Luis Fernando Granados, La Rata, publicó su tesis de licenciatura “Sueñan las piedras:
alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15 y 16 de septiembre, 1847” en 1999. Obtuvo el
premio Francisco Xavier Clavijero por mejor tesis de licenciatura en Historia y, en 2003, se publicó
en coedición Era / Conaculta / inah.
La obra es un relato detallado del levantamiento —o levantamientos— popular en la Ciudad de México
en los primeros tres días de incursión del ejército estadounidense en la capital, a diecisiete meses
de iniciada la guerra entre ambas naciones, en mayo de 1846.
La investigación de La Rata es abundante en detalles que no están en su relato sólo como mera
curiosidad, sino como un constante planteamiento y replanteamiento de cómo se usan las fuentes en la
historia. En este caso estamos, quizás, ante una microhistoria, tanto por el tiempo como por el
espacio acotados: tres días en la ciudad de 1847, hoy el centro histórico de la capital
del país.
Con esta obra, La Rata concretó un trabajo sobre dos de los temas que lo acompañarían de por
vida: la ciudad y el pueblo en rebeldía.
En Memórica quisimos retomar esta obra para rendirle homenaje a su recuerdo pero también a su
brillante capacidad para contar y escribir una historia. Estamos, sin duda, frente a un libro que,
con su lectura, se aprende cómo se hace historia.
La presente exposición incluye una semblanza peculiar sobre La Rata como profesor, una
profesión que cultivó sin presunciones y con una meticulosa metodología de enseñanza-aprendizaje que
fue explorando en las aulas juntos con los y las estudiantes que tuvieron el enorme privilegio de
asistir a sus clases.
Con el fin de acercarnos más directamente a la obra, ofrecemos una reflexión sobre la importancia y
significado historiográfico de Sueñan las piedras…
No quisimos dejar de dar a conocer a quien visita esta exposición, la relevancia del pensamiento de
Luis Fernando como historiador que, a pesar de su pronta y repentina partida, dejó una obra
histórica de trascendencia. A ello dedicamos una sección.
Luis Fernando Granados Salinas (1968 - 2021) —los dos hechos a los que hacen referencia las fechas que delimitan su vida tuvieron lugar en la Ciudad de México— estudió la licenciatura en Historia en la unam y obtuvo el grado de doctor, también en Historia, por la Georgetown University.
Tomado de “Carta 5. Luis Fernando, el de la Veracruzana (I)”, El Presente del Pasado, 22 de julio de 2021.
Placa conmemorativa en la Biblioteca Carlo Antonio Castro Guevara de la Unidad de Humanidades de la uv.
Fue dueño de
una profusa pluma y fue un incansable lector, lo que le permitió desempeñarse como un editor
minucioso y también como profesor. Impulsó y promovió el desarrollo de la publicación electrónica El
Presente del Pasado (2012 - 2021) del Observatorio de Historia*. En 2015 inició su
breve trayectoria
como parte del cuerpo académico del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la
Universidad Veracruzana.
Durante algunos meses del 2019 fue director nominal de la entonces llamada Dirección de
Patrimonio Histórico y Cultural de la Coordinación de Memoria Histórica (actualmente es
la Dirección de Creación de Contenidos de la Oficina para la Memoria del agn) y durante su breve
gestión definió en gran medida la ruta que el equipo de la mencionada área habría de seguir hasta el
día de hoy.
En 2021, amargamente, su familia, colegas, alumnos, exalumnos y amigos tuvieron
que despedirse de él, no obstante, de maneras entrañables sigue presente. En 2022, acompañado de un
emotivo homenaje se llevó a cabo la develación de la placa conmemorativa de la donación de su
colección personal a la Biblioteca Carlo Antonio Castro Guevara de la Unidad de Humanidades de la
uv; la edición por parte de sus colegas de
Uso y valor de Henri Lefebvre: siete ensayos a
propósito de El derecho a la ciudad en la que figura como coordinador ya que él mismo impulsó la
lectura minuciosa y su discusión de varios clásicos historiográficos y esta nueva obra da cuenta de
ello. Entre su producción escrita destaca la publicación de los libros En el espejo haitiano: los
indios del Bajío y el colapso del orden colonial en América Latina (2016) y Sueñan las
piedras…
(2003).
*El Presente del Pasado goza de gran singularidad ya que fue una publicación en la que lfg, además de ser editor fue uno de los colaboradores más activos. En la mayoría de los escritos publicados podía leerse la pluma crítica de los autores quienes analizaron la aplicación del conocimiento del pasado en el presente. Escribieron en ella alumnos en formación, así como profesionistas de todo grado. Luego de la pérdida de lfg, el consejo de la publicación decidió no continuar con las actividades del observatorio, limitándose a recuperar algunos textos de los que conocieron a lr y con los cuales lo despedían cariñosamente. Pueden consultarse las entregas bisemanales en: http://elpresentedelpasado.com.
La Rata, fotografía recuperada en sus cuadernos de trabajo.
La Rata, abril de 1996, fotografia recuperada en sus cuadernos de trabajo.
Retomando su paso por las universidades se menciona, sobre
todo, el nombre de las instituciones,
en las que también se desempeñó en la labor docente, y en menor medida se ha hecho un retrato de
La Rata frente a un salón de clases. Impartió clases en la unam, en la Iberoamericana, el Colegio
de México, en la Veracruzana, así como en centros académicos en el extranjero como Georgetown,
entre otros. Impartió las clases de Historiografía de México, Comentario de Textos e
Historia
retrospectiva de Francia en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras y
asistió a Adolfo Gilly en su seminario de posgrado en la unam. En Xalapa impartió el Taller de
Historiografía Contemporánea y seminarios en los que, junto con los asistentes, discutió la obra
El Mediterráneo… del historiador francés Fernand Braudel.
Como profesor de asignatura no era muy diferente a lo que podía encontrarse en los pasillos, en
los cafés y otros sitios que frecuentaba. Poseedor de un amplio bagaje cultural ofrecía en sus
clases comentarios en los que desplegaba su dominio del conocimiento historiográfico. No era de
aquellos aficionados a hablarle incansablemente a un grupo, él prefería dialogar con los jóvenes
que asistían a sus clases. Fiel defensor de la idea de “leer mamotretos completos” acercaba
interesantes obras historiográficas al igual que literarias y pacientemente daba la palabra a
los futuros
historiadores. Se sentaba en aquellas incómodas sillas individuales y las intercambiaba de una
en una con los compañeros para sentarse frente al alumno al que estuviera evaluando y expresarle
de manera personalizada las carencias detectadas —que a media carrera universitaria no eran
pocas—
y resaltar aquellas ideas que le habían gustado en los incipientes análisis historiográficos.
Escuchaba, sobre todo escuchaba. Le parecía insólito no darle la palabra a los alumnos que
vivían, viven, en la periferia y que asistían, asisten, puntualmente a las ocho de la mañana a
tomar
clases en la universidad. Los incitaba a expresarse, porque los profesores de historia de eso
viven, de
“tirar un rollo” en un salón de clases. Los invitaba a hablar pese a que la voz de muchos se
volvía trémula por temor a la burla que provoca equivocarse. Luego de escuchar la opinión de
cada uno
siempre buscaba resaltar algo de valor en aquello que se mencionaba. Sorprende revisar sus
cuadernos de trabajo e identificar los nombres de los jóvenes con frases, palabras, ideas o lo
que fuera
que habían dicho y que le parecía importante.
Como buen lector, y perfeccionista de la palabra, cuando citaba a réplica a los jóvenes les
devolvía un texto sangrante, lleno de correcciones estilísticas, ortográficas y con valiosos
comentarios
para el desarrollo de las ideas que lo merecían. Muchos han hablado de su generosidad, lo que es
verdad, no dudaba en obsequiar libros, en ofrecer oídos, en leer los textos que sus alumnos
creaban, a
compartir referencias de lecturas, a invitarlos a proyectos, seminarios, a platicar y a
reflexionar.
Era entusiasta de aquellos jóvenes desilusionados y al mismo tiempo apasionados por sus temas de
investigación en estado embrionario. Humano como todos, con sus vicios y defectos, quienes lo
conocimos mantenemos tiernamente sus virtudes en nuestros recuerdos.
Ex dono de la colección Dr. Luis Fernando Granados.
Hace ya veinte años apareció Sueñan las piedras. Alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15 y
16
de septiembre de 1847 de Luis Fernando Granados. Hoy es un triunfo paradójico para la
historiografía que
este texto se encuentre agotado en librerías. Una conquista porque no cualquier texto histórico corre
con la misma suerte en su primera y única edición; pero al mismo tiempo es una lástima, porque quienes
no corrimos con la suerte de hacernos con una copia debemos buscarlo en bibliotecas. Pero tal vez ahí
también radique otra de las suertes de este libro: las bibliotecas están cerca de los estudiantes y este
libro debe ser leído por gente en formación, ya que tiene una juventud y una actualidad historiográfica
impresionante a sus dos décadas.
Esa frescura se encuentra en más de un sentido. Aquí nombraré sólo algunos aspectos a destacar de
manera muy humilde para tratar de hacerle justicia a la relevancia del texto de quien fue mi maestro de
historiografía, el querido y admirado Luis Fernando. En primer lugar, se inscribe en la discusión
historiográfica del hecho histórico, es decir, nos habla de este suceso acaecido en un puñado de días de
septiembre de 1847, cuando el ejército de los Estados Unidos invadía el ya México independiente. Un tema
clásico para el acercamiento del siglo xix en nuestro
país, que quienes lo han historiado han echado
mano de una serie de fuentes de la época, como escritos de testigos, estrategas e historiadores
contemporáneos, tanto estadounidenses como mexicanos. Un evento que, según se nos ha dicho, contribuyó a
un sentimiento protopatriótico y de unión de los habitantes del país ante el enemigo externo. Pero Luis
Fernando se pregunta ¿Quiénes realmente combatieron y por qué lo hicieron? ¿Realmente ese sentimiento
había llegado a los habitantes de los barrios periféricos que habitaban esa ciudad y vivían una vida
alejada de las estratagemas políticas de las élites?
Plano de los puntos atacados por el ejército americano en los días 12, 13 y 14 de septiembre de 1847. Ver recurso
Aquí viene el segundo punto relevante de la (re)lectura de un joven Luis Fernando, cuya propuesta se
nutre de la historia social anglosajona, particularmente de los textos clásicos de la historiografía
marxista británica de la segunda mitad del siglo xx como E. P. Thompson o Eric Hobsbawm. Gracias a ello
sus protagonistas, a pesar del título, por supuesto que no son las piedras, sino quienes las utilizaron
como armas ante la impotencia de ver su ciudad sitiada y su suerte en manos de dirigentes indiferentes a
su forma de vida, no sólo durante esos tres días sino todos. Granados como pocos se pregunta por esos
capitalinos anónimos decinomónicos y les dota de agencia, es decir, los convierte en actores sociales de
su propia historia, con reclamos y anhelos en sus condiciones sociales de desigualdad y de tensión
constante con las clases dirigentes.
Por otro lado, la estructura del libro nos recuerda a esa apuesta narrativa audiovisual de las
primeras décadas de la historia del cine que buscaba representar la vida en las principales urbes: la
sinfonía urbana. Casi como Walter Ruttmann y su Berlín: sinfonía de una gran ciudad, el autor nos
lleva
por una minuciosa reconstrucción de los hechos desde el día anterior, nos presenta a los personajes, los
escenarios y los detalles de los efectos del avance estadounidense hacia el centro de la capital
mexicana. Pero también nos pinta atmósferas, emociones de los distintos batallones del ejército mexicano
al ocaso, durante la madrugada del primer día y la frustración y dolor del 15 y 16 de septiembre de
1847.
Finalmente, una de las sorpresas más gratificantes de la lectura de Granados es leer cómo hace emerger
la ciudad de México a partir de su narración, cómo construye una cartografía viva. Antes de las
discusiones de la nueva historia urbana en México y del nuevo clásico de Karl Schlögel que nos dice que
En el espacio leemos el tiempo, Granados ya hacía eco de la tradición de la historia urbana
francesa.
Con ello no sólo hay un vivo ejemplo de la operación historiográfica de la que hablaba Ortega y Gasset,
en la que nos presenta una narración analítica y selectiva, sino también el balance de los ejes de la
historia: el tiempo y el espacio. Por medio de su narración, el autor nos permite conocer los obstáculos
del medio físico, tal como habría planteado Braudel; el avance de los batallones estadounidenses por las
calles, las calzadas; pero sobre todo, cuál era la composición sociodemográfica de la ciudad de México,
y por qué los habitantes de los barrios periféricos salieron a lanzar piedras a los invasores, pero
también a saquear los edificios que simbolizaban y desde donde se ejercía el poder político.
Sueñan las piedras… podría considerarse un ensayo historiográfico que combina historia militar social,
urbana; un excelente balance de entre la teoría, la investigación exhaustiva y la crítica
historiográfica. Pero es incluso mejor porque Luis Fernando Granados, fiel a sus convicciones
historiográficas, parte de la potencia de que la historia la configuran los actores sociales, aquellos
que, con sus emociones, sus ilusiones y sus sueños, lanzaron piedras de la misma ciudad que habitaban,
por las condiciones de desigualdad y sus circunstancias particulares durante la invasión estadounidense.
Portada de Sueñan las piedras… tomada de Ediciones Era.
Nota a la exposición: A partir de la sala 4, todos los textos, salvo donde se indique algo distinto, son fragmentos textuales del libro Sueñan las piedras de Luis Fernando Granados.
Ante todo […] debemos detenernos en el efecto social de los hechos militares del 13 de septiembre: los grandes acontecimientos, en especial el asalto al castillo de Chapultepec, pero también los pequeños sucesos ocurridos a partir del mediodía, constituyen los últimos acordes de lo que podríamos llamar la obertura del alzamiento. Si la célebre luminosidad del valle ya había permitido —el 20 de agosto y el 8 de septiembre, por lo menos, aunque la costumbre debe tener su origen en las guerras civiles de los veinte años anteriores— el agolpamiento de los curiosos en las azoteas y las torres de las iglesias capitalinas, mucho más abundante debe haber sido el público el lunes 13: desparramador como hongos —blancos, rojos, azules— los parasoles evidenciaban la espera.
Plano general de la ciudad de México.
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Reunido en la Ciudadela con un puñado de militares y civiles improvisados como estrategas, Santa
Anna comprende que es imposible entablar una nueva batalla al día siguiente, supone que los
habitantes de la ciudad no participarán en un combate callejero y ordena la retirada. […] Del
suroeste al norte, seguramente a través del potrero de San Fernando, acaso por la Alameda y el
camino de Santiago Tlatelolco, una lenta y desorganizada procesión consume las últimas horas de
la noche. En la garita septentrional, y mientras el mando termina de organizar la columna, los
desertores se vuelven legión. ¿Significa algo que esta primera oleada de abandonos ocurra
antes
de que el ejército salga de la zona urbana? ¿Es indicio del origen citadino de los soldados?
Imaginemos, en consecuencia, que una multitud va creciendo en el Zócalo. Sepamos, además, que la
afabilidad no es su rasgo más evidente. Se comenta —eso es indudable—, se murmura en el más
típico estilo mesoamericano, y los soldados de Smith y de Quitman comienzan a ponerse nerviosos.
[…] La plaza, por supuesto, parece estremecerse por el oleaje de la gente, mientras las torres y
las azoteas están cubiertas de cabezas. ¿Podemos decir que así comienza el alzamiento? ¿Bastan
las palabras y la inquietud para declarar en rebeldía a una comunidad? ¿Estamos ya frente a
una multitud insurrecta?
Se refuerzan las posiciones de Worth y de Quitman con tropas provenientes de La Piedad, los voluntarios en Belén se afanan en construir una batería, los regulares en San Cosme abren túneles para atacar el convento de San Fernando, pero nadie hace el intento por escuchar lo que ocurre en la Ciudadela o, más tarde, el escándalo de los carros de la artillería mexicana camino a Guadalupe. ¿Fingen sordera los oficiales? ¿Prefieren maldormir a perseguir al ejército mexicano? Con esa decisión, comprensible pero sin duda absurda, se sella el destino de la incipiente pleamar: en cierto modo, se sientan las bases para el alzamiento. Unas horas más tarde, cuando Worth ordene avanzar a sus ingenieros sobre la Alameda, cuando Quitman envíe a sus ayudantes a ocupar la Ciudadela, los estadounidenses empezarán a cosechar —y a sufrir, que mala cosecha es sangre con disparos— los frutos de su prudencia.
Entrada de las tropas estadounidenses a la ciudad de México véase el mapa.
El general en jefe no debe advertir nada extraordinario en la plaza [el Zócalo]. Al contrario, la súbita tranquilidad en la explanada semeja el ánimo imperante a lo largo de San Francisco y Plateros. En el último tramo de su cabalgata, la columna de Scott no recibe sino vítores y aplausos, y el homenaje de las banderas —banderas de parlamento, banderas de Francia, Inglaterra y España— que adornan los balcones y las ventanas de la calle emblemática de la plutocracia mexicana: están cerradas las tiendas, es cierto, pero la columna avanza en medio de una multitud, apiñada en los balcones, concentrada en las banquetas, situada en el arroyo, tan grande, tan inquieta, que incluso obliga a los soldados a detenerse más de una vez.
El general Scott en su entrada a la ciudad de México. Ver recurso
Plano general de la ciudad de México.
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Estamos en el Palacio Nacional. Winfield
Scott escucha el eco de un
disparo,
luego otro, de inmediato un tercero. No son tiros de alegría disparados por los voluntarios de
Quitman, como al principio cree más de uno: se trata de un ataque mexicano, informa un oficial
enviado a la plaza por el propio general en jefe. Es cierto, pues: la rebelión de los habitantes
de la ciudad de México es un hecho positivo y ésta es la primera noticia que de ella tiene el
estado mayor del ejército estadounidense.
¿Comienza la rebelión unos minutos antes, cuando se alza una voz que llama a los mexicanos a
tomar las armas? ¿Comienza al mismo tiempo, pero en la plaza del Volador, cuando la voz
despabilada de Francisco Próspero Pérez invoca la voluntad de las piedras de las azoteas? […] ¿Y
si el hombre arrodillado en la esquina de Plateros y Empedradillo fuera más que un hermoso
arquetipo?
Lo que en verdad impide el registro de un único momento primigenio es la naturaleza misma de la
rebelión de los habitantes de la ciudad de México. Vaya: si no es posible decidirse entre
[Próspero] Pérez y Esquivel [el primer tirador], entre la Alameda y el Zócalo, y entre las seis
y las nueve de la mañana, ello es a causa de que la rebelión es un hecho espontáneo, masivo y
seguramente popular.
Masivo es también el zafarrancho que comienza. Un poco después de las acciones que hemos querido
llamar iniciales, o quizás contemporáneas de ellas aunque no podamos asegurarlo, disparos,
pedradas, persecuciones y combates se escuchan, se viven, en vastas porciones de la zona urbana,
e involucran a grandes cantidades de personas. […] el sol no ha alcanzado el cenit cuando la
mayor parte de ellas, y sobre todo las que ocurren en el sur y el suroeste de la ciudad, están
en su apogeo.
“En la esquina de la Plaza del Volador, y subido como en alto, estaba un hombre; pelón, de ojos muy negros, de cabello lanudo y alborotado, de chaquetón azul, que hablaba muy al alma; su voz como que tenía lágrimas, como que esponjaba el cuerpo: 'Las mujeres nos dan el ejemplo, ¿qué ya no hay hombres?, ¿qué no nos hablan esas piedras de las azoteas?...' La gente gruñía con rumor espantable: la voz de aquel hombre caía en la piel como azote de ortiga... aquel hombre era... D. Próspero Pérez, orador de la plebe, de mucho brío y muy despabilado, como pocos.”
Guillermo Prieto, Memorias de Zapatilla. La heroica ciudad de México en 1847, pag. 79. Ver recurso
Sea en San Hipólito, la Alameda, Tarasquillo, San Juan y Hospital Real: sea a lo largo de Santa
Clara y Tacuba, por la que avanzó una parte de la división en las primeras horas de la mañana,
las bajas de los regulares -por lo menos 50 el primer día, de acuerdo con el cálculo del propio
Worth- parecen haber sido más numerosas que las de los otros cuerpos activos en la primera
jornada del alzamiento.
… la ofensiva encabezada por Jarauta podría verse como un ejemplo de lo que ocurre con el
conjunto de la rebelión capitalina, al menos el 14 de septiembre: de la periferia al centro, de
los barrios a la “ciudad de los palacios”,las multitudes buscan a los estadounidenses, los
provocan y, cuando han conseguido atraer a los soldados, se refugian en los barrios, en sus
barrios, donde el conocimiento del terreno y el consentimiento social hacen más duradera la
resistencia.
“"La lucha CALLEJERA comenzó poco después de que Scott entrara al Palacio Nacional. Aunque el ejército mexicano se había retirado de la ciudad, sus generales, [...] liberaron y armaron a todos los convictos y los dejaron para luchar contra los estadounidenses. Los cuchillos habían sido repartidos entre los ‘léperos’ o mendigos profesionales, con los que pululaba la capital, y estos hombres, junto con desertores del ejército de Santa Anna y miembros de la Guardia Nacional, comenzaron a apedrear y a 'disparar' a las tropas americanas de ventanas y azoteas." [Traducción del texto en inglés]
Farnham Bishop, Our First War in Mexico, p. 200. Ver recurso
Plano general de la ciudad de México.
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La singularidad del 15 de septiembre radica en la coexistencia de la guerra y la paz o, lo que es lo
mismo, en una dialéctica pacífico-militar que comienza a adquirir un rostro discernible. El
alzamiento persiste, sin duda, y debemos admirarnos por la intensidad que alcanzan los combates en
algunas regiones de la ciudad, o de la airada, escatalógica reacción de quienes destruyen los bandos
pacifistas del ayuntamiento.
Los disparos y las correrías, aunque menos abundantes durante la noche, no cesaron por completo en
la madrugada y las primeras horas de la mañana, y aun consiguieron impedir el trabajo de uno de los
funcionarios del ayuntamiento capitalino. Más aún, estuvieron presentes a lo largo de todo el día,
en la mayor parte de la ciudad, con intensidad igual o superior a la del martes, si bien hay que
reconocer el carácter esporádico de esos combates.
El movimiento dialéctico entre guerra y convivencia pacífica, entre la rebelión y el triunfo de los estadounidenses, parece haber comenzado a definirse. [...] mientras que el martes 14 los hechos de violencia son más numerosos y significativos, el miércoles 15 los elementos que hablan de convivencia comienzan a ser más relevantes.
Transportar heridos, rentar casas, buscar cuarteles, abandonar a un regimiento en la plaza mayor de
la ciudad de México: tales son los actos de los estadounidenses el jueves 16 de septiembre. No
aumentan los efectivos, no transportan cañones, no emprenden nuevas razzias contra los barrios
rebeldes.
El hospital, establecido hasta entonces en Tacubaya, comienza a mudarse a la ciudad de México, y
continuará haciéndolo durante los tres días siguientes por lo menos. […] Cuando al fin ejecutan el
traslado de los heridos y el acomodo de las tropas, por lo tanto, es porque existen las condiciones
necesarias para hacerlo. […] el mando estadounidense sólo pudo permitirse el riesgo de tener a un
regimiento establecido a campo abierto […] sólo cuando los combates habían disminuido hasta el grado
de no constituir una amenaza para las tropas.
Sabemos, eso sí, que el orden se restablece y que, en muchos sentidos, ya está restablecido el 16 de
septiembre: las tiendas vuelven a funcionar quizás el mismo jueves o a partir del viernes 17 o el
sábado 18.
… sería necesario no hablar de sólo un alzamiento —como hasta aquí hemos hecho— sino de actos de
rebeldía, más o menos individuales y más o menos colectivos: abundantes el martes 14 y el miércoles
15, menos numerosos el jueves 16, escasos el viernes 17, unos cuantos el sábado 18, quizás un par el
domingo —y así, con sus altas y sus bajas, hasta principios de 1848—, los hechos de armas parecen
haber formado parte de la vida de los habitantes de la ciudad de México, en especial del pequeño
pueblo.
El trabajo que realizamos de manera cotidiana en Memórica tiene dos fundamentos. El primero tiene que ver con la definición de los contenidos digitales como la clave que da pauta al resto de los procesos de trabajo. El segundo es la decisión de valorar lo cualitativo por encima de lo cuantitativo, siendo más lo menos. Ambas inspiraciones las dejó planteadas el Dr. Rata, como le decíamos de cariño a nuestro querido amigo y cómplice, el Dr. Luis Fernando Granados Salinas. Fue el primer director de contenidos digitales e integró un equipo de colegas de diversas formaciones disciplinares de las ciencias sociales y las humanidades. Trajo a este proyecto sus ideas brillantes acerca de los usos de las fuentes históricas y su pasión total por la historia.
A él le hubiera gustado una plataforma más minimalista a través de la cual se pudiera analizar
la polisemia de los textos históricos y profundizar en asuntos que constituyen a las comunidades
y sociedades actuales. Nos dejó también a cambio de su prematura partida la presencia cotidiana
de su pensamiento crítico. Sus planteamientos centrales pueden verse en algunas de las
exposiciones digitales enfocadas a cuestionarse la veracidad de los hechos históricos. Le
dedicamos a él gran parte de nuestro trabajo. Nos hace mucha falta su voz que era un detonador
singular de nuestra imaginación en aspectos fundamentales a los que hacemos referencia a través
de Memórica.
Con sus “piedras soñadoras” buscamos traer algunas ideas planteadas por el Dr. Rata en
sus
investigaciones, no sólo en la que se representa aquí. A partir de este libro, nuestro querido
amigo supo que su vocación por indagar en el detalle de maneras obsesivas lo llevaría a explorar
otras épocas y otros mundos. Ahí fincó una metodología, desarrolló una forma de mirar los hechos
históricos en la que valoraba sobre todo lo fragmentado, lo encriptado, lo de difícil acceso. Lo
que buscamos traer a nuestra memoria en esta ocasión es su forma de valorar los hechos
históricos. Siendo un pretexto de esto la descripción de los acontecimientos desarrollados en
septiembre de 1847, en una compleja geografía social urbana, y el alzamiento de los habitantes
de la ciudad como respuesta a la invasión estadounidense, a través de la recuperación minuciosa
de acciones que no habían sido colocadas en el centro del análisis o tan siquiera advertidas. Al
Dr. Rata no le gustaba lo fácil. Esta exposición digital es una forma de recordarlo con
su traje
de historiador pegado a la piel. No hubo palabras suficientes hace dos años, pero hoy lo traemos
de esta manera lúdica que hace posible que podamos hablar con él, conversar con él, discutir de
nuevo con él. Es un regalo de cumpleaños póstumo para nuestro amigo querido que siempre está
presente.
Archivo General de la Nación
Memoria Histórica
Los fragmentos de la obra fueron tomados de Luis Fernando Granados, Sueñan las piedras. Alzamiento ocurrido en la ciudad de México, 14, 15 y 16 de septiembre de 1847, México, Era / Conaculta / inah.
Curaduría: Rubén Octavio Amador Zamora y Jessica Amairani Tello Balderas
Autoras de los textos por sala:
Sala 2 “Sinfonía de una historia urbana y social” de Erika Angélica Alcántar García
Sala 3 “Luis Fernando en Memórica” de Gabriela Pulido Llano
Dirección de Diseño: María Angélica Santa María Daffunchio
Diseño Gráfico y web: Guillermo Salvador López Rocha y Oyuki Collado Velasco