El sábado 1° de enero de 1994 tuvo lugar el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) en el sureño estado mexicano de Chiapas. A muchos nos tomó por sorpresa. Gobierno, medios de comunicación, sociedad civil, visitantes extranjeros, a todo mundo.
Me enteré hasta la mañana del lunes 3 de enero al comprar el diario que pagué y doblé sin ojear para dirigirme a tomar un café y desayunar con calma. Las noticias y fotografías habituales de esas fechas normalmente son de avenidas vacías de la Ciudad de México, acaso algún quemado por pólvora y los aburridos mensajes de Año Nuevo de funcionarios o la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan). Nada para recordarse y leerse. Esa mañana cambiaría para siempre nuestras vidas.
Al leer la primera plana quedé atónito. El encabezado destacaba el enfrentamiento armado en Chiapas. De inmediato me comuniqué con mis amigos para comentar la noticia, el asunto iba en serio.
La ocupación de cabeceras municipales por parte de grupos de campesinos chiapanecos fueron habituales durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), por ello me atrevo a pensar que las imágenes y notas del 1° de enero pasaron casi desapercibidas para muchos. Sin embargo, para el día 3 se apreciaba algo muy distinto. Los reportes de combates en distintas poblaciones, la declaración de guerra del ezln al Estado Mexicano y sus Fuerzas Armadas, así como fotografías de guerrilleros acribillados en las primeras planas de la prensa nacional e internacional mostraban algo muy diferente.
Mi generación ahora tenía la posibilidad de reportar un conflicto armado, ya que durante las guerras de Nicaragua, El Salvador o Guatemala éramos muy jóvenes, pero había otros elementos, el enfrentamiento entre un ejército profesional y una guerrilla conformada mayoritariamente por indígenas tenía lugar en mi país.
Por esos años yo era fotoperiodista independiente y formaba parte de un colectivo fotográfico que nombramos “Iconos”, donde participaban también Jorge Claro León, Héctor Hernández Calderas y Fernando Soto Vidal. Luego de ganar el volado para decidir quién sería el enviado tomé el vuelo a Tuxtla Gutiérrez y de ahí por autobús. Todo parecía normal hasta que nos acercábamos a San Cristóbal de las Casas, donde pasamos dos retenes del Ejército para llegar al destino.
Ya para el día 4 de enero estaba toda la prensa en “Sancris”, como le llamamos afectuosamente a San Cristóbal de las Casas, de forma natural se empezaron a formar pequeños grupos de colegas que, fuera en auto de alquiler o taxis, empezamos a salir a distintas localidades en medio de un secretismo para ganar la noticia. En Ocosingo fue abrumador observar los cuerpos de combatientes tirados en el mercado y en las calles. Todos los habitantes estaban ocultos, avenidas y callejones desiertos, aunque a veces nos topábamos con algunos soldados de élite fuertemente armados realizando recorridos, pero no nos molestaban.
Los miembros del Ejército regular, muy jóvenes todos, estaban agazapados en distintos puntos de los cruces de avenidas y nuestro único temor era ser confundidos en la carretera por algún bando y recibir fuego, pues las cámaras fotográficas a lo lejos parecían armas.
El enfrentamiento tuvo un cese al fuego rápido y la búsqueda de la noticia se centraba en reportar a los desplazados y hacer una fotografía del entonces incógnito Subcomandante Marcos. Siete años después del levantamiento del ezln realicé una segunda cobertura del zapatismo, ya en la Ciudad de México, de forma muy marginal, sin colectivo, pero con una gran expectativa de ver llegar al Zócalo a los voceros de un movimiento que aún hoy sigue vigente.
La fotografía de prensa era muy distinta hace 30 años a lo que conocemos ahora; lo usual era tirar en blanco y negro, revelar e imprimir positivos en un pequeño laboratorio improvisado o hacerlo en diapositivas de 35 milímetros, que lamentablemente se perdían para siempre en los medios impresos. Sólo las grandes agencias internacionales llevaban transmisores que podían utilizar siempre y cuando existiera línea telefónica, pero el soporte era el mismo para todos: la película de 35 milímetros.