as figuras de Consuelo Uranga y Rosario Ibarra forman parte de la historia de México que se mantiene relegada. Debido a su género han sufrido el menosprecio de aquellos que la han escrito, pero su postura política de izquierda las ha invisibilizado aún más. Si como mujer resulta complicado ser escuchada y trascender en una sociedad machista, más difícil aún es conseguirlo cuando te pones del lado de los que menos tienen, cuando luchas en contra de un régimen autoritario y patriarcal, cuando tratas de que se haga justicia y lo único que encuentras es el vacío que responde con el eco de tu propia voz.
Aunque nunca cruzaron sus caminos, sus trayectorias vitales son similares. Nacieron en el norte de nuestro país, mujeres de frontera, de vivir al límite, de morirse en la raya. Provenían de hogares sin carencias, cómodos, pero diversos sucesos las llevaron a transformarse y a cambiar radicalmente tanto sus ideas como sus estilos de vida. Las dos fueron madres y esta circunstancia les quitó una venda de los ojos; aceptaron la doble carga que significaba la crianza y la lucha social. Aunque tuvieron figuras masculinas presentes en ciertas etapas de su existencia, su labor personal y profesional la realizaron solas. A ambas les gustaba la poesía y eran excelentes declamadoras.
Su historia es la de la política mexicana del siglo xx, pero no la representada por hombres triunfadores, ganadores de contiendas electorales o líderes de partidos; es la de la política opositora, la que perdía, la que era reprimida y borrada de los escenarios; la que no aparecía en la publicidad ni en la prensa, la que debía crear sus propias organizaciones y medios de difusión, entregar volantes de mano en mano y tocar miles de puertas. Indagar sobre sus vidas y reconstruir sus biografías contribuye a sacarlas del olvido y dibujar su memoria, es arrancarlas de las sombras y no dejarlas más al margen de la historia.
Chihuahua
Consuelo Uranga Fernández nació en Rosales, Chihuahua, en 1903. Su familia fue una de las primeras en establecerse en la región, y se dedicaba principalmente a la ganadería y la agricultura. Su padre era propietario de varias haciendas que le permitieron tener a él y a los suyos una posición acomodada. La situación cambió en 1910, pues la región donde habitaban los Uranga resultó muy conflictiva y paso de los bandos en pugna enfrentados en la Revolución mexicana. La presencia de los rebeldes perturbó por completo la vida de la comunidad y muchas familias, incluyendo la de Consuelo, decidieron trasladarse a la capital del estado dejando todas sus propiedades y el patrimonio de años de trabajo en aquel lugar.
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El padre de Consuelo, Arnulfo Uranga Acosta, no pudo reponerse del golpe que significó perder su hogar y sus posesiones. Al poco tiempo de su arribo a la capital fue atacado por una tuberculosis que le provocó la muerte. Fue entonces cuando su madre, María del Rosario Fernández, tuvo que encargarse del sostenimiento de la familia, y fue aquí también cuando comenzó a romper con los roles de género y con las convenciones sociales de entonces, enseñando a su hija la importancia de valerse por sí misma y a no abatirse ante la adversidad. Rosario no guardó el luto acostumbrado por las tradiciones de antaño, en cambio, montó una tienda de abarrotes con el seguro de vida de Arnulfo y enseñó a todos sus hijos a colaborar tanto en el negocio como en su casa con las labores del hogar. Además, puso especial empeño en la educación de su prole: cinco hijos varones y una sola mujer.
Monterrey
María del Rosario Ibarra de la Garza nació en Saltillo, Coahuila, el 24 de febrero de 1927. Su familia se trasladó a Monterrey, Nuevo León, en donde Rosario realizó todos sus estudios, primero en una escuela de monjas y después en una mixta donde era una de las pocas mujeres inscritas. Su madre la educó como se hacía entonces, con la idea de que fuera un “estuche de monerías”. Así que, además del colegio, por las tardes tomaba clases de canto, baile, piano y, además, aprendió a recitar poesías. Cuando todavía era una estudiante, conoció a Jesús Piedra Rosales, un docente 15 años mayor que ella, médico de profesión, que en aquel entonces impartía la cátedra de biología y que años más tarde se convertiría en su esposo. Con él formó una típica familia norteña compuesta por cuatro hijos: dos mujeres, María del Rosario y Claudia Isabel; y dos varones, Jesús y Carlos. Todos disfrutaban de pasear, ir al campo, al cine o al teatro, y los domingos era el día de montar a caballo.
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Cuando llegaban las vacaciones, solían hacer viajes más largos, por distintos estados de la república, iban a la playa, visitaban la Ciudad de México. Eran muy unidos y, como en su momento lo comentó la propia Rosario, llevaban una vida llena de alegría. Sin embargo, no todo era tan fácil como parecía. La ciudad donde residían, Monterrey, era uno de los sitios en donde más se advertía la desigualdad que imperaba en la sociedad mexicana de entonces. Los empresarios, sus grandes compañías, los bancos y quienes vivían con mucha comodidad, contrastaban con los grandes contingentes de obreros que trabajaban en la industria metalúrgica, en la cementera o en la maquiladora. El doctor Piedra Rosales solía atender a estos grupos de trabajadores pobres que a veces no tenían acceso a servicios médicos.
Piedra Rosales perteneció a un grupo de médicos de izquierda egresados de la Universidad de Nuevo León, fue militante del Partido Comunista y fundador de las Fuerzas de Liberación Nacional. Durante la década de los años sesenta, la capital de Nuevo León se convirtió en un foco importante de protesta social. Rosario y sus hijos participaban en las marchas apoyando a los mineros que cuestionaban el alza en los precios del transporte y la comida. El movimiento estudiantil de 1968, originado en la capital de la república, tuvo repercusiones en otros estados. Además, en 1969, después de un difícil proceso, la universidad del estado obtuvo su autonomía, sucesos que sin duda repercutieron en los acontecimientos que se desarrollarían en este lugar durante los años setenta.
Material de apoyo y créditos
Material de apoyo
Créditos
Investigación y curaduría: Paulina Martínez Figueroa Edición: Rebeca Flores Gutiérrez Dirección de diseño: Angélica Santa María Daffunchio Diseño gráfico y Web: Mauricio Espinosa Azócar y Adei Dsoo Cabañas González
Agradecemos a Diana Alejandra Méndez Rojas y al equipo del cemos por la búsqueda y digitalización de materiales sobre Consuelo Uranga