga sardónica de José Clemente Orozco que pudiéramos equiparar con lo que él pinta. Lejano también está el tratamiento heroico y abstracto que inspiran Luis Nishizawa, Leopoldo Flores o Ismael Ramos. Para entender qué hay del muralismo en Cauduro vale más recordar lo que David Alfaro Siqueiros propugnaba: que la pintura como práctica social debía ser atestiguada y mirada críticamente por el pueblo. No hay nacionalismo en nuestro pintor, pero sí un innegable amor por el México vulnerado que ha vivido. El legado de La Tallera, la casa-estudio de Siqueiros en Cuernavaca, esperaba que “arte público” no fuera solamente una etiqueta que historiadores ponen a obras cuyo sustrato es un edificio institucional. Habría un laboratorio plástico únicamente si, como hizo Rafael, que vivía muy cerca de allí, se hacía caso del llamado Coronelazo y en aquel obrador para la manufactura de murales en lugar de decorar se interpelara a la scjn.

Tomó un par de años resolver, frente a la Sala Poliangular, 290 metros cuadrados y siete estaciones narrativas para lo que el artista tenía que decir y no era la exaltación de la imparcialidad y la jurisprudencia en México. Mucho menos alegatos que pretendieran dar por admisible el camino que va de la procuración (el dictado de la ley) a la impartición (los juzgados) y administración (las policías) de justicia en este país. Manumiso quizá, pero probablemente sin conseguir emanciparse del todo, agachado y confundido en la inspección de un altero de expedientes, en la base misma del edificio y principio del mural, Cauduro es reconocible mitad archivero y mitad hombre en y para el sistema.

Pintura de cauduro

Rafael Cauduro, Aquí estoy, para ser juzgado.

El muralismo tiene su origen ideológico en la Revolución mexicana y las colaboraciones que artistas y Estado llevaron a cabo a partir de la década de los veinte. El Palacio Nacional, el Colegio de San Ildefonso y la Secretaría de Educación Pública son claros ejemplos de aquel convenio plástico e ideológico. Su culminación se encuentra durante la Bienal de Venecia de 1950, cuando se dio especial énfasis a lo que entonces se convirtió en el mito internacionalmente aclamado de la Mexicanidad en el Arte: “Los Tres Grandes” (Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco) contrapunteados por el “cuarto disidente” (Rufino Tamayo). Vinculado con dicha tradición, Cauduro va mucho más allá de la mímesis y la propaganda en la serie que nos ocupa no se conforma con exhibir objetivo reportaje de lo que observa. El basamento es un tzompantli, alusión sin duda al dispositivo sacrificial azteca, pero aquí en su calidad forense y como pública querella contra sucesivos gobiernos incompetentes al explicar y resolver desapariciones, homicidios, crimen organizado.

Pintura de cauduro

Rafael Cauduro, Aquí estoy, Tzompantli.

Contiguo tiene un lóbrego habitáculo que ocupan archiveros abandonados, personas allí aprisionadas por una circunstancia procesal muchas veces insospechada e incomprendida. Su apuesta para revisar el estado de la justicia en México pretende ser vicarial, preguntándose cómo purgan su existencia aquellos a quienes el derecho falla con sus supuestos.

Cauduro conoció el éxito comercial muy joven y ello le costó desapego por parte de la Academia y la crítica de arte en México. Salvo dos excepciones, tan sólidas como su práctica y trayectoria. La entonces directora del Museo de Arte Moderno, Teresa del Conde, abrió las puertas de ese foro y curó la exposición que en 1991 fue presentada al público mexicano. El teórico Alberto Híjar tiene un lúcido ensayo en el que deslinda las proximidades de esta obra con el muralismo, clave para explicar el arte mexicano de la modernidad, y la distancia que él pone respecto a aquella prédica, los usos que de ella hizo el Estado y la iconografía a la que recurre.

Para identificar el arte de Cauduro es importante señalar que, si bien hay precisión y minucia en cada uno de sus trazos, ese rigor y exigencia para el oficio parte de la realidad, pero explora otras vías donde la retina debe pausar sus fáciles conclusiones obligando al sujeto a reflexionar. En la que tendría que ser pared exterior del lugar que él insinúa en Pino Suárez, cautiva e ignorada, una mujer víctima del crimen es, no obstante, observada a través de una cámara de Gesell. Quienes miran podrían ser solamente policías o representantes de medios de comunicación. Esa exposición omnipresente del delito en nuestro contexto nos hace cómplices del menosprecio y desatención. Revictimizamos al ser mudos testigos. Pegado al muro derruido un cartel sentencia: "Auschwitz".

Pintura de cauduro

Rafael Cauduro, Auschwitz.

Visualmente el conjunto impresiona: dadas las imágenes desarrolladas desde una angulación oblicua, por los efectos ópticos que vierten la escena hacia el espectador y el dominio de la geometría que cuestiona el sitio y la estabilidad desde la que se mira. Allí hay una exhaustiva explicación de las posibilidades expresivas de la perspectiva lineal que también son demostración del aprendizaje que tuvo de grandes maestros que vio desde su formación como arquitecto.

Pintura de cauduro

Rafael Cauduro, Perspectiva.

En la escena siguiente y desde una visión elevada pareciéramos ser invitados a espiar lo que ahí pasa. Pero ocurre más bien que nos atenaza vértigo frente al abismo; al fondo yace alguien víctima de secuestro, cotidiano suceso que compartimos. Otra asignatura pendiente más para las corporaciones auxiliares del Ministerio Público, las dependientes de la Secretaría de Gobernación o aquellas entidades cuya tarea es salvaguardar la integridad física de las personas, así como garantizar la convivencia pacífica.

Pintura de cauduro

Rafael Cauduro, Abismo.

Del boceto y de los primeros trazos queda claro que en Cauduro la idea está terminada ya mucho antes del trabajo y su consecución, es decir, que hay una imagen previa, madura reflexión que antecede a la faena sobre andamios y armado de pincel. En un primer golpe de vista, el muralista se antoja hiperrealista o crudo y transparente. Pero apenas se concilie lo que el ojo percibe con lo que uno ha pensado, resulta evidente que algo surreal en las texturas, más dirigidas al tacto que a la vista, trampantojo (trompe-l'œil) y artificio donde confluyen las líneas, arroja una pintura más compleja de lo que parece.

En la cúspide: una declaración ciudadana. Emparentada también con la Ilustración y su toma de la Bastilla. El graffiti del fondo es claro: libertad. Es en el pueblo y su reacción que germinan convivencia democrática e instituciones legítimas. Copadas las ventanas por guardianes del orden, perseguida la gente por un aparato represor del Estado, una tríada de arcángeles fuertemente armadas y en actitud confrontacional gravitan sobre el conjunto. Están ahí para encabezar la que habrá de ser insurrección y renovación de la justicia por quienes la reclaman y de donde emana legitimidad para el poder.

Rafael Cauduro, Libertad.

La agenda estética de Cauduro tiene aquí una reivindicación colectiva y un juicio político incontestable, sin embargo, la demostración del argumento en términos plásticos no carece de poética. Ahí hay belleza pese a la temática. Se nos convoca a una militancia desde el arte y, hechas las alusiones a finales del siglo xviii y al Renacimiento mexicano, a una actitud revolucionaria.