el penal con muros de agua
La colonia penal de las Islas Marías también fue conocida como la “Tumba del Pacífico”. Fue una cárcel sin rejas, cuyos confines de sol incandescente y agua salada impedían que los reos escaparan. Uno pensaría que a ese remoto lugar se había enviado a los peores delincuentes de nuestra historia, pero en realidad el “Alcatraz mexicano” tuvo por mayoría de inquilinos a relegados, presos políticos (cristeros, comunistas, luchadores sociales, obreros y campesinos) y personajes fuera del canon que fueron levantados por las razias: homosexuales, prostitutas y consumidores de droga. Claro que había ladrones, asesinos y violadores, pero eran los menos; la generalidad de los reclusos llegaban y permanecían en las Islas Marías sin condena y muchos, quizá, siendo inocentes. La pena principal que se purgaba en las Marías era la de relegación, que no implicaba sólo la pérdida de la libertad, sino también la incomunicación, el destierro y el olvido.
“Las Islas Marías son, a lo más, una idea, un concepto, nunca un lugar situado en el tiempo y en el espacio. Acaso alguna playa de arena hirviendo, blanca, sin color, donde el sol bebe tierra. Alguna tierra de hombres vencidos, cuyas cabezas se inclinan sobre el tiempo, abarcando en los brazos, sin contener, toda la condena”.
José Revueltas,
Los muros de agua, p. 38.
Como ubicación en el espacio, las Islas Marías son tres porciones de tierra que se alzan sobre el Océano Pacífico: María Madre, María Magdalena y María Cleofas. Es en la primera en donde se encontraba la colonia penal. Como instante en el tiempo, fue inaugurada el 12 de mayo de 1905 por decreto de Porfirio Díaz; 10 días después la Secretaría de Gobernación tomó posesión del territorio insular y a partir de 1908 el lugar funcionó como colonia penitenciaria correspondiéndole su vigilancia al Ejército. Desde entonces el archipiélago resulta testigo y leyenda de las prácticas penitenciarias y sociales del México del siglo xx e inicios del xxi.
A la Isla María Madre se llegaba en barco desde Manzanillo. Los reos o colonos eran trasladados en las llamadas “cuerdas”; muchos provenían de la cárcel de Lecumberri y otros de las prisiones estatales.
“(…) aquellos hombres que bajaban del guarda-costas en que habían llegado desde Manzanillo amontonados en las bodegas como animales. Rebaño de miserables y harapientos, atemorizados por toda la leyenda de horror del presidio”.
Judith Martínez,
La Isla, p. 27.
No se sabe con exactitud cuánta gente fue deportada a las Islas Marías porque, de acuerdo con Diego Pulido, autor que ha estudiado a profundidad la colonia penal, no existe un registro sistemático que lo permita. No obstante, asegura que a lo largo de siete lustros hubo 43 mil reos, que el mínimo de presos que habitaron la colonia fue de 31, en 1912, y el máximo de 3 mil 263.
“Sentía el corazón empequeñecido por la pena y la soledad, diríase que una sombra espesa le había invadido el pecho dejándolo como abandonado en un océano sin costas, irremediable y oscuro”.
José Revueltas,
Los muros de agua, p. 97.
A inicios del siglo xx la Ciudad de México sufría numerosos robos —acaso vinculados con los altos índices de pobreza que dejó la Revolución—, por lo que el gobierno utilizó la deportación de los rateros a las Islas Marías y el sometimiento a trabajos forzados para ese delito. La población y la prensa estuvieron de acuerdo en contener “la plaga”, aunque dicha práctica criminalizó los hábitos y espacios vinculados a los sectores populares.
“La pena de relegación violaba numerosos derechos y los presos ni siquiera se regeneraban”,
Diego Pulido,
Las Islas Marías, p. 75.
Muchos de los delincuentes que eran trasladados a la colonia penal eran rateros “de oficio” e incluso “rateros conocidos” que habían regresado varias veces. Pocos fueron los condenados conforme a derecho, ya que muchas veces se volvían reincidentes sólo porque eran reconocidos por la policía y enviados a la colonia penal. En contraste, la sociedad se unió para defender a los menores de edad que eran enviados a las Marías por rateros (hubo casos de niños de tan sólo 10 años), y se logró que fueran enviados a escuelas correccionales.
Las redadas realizadas por la policía eran fuente de reclusos hacia las Islas Marías; en la mayoría de las ocasiones una persona era “levantada” más por su aspecto que por sus actos delictivos. Los consumidores de drogas fueron más perseguidos que los vendedores; algunos fueron llevados a la colonia penal para alejarlos de la posibilidad de intoxicarse.
“(…) colonos conocidos en la Isla como ‘de gobierno’, esto es, los no sentenciados por autoridad competente, y que son apresados en las razias sin ninguna culpabilidad demostrada. Se agrupan en esta categoría los delincuentes habituales —rateros, por lo general—, a quienes desde el punto de vista jurídico no se les puede comprobar nada”.
José Revueltas,
Los muros de agua, p. 100.
Por otro lado, los disidentes políticos y luchadores sociales también fueron relegados: mujeres revolucionarias, yaquis, convencionistas, comunistas, obreros y trabajadores agrícolas que exigían mejoras salariales, es decir, cualquier opositor del régimen.
La colonia penal estaba dividida en espacios comunitarios denominados campamentos en los que cohabitaban los reclusos, conocidos como colonos, sus familias y los empleados de diversas secretarías como la de Educación Pública, Medio Ambiente, Comunicaciones y Transportes, Marina Armada de México y Correos de México, así como las personas que proporcionaban los diversos servicios en el lugar.
El campamento principal para habitar era Balleto. Los otros se dividían en zonas de reclusión, trabajo y descanso: Rehilete, Nayarit, Aserradero, Bugambilias, Camarón, Papelillos, Laguna del Toro, Morelos, Hospital y Zacatal. Todo el conjunto era conocido como la “ruta penitenciaria”.
Varios autores describen a la Isla María Madre como un pueblo, como una finca rural con habitantes sonrientes.
“Esa impresión de mugre, de opresión, de miseria, de la Penitenciaría de la Ciudad de México, no la encontré nunca ni en los lugares más miserables de la Isla. Los presos andaban libres; se tropezaba uno con ellos en el camino, como con los panaderos u otras gentes sencillas en cualquier pueblo”.
Judith Martínez, La Isla, p. 18.
Esta imagen dista mucho de la disciplina “despótica y bestial” con la que también se ha descrito la prisión, sin embargo este rigor se hacía presente en los arduos trabajos que tenían que realizarse bajo las inclemencias del clima, y que eran impulsados por los administradores de las islas para regenerar a los reclusos, muy a pesar de que dichas actividades no prosperaran. También se arrendaba la mano de obra de los presos a las compañías privadas que se dedicaban a la exportación de sal y madera. Éstos, junto con la actividad henequenera, fueron los oficios más productivos. Además, los reos contribuían a los trabajos de construcción y mantenimiento de la colonia penal: la mayoría de ellos se desempeñaban como carpinteros y albañiles. El gobierno pretendía habituar a los reclusos al trabajo, pero algunas de las actividades derivaron en una tortura lenta y silenciosa, por ejemplo, cuando algunos quedaban ciegos tras años de mirar el reflejo del Sol en el mar al sacar la sal.
Otros trabajos funcionaban como incentivo y eran asignados a quienes tenían buena conducta, uno de ellos era la extracción de perlas, que permitía bucear a quienes la realizaban y no implicaba trabajo pesado. Las mujeres se dedicaban a labores domésticas, como cocinar, coser, lavar y planchar.
Dentro de la colonia penal estaban las barracas, que eran construcciones de ladrillo de dos pisos en donde dormían los reclusos, en minúsculas celdas individuales cuyas puertas daban al pasillo; había también talleres, escuela, hospital y lazareto, panteón y oficinas de los empleados, lo que aumentaba aún más la percepción del espacio como un pequeño pueblo.
Los informes médicos no siempre fueron favorables para la colonia penal. La higiene de los reos dejaba mucho que desear y debían ser forzados a bañarse; un olor a muerte se alzaba en el ambiente y cada tanto surgía alguna enfermedad: paludismo, influenza, disentería, tuberculosis y diversas enfermedades venéreas. Para contener las epidemias se establecían lazaretos y se interrumpían los envíos del exterior.
La idea del gobierno fue convertir a los colonos en personas útiles y trabajadoras. Dentro de la colonia penal se estableció una escuela primaria, se enseñaban también oficios diversos, técnicas agrícolas e industriales, y los presos participaban en actividades culturales y deportivas.
Memorándum a través del cual se establece que la Armada de México se hace cargo de la Guarnición de las Islas Marías, 1970.
Se fomentó que los colonos formaran familias, ya fuera que se llevaran a su esposa e hijos a la colonia penal o que se casarán allá. Algunas personas permanecían en el penal después de terminar su condena porque estaban sentimentalmente ligadas con alguien de la colonia. Esta medida podría parecer progresista, pero en el fondo se realizó para impedir las prácticas homosexuales entre los reclusos, al igual que la permisividad con las “visitas conyugales”, que en realidad eran visitas de sexoservidoras y otras mujeres que llegaban a las Marías desde Mazatlán. La finalidad era regular la sexualidad de los presos hacia la heterosexualidad, que era lo bien visto y aceptado.*
En 1970 el Ejército le pasó a la Marina la batuta para realizar la vigilancia de la colonia penal. A partir de 1991 las Islas Marías se destinaron a reos de baja y mediana peligrosidad, con la finalidad de establecer una comunidad productiva autosuficiente que permitiera la readaptación de los internos, quienes ingresaban voluntariamente luego de un riguroso análisis de sus características individuales y jurídicas.
Cronológicamente, en las Islas Marías como Colonia Penal Federal, se aplicaron los sistemas penitenciarios de: relegación (1908-1917), regeneración (1917-1965) y readaptación social (1965-2008). Posteriormente, se le denominó Complejo Penitenciario y se enfocó en la reinserción social. De acuerdo con los lineamientos establecidos durante el sexenio de Felipe Calderón, los campamentos pasaron a ser Centros Federales de Readaptación Social de mínima y mediana seguridad: Zacatal, Rehilete, Aserradero, Morelos, Bugambilias, y el de máxima seguridad, Laguna del Toro, con espacios separados para hombres y mujeres.
“Adiviné que allí la muerte no tenía más importancia que una vasta caja de cedro, una fosa más en el panteón, un número que se borra del registro y un telegrama a Gobernación”.
Judith Martínez, La Isla, p. 102.
La pesadilla terminó el 8 de marzo de 2019, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador decretó que los Centros Federales de Readaptación Social ubicados en el Complejo Penitenciario Islas Marías se desincorporaban del Sistema Federal Penitenciario.
En el año 2000 las Islas Marías fueron declaradas Área Natural Protegida bajo la categoría de Reserva de la Biosfera; para 2005 fueron reconocidas por la unesco como Patrimonio Natural de la Humanidad; y desde 2010, denominadas como Reserva de la Biosfera del Programa mab-unesco. Con estas denominaciones el gobierno enfocó sus esfuerzos en la protección de la flora y fauna endémicas y en peligro de extinción, a pesar de que el archipiélago aún era una cárcel.
Sin embargo, fue a partir del decreto por el que se cerró el centro penitenciario que las actividades se enfocaron totalmente en la conservación del medio ambiente, las manifestaciones culturales y el turismo.
El ecosistema de las Islas es muy frágil, por lo que aunque la otrora colonia penal está abierta a los visitantes, no se busca un turismo masivo, sino uno enfocado en los amantes de la naturaleza y en visitas académicas.
El centro turístico ubicado en Puerto Balleto, en la Isla María Madre, se inauguró el 16 de diciembre de 2022; a ese lugar puede llegarse por mar desde los puertos de Mazatlán, San Blas y Puerto Vallarta.
En sus calles, edificaciones y ruinas conviven un presente de calma —enmarcado por el color del mar y engalanado por la atención del personal de Secretaría de Marina, el cuidado de las especies y cómodos alojamientos— y un oscuro pasado de relegación e injusticia disfrazadas de una condena sin rejas.
Actualmente, las islas María Magdalena, María Cleofas, María Madre y el islote de San Juanito conforman el Área Natural Protegida Reserva de la Biosfera Islas Marías, la cual es de suma importancia porque posee varios ecosistemas, entre ellos: arrecife, manglar, selva y costa, lo que permite disfrutar de paisajes inolvidables.
En la reserva pueden encontrarse peculiares inquilinos que no cumplen ninguna condena ni acudieron a hacer turismo. Son especies endémicas de flora y fauna que no existen en ningún otro sitio del planeta. Las de mayor avistamiento son las aves, como el loro cabeza amarilla, aunque también son famosos algunos mamíferos como el mapache y el conejo de las Islas Marías.
Además, en este lugar son protegidas 54 especies de fauna terrestre y marina en peligro, como las tortugas carey y prieta y cinco especies de delfines.
Avilés Quevedo, Evangelina y Martín Gabriel Barrón Cruz, Islas Marías. De colonia penal a complejo penitenciario, México, Instituto Nacional de Ciencias Penales / Universidad Autónoma de Sinaloa, 2016.
Canal inehrm (20 de noviembre de 2023). La historia de las Islas Marías [Video]. YouTube. Disponible aquí
Foucault, Michel. Vigilar y castigar, México, Siglo XXI, 2009.
Martínez Ortega, Judith. La Isla, México, Ediciones Letras de México, 1938.
Pulido Esteva, Diego, Las Islas Marías. Historia de una colonia penal, México, inah, 2017.
Pulido Esteva, Diego, “Sexualidades recluidas”, en Revista de Historia de las Prisiones, núm. 10, enero-junio de 2020, pp. 27-47.
Revueltas, José, Los muros de agua, México, Era, 1978.
Secretaría de Marina Armada de México (28 de julio de 2022). Conoce las Islas Marías [Video]. YouTube. Disponible aquí
Se agradece a las instituciones que facilitaron los recursos para la presente exposición y a todas aquellas personas cuyo trabajo hace posible la consulta de los acervos:
Archivo General de la Nación
Conabio
Mediateca inah
Secretaría de Marina
A Soffi P. Guido por compartir con entusiasmo sus fotografías y conocimientos de las Islas Marías.
A Ivonne Charles por el apoyo con la gestión de las imágenes.
Equipo de Memoria Histórica-agn
Curaduría: Karla Xóchitl Baltazar González
Edición: Rebeca Flores Gutiérrez
Diseño gráfico y web: Guillermo Salvador López Rocha y Oyuki Collado Velasco