Presentación
La noche del jueves 18 de julio de 1872 una noticia sobrecogió a los habitantes de la Ciudad de México: la súbita muerte del presidente de la República, el licenciado Benito Juárez, quien por 14 años había gobernado el país. Su deceso marcó el fin de una etapa en la historia de México, pero inició otra en la que él, con sus claroscuros como mandatario, se convirtió en un hito, el que ha trascendido hasta nuestros días. Benito Juárez García es uno de los personajes más emblemáticos de la historia de México, de ahí que, a través de los años, historiadores y politólogos se han dado a la tarea de analizar distintas aristas y facetas de su vida, ya al político, al estadista, al jefe de Estado y, por supuesto, al hombre. El resultado de estas investigaciones es prolífico, no sólo por el hecho de los copiosos estudios biográficos u obras que analizan su labor como gobernante, sino por las variadas interpretaciones y los disímiles puntos de vista que se han generado en torno a su proceder como mandatario. Un hecho es innegable: al prohombre originario de Guelatao, Oaxaca, le tocó hacer frente como presidente a una de las etapas más complejas que experimentó México a partir de la vida independiente; nos referimos a la llamada la Gran Década Nacional, en la que sobrevino la guerra civil de Tres Años, la Segunda Intervención francesa y el Segundo Imperio Mexicano. El triunfo militar conseguido en 1867 en Querétaro permitió la restauración de la administración republicana en la capital del país, al tiempo que consolidó la independencia y terminó con las intenciones de otras naciones de intervenir en los asuntos políticos de México, y la figura de Juárez trascendió las fronteras a nivel internacional de ahí que el Congreso dominicano lo proclamó “Benemérito de la América”. Esta exposición se enmarca en las conmemoraciones del sesquicentenario de la muerte de Benito Juárez, busca descollar diferentes matices del hombre de Estado entre los años de 1857 y 1872. Está integrada de cuatro salas que en su conjunto explican su trayectoria y evolución política y la manera en que ésta se entrelazó con la historia nacional. Inicia con un recorrido de las fotografías, caricaturas u obra plástica que de él se conocen con la finalidad de resaltar la imagen de Juárez a través de los años y los usos que se le dio. La segunda se circunscribe a su actividad como mandatario en el contexto de la Gran Década Nacional, 1857-1867. La tercera resalta su quehacer y las peripecias políticas que enfrentó al triunfo de la República y, finalmente, en la cuarta sala se pretende traslucir el impacto político que su deceso ocasionó visto desde la prensa de la época.
La fotografía llegó a México en diciembre de 1839. En aquel año el francés Jean François Prelier desembarcó en Veracruz y colocó su cámara “daguerrotipo” detrás de la catedral de aquella ciudad. Abrió el obturador durante un par de minutos y por primera vez (según lo encontrado hasta ahora) tomó una impresión fotográfica en territorio mexicano. La sociedad quedó asombrada, pues este nuevo invento mostró escenas más realistas de lo que las pinturas y litografías lo habían hecho hasta ese momento.
Edificios coloniales, piezas arqueológicas, panorámicas y retratos, fueron las temáticas de los primeros daguerrotipos impresos en México. Cabe destacar que las primeras imágenes fotográficas de una ocupación militar en todo el mundo pertenecen al general estadunidense John Ellis Wool durante la guerra de los Estados Unidos contra México (1846-1848), donde se observa al general con su Estado Mayor desfilando sobre las calles de Saltillo.
Durante los siguientes años, la fotografía adquirió gran fama en México, aunque seguía siendo un objeto que sólo un sector de la población podía costear; las personas con este privilegio dieron particular interés a los retratos, muchos de los cuales han perdurado hasta nuestros días. Incluso, una práctica cotidiana durante la segunda mitad del siglo xix y las primeras décadas del xx fue la de “retratar” a personas muertas, o más bien cadáveres cuidadosamente arreglados, práctica que por fortuna ha quedado en desuso.
Cabe mencionar que el género del “retrato” fue muy utilizado en México mucho antes de la llegada de la fotografía. Los óleos que muestran a los gobernantes virreinales abundan en el Palacio Nacional; asimismo, las pinturas de época de José María Morelos, Agustín de Iturbide, Santa Anna, Valentín Gómez Farías, Manuel Gómez Pedraza, Anastasio Bustamante y varios de los primeros gobernantes y caudillos del México independiente son bastante conocidas. Muchas de estas representaciones estaban encaminadas a mostrar más un ideal que una realidad. El estudio iconográfico de los objetos que componen estos retratos nos da elementos para interpretar las intenciones de su manufactura. Un cetro de gobernante, medallas en el pecho, un sable desenvainado, un crucifijo, documentos escritos, caras inexpresivas con ojos penetrantes, entre muchas otras, fueron las herramientas de las que se valieron los pintores para destacar cualidades de los retratados.
La fotografía rompió con esta tradición pues, aunque en su principio sí se agregaron ciertos elementos, éstos pasaban a segundo término siendo el personaje el punto focal de los retratos. Benito Juárez García fue el primer presidente de México ampliamente fotografiado. Incluso, se conserva un daguerrotipo bastante particular. En él se le observa sentado al centro, a su derecha se encuentra su hermana Josefa y a su izquierda su esposa Margarita. Todos con expresión seria, vestidos en colores oscuros y formales, ambas mujeres con flores en las manos; pocos adivinarían que se trata de la boda de Margarita Maza y Benito Juárez en julio de 1843 en Oaxaca, a tan sólo ¡tres años de la llegada de este invento!
La carrera política y profesional de Benito Juárez comenzó en 1831 en la ciudad de Oaxaca. En el transcurso de 15 años, se desempeñó como abogado litigante, regidor del ayuntamiento, diputado local y federal, profesor del Instituto Científico y Literario, magistrado interino del Tribunal Superior de Justicia y juez de primera instancia de lo civil. Fue elegido gobernador de su estado en 1847 y su reputación como hombre respetable era bien conocida para ese momento.
Uno de los óleos más tempranos de Juárez corresponde al finalizar su mandato como gobernador en 1852. Delgado, de semblante serio y vestido de frac, apoya su mano derecha sobre un bastón mientras que la otra la esconde detrás de su chaleco negro en una tradicional postura napoleónica. Esta figura contrasta con una fotografía tomada en su exilio dos años más adelante. En aquélla se ve a un Juárez robusto y cansado, en un grupo de cinco hombres jugando a los naipes sobre una mesa con una botella de vino. Para ese momento, la técnica fotográfica ya había evolucionado y con menos tiempos de exposición se conseguían impresiones más iluminadas y con más detalles.
Las fotografías que aquí se muestran corresponden a su periodo como presidente. Todas ellas tomadas al inicio de la República Restaurada hasta su muerte (1867-1872). En algunas aparece de pie, en otras, sentado, pero en todas mira ligeramente a su diestra; algunos rumores cuentan que lo hacía para ocultar una herida en su mejilla derecha. Siempre luce su traje oscuro, guantes, corbata de moño, reloj de bolsillo y su conocido peinado de raya a lado. Cabe destacar que, a partir de estas fotografías (muy parecidas entre ellas) surgieron los retratos pictóricos oficiales elaborados de forma póstuma, todos ellos conservaron la figura adusta, solemne, impasible y seria de Juárez, motivo por el cual es precisamente esta imagen la que ha permanecido en el imaginario colectivo de los mexicanos a través de los años como símbolo de lo inalterable, lo que nos ha hecho decir: “le hizo lo que el viento a Juárez”.
Al término del año de 1857 la República Mexicana se encontraba en medio de la incertidumbre política derivada del golpe de Estado que se verificó en la Ciudad de México el 17 de diciembre.* La inquietud aumentó el 11 de enero de 1858 con el pronunciamiento del general José de la Parra, quien modificó el artículo 2º del llamado Plan de Tacubaya que estipulaba que Ignacio Comonfort continuaría al frente del Ejecutivo con facultades omnímodas. Así, lo desconoció como presidente y nombró a Félix Zuloaga general en jefe del Ejército Regenerador.
Los acontecimientos políticos-militares referidos detonaron lo que la historiografía ha denominado la Gran Década Nacional, es decir, el periodo que comprende la Guerra de Tres Años, la Intervención francesa y el Segundo Imperio, que concluiría con el triunfo de la República en 1867. Correspondió a Benito Juárez, antiguo gobernador de Oaxaca y entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumir el Ejecutivo del país en enero de 1858 por el bando constitucional, cargo con el que haría frente a una de las etapas más complejas que había vivido México desde la Independencia y en el que él, con sus altibajos, encarnó la defensa de la soberanía nacional frente al enemigo extranjero. Al consumarse la agresión en contra de la Constitución, Juárez fue hecho prisionero; no obstante, obtuvo su libertad a los pocos días por órdenes de Comonfort. Al verse libre se dirigió a Guanajuato en donde el 19 de enero, con base en lo establecido en la referida Carta Magna, asumió la presidencia de la República por el llamado gobierno de la coalición, defensor de la Constitución; en esta ciudad dirigió su primera proclama como encargado interino del Ejecutivo, pidiendo a la población que se uniera a su causa.* Su estancia en el Bajío fue breve; los triunfos militares del ejército conservador en Salamanca lo obligaron a retirarse a Guadalajara.
Debido a un atentado contra su vida ocurrido en la capital jalisciense,* la madrugada del 20 de marzo de 1858 Juárez comenzó un largo itinerario, con sus ministros de Estado, por diversos puntos del país y del continente como Colima, Panamá, La Habana y Nueva Orleans. De esta población realizó el último tramo de su derrotero hacia Veracruz, puerto en el que desembarcó la noche del 4 de mayo y en donde estableció la sede de su gobierno. En esta ciudad habría de permanecer por los próximos tres años; ahí organizó la resistencia liberal, mantuvo contacto con sus principales jefes militares, dictó decretos políticos y expidió las leyes reformistas del mes de julio de 1859.*
No fue sino hasta el 22 de diciembre de 1860, con el triunfo del ejército liberal en Calpulalpan, que la guerra civil iniciada en enero de 1858 llegó a su fin.* Benito Juárez recibió la noticia en los momentos en que se hallaba en una función de teatro, la que originó la algarabía de todos los asistentes. Esta victoria y la ocupación de la Ciudad de México por las fuerzas constitucionalistas le permitieron retornar a la capital del país, a la que entró el 11 de enero de 1861. Una semana más tarde dirigió una proclama a los mexicanos en la que anunció la instalación del gobierno constitucional.*
No obstante lo anterior, la guerra civil no concluyó debido a que los principales jefes conservadores continuaron sobre las armas. No menos importante es que el país emergió en condiciones desfavorables: las principales actividades económicas como la agricultura estaban casi paralizadas, lo que llevó a la bancarrota al erario nacional. Esta situación hizo imposible pagar los intereses de los empréstitos onerosos obtenidos con otras naciones, razón por la cual, el 17 de julio de 1861,* Benito Juárez, ahora presidente constitucional, decretó la suspensión del pago de las asignaciones contraídas en el extranjero por dos años, lo que derivó en la intervención armada de Inglaterra, Francia y España a finales de 1861.
El enemigo al que ahora harían frente Juárez y la nación, no era aquel que había combatido meses atrás; de ahí que dictó las disposiciones necesarias para estar en condiciones de resistir a los ejércitos de las naciones europeas. Exhortó a los gobernadores de los estados para que organizaran los contingentes y los recursos de sus respectivas entidades, al tiempo que les solicitó que informaran el número de fuerzas que podían proporcionar de inmediato y si había posibilidad de aumentarlas en el futuro. La respuesta no se hizo esperar, gobernadores y jefes militares respondieron a su llamado, así también la prensa apoyó al presidente y exaltó el sentimiento nacional para enfrentar al invasor.*
Después de firmar los tratados de la Soledad en febrero de 1862, sólo las tropas de Napoleón III hicieron la guerra a México. Si bien se obtuvo un triunfo sobre ellas el 5 de mayo de 1862,* la suerte sería adversa para las armas nacionales en los hechos militares posteriores, sin duda el más trascendente fue la caída de la ciudad de Puebla después de más de 60 días de sitio. Su ocupación apremió a Juárez a abandonar la capital del país: Guanajuato, San Luis Potosí, Monterrey, Saltillo, Chihuahua y Paso del Norte —hoy Ciudad Juárez— albergaron la sede del gobierno nacional itinerante.
En este ínterin sobrevino la separación de su esposa e hijos que migraron a los Estados Unidos; no era la primera vez que lo hacían en un contexto de la guerra, más en esta ocasión dos de sus hijos fallecieron en aquel país lo que afectó anímicamente a Juárez, pero no quebró su temple ni su fortaleza para continuar con la defensa del sistema republicano ante su contraparte monarquista encabezada por Maximiliano de Habsburgo, proclamado emperador de México. El tan ansiado triunfo nacional se consumó después de cinco años de contienda en mayo de 1867 con la caída de la ciudad de Querétaro y la aprehensión del monarca y sus principales funcionarios; un mes más tarde el efímero emperador fue fusilado.* Este acontecimiento y la toma de la Ciudad de México por Porfirio Díaz consolidaron la victoria republicana y permitieron la restauración de la República en julio de ese año, con la ocupación de Benito Juárez y la reinstalación de los poderes en la capital del país. Días más tarde llegaron también su esposa e hijos.
Fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo. Francisco de P. Mendoza, óleo sobre tela, Museo Nacional de Arte.
Carta del 15 de mayo de 1867, en Correspondencia Juárez Santacilia, 1858-1867, compilación de Andrea Sánchez, prólogo de Ernesto de la Torre Villar, México, Secretaría de Marina, 1972.
El mérito de Juárez en la Gran Década Nacional es innegable, supo anteponerse a la presión de sus correligionarios y los gobiernos que se establecieron de manera simultánea al liberal y el republicano que él encabezó, es decir, a los de Félix Zuloaga, Miguel Miramón y Maximiliano. México consiguió su segunda independencia y Benito Juárez el bien merecido epíteto de “Benemérito de la América”. La República iniciaba una nueva etapa de su historia. En enero de 1868 Benito Juárez fue electo presidente tras ganar las elecciones presidenciales. La paz parecía haber llegado al país, sin embargo, varios serían los problemas que enfrentarían Juárez y la nación entre los años de 1868 y 1872.
Después del constante estado de guerra, la entrada triunfal del presidente Benito Juárez a la Ciudad de México el 15 de julio de 1867 fue el acontecimiento que el país deseaba pues representaba el inicio de una época de paz.* El acto se celebró con un desfile y se construyó un “arco triunfal” específicamente para esa ocasión; la gente salió a las calles a aclamar la victoria republicana, al ejército y por supuesto a su líder, el hombre que la personificaba a través del cargo como Ejecutivo. Las imágenes del presidente y del ejército republicano en pie de lucha dieron paso a las imágenes de Juárez en celebración y una actitud serena.*
Un mes después de establecerse en la capital de país, el presidente Juárez, quien hasta entonces había gobernado con reglas de excepción, buscaba institucionalizar y regularizar su cargo mediante elecciones. Sin embargo, esta convocatoria vino acompañada de una serie de reformas que buscaban aprobarse mediante el plebiscito popular, es decir, deseaba debilitar a la Cámara de Diputados creando una nueva: la de senadores, y establecer el veto presidencial, entre otras medidas, lo que provocó un escándalo entre sus adversarios políticos. Las reformas no fueron aprobadas por lo que Juárez tuvo que conformarse con la presidencia de la República Restaurada.*
Este primer tropiezo del nuevo gobierno marcó el inicio de una serie de conflictos que Juárez tendría que sobrellevar durante sus últimos años de vida. La oposición legislativa al presidente, así como las férreas críticas de la prensa, fueron una constante durante su gobierno más estable.* Y es que sus iniciativas de gobierno y algunas acciones que llevó a cabo rayaban en transgresión de la Constitución de 1857, por lo que siempre fueron muy polémicas.
El país carecía de una estabilidad en casi todos los aspectos y el nuevo gobierno tuvo que poner en marcha diferentes acciones para poder darles solución, aunque no siempre obtuvo los resultados positivos o esperados. Después de casi una década en guerra, todos los problemas del país eran apremiantes. Una de las primeras situaciones que se dio fue la regularización del ejército y esto llevó a que cerca de 60 mil soldados fueran desmovilizados. De esta forma, miles fueron arrojados de un momento a otro al desempleo y a sus condiciones de pobreza sin ningún ingreso, por lo que el bandidaje se volvió una opción atractiva para ellos. Además el país no entró en una etapa pacífica tan anhelada ya que a lo largo y ancho del país se registraron levantamientos menores que implicaban la movilización del ejército. La imagen del presidente de estos años proyectaba estabilidad y seriedad, misma que reflejaba su postura contundente sofocante contra la oposición armada que se presentaba. A diferencia de las imágenes pasadas, donde vemos a un Juárez austero en un entorno completamente neutro que representaba las condiciones precarias de la República errante, los retratos del presidente durante la República Restaurada ya proyectan un poco más de lujo en su entorno así como varios elementos alegóricos a la patria y la justicia.
Económicamente el presidente confío en que la inversión privada generaría un comercio que ayudaría al país, pero lamentablemente las condiciones de éste no eran las óptimas para que se desarrollara. El latifundismo seguía siendo un problema para las clases más desfavorecidas y este problema no sería atendido a tiempo, por lo que se mantuvieron sus terribles condiciones de vida y serían un semillero de malestares sociales que exigirían una solución. Si bien las rentas del país ya estaban en pleno poder del gobierno y varias deudas que el imperio había contraído fueron desconocidas, los gastos aún eran mucho mayores. Los caminos necesitaban ser reparados y cientos de kilómetros de líneas férreas debían de ser construidos para conectar de manera eficiente a las ciudades comerciales más importantes. Esto se encaminó a que el sector comercial del país, el cual no estaba tan desarrollado como se esperaba, corriera con una carga fiscal importante pero insuficiente para las arcas nacionales. Los socios comerciales extranjeros, principalmente estadunidenses, gozaron de un cálido recibimiento para que de esa manera se inyectara capital al país que tanto lo necesitaba. Conforme se acercaba el fin de su primer periodo, la imagen pública de Juárez se oscureció aún más debido a que había expresado sus intenciones de participar en los nuevos comicios con el fin de reelegirse. La prensa lo atacó sin piedad nuevamente y la caricatura política lo dibujaba como un gobernante sediento de poder y aferrado al cargo. Estos ataques no impidieron que el aparato gubernamental realizara todas las operaciones posibles para asegurar la victoria juarista. No obstante, la oposición política también se había levantado en armas con un primer intento de golpe de Estado en la misma capital del país, cuando un grupo del ejército liderados por el general Aureliano Rivera tomó la Ciudadela el 1 de octubre de 1871. Juárez, implacable e inflexible, sofocó la rebelión de manera contundente y con gran violencia, reforzando su imagen seria y, por momentos, inexpresiva proyectando su compromiso con mantener el poder a cualquier costo.*
Pero los levantamientos no cesaron; al mes siguiente se presentó otro pero esta vez estaría liderado por un personaje público de gran reconocimiento nacional: el general Porfirio Díaz.* La rebelión de La Noria contaba con que habría un apoyo nacional pero no lo hubo; el país estaba cansado de guerras y revoluciones. De esta forma la rebelión fue combatida y el levantamiento fue contenido primero en Oaxaca y después en el norte del país. Sin embargo, el levantamiento quedaría sin fundamento cuando el 18 de julio de 1872 Juárez falleció. Finalmente, la imagen de Juárez quedó petrificada para la posteridad y quedó proyectado como un presidente institucional, cuya figura se acercaba a la de la libertad y la República humanizadas;* era una figura solemne pero con cierto dejo de inflexibilidad que terminaba por ser amenazante.
Al término de su periodo presidencial, y en aras de la campaña para su reelección, Juárez encontró una férrea y mordaz oposición en la prensa, que consideraba que su gestión estaba plagada de errores y despropósitos, mas este sería el menor de sus problemas, debido a que a la par de sus desencuentros con sus opositores políticos, una enfermedad lo atacaba de forma silenciosa. Los primeros padecimientos de sus malestares se hicieron presentes en la mañana del 17 de octubre de 1870, donde sufrió un “ataque de congestión” en su habitación de Palacio Nacional. Los ataques continuaron de forma intempestiva durante todo el día, causando conmoción e incertidumbre en los miembros del cuerpo legislativo, quienes se vieron obligados a cancelar las sesiones del Congreso debido al delicado estado del encargado de Ejecutivo. Para las siete de la tarde del mismo día, se reportó que los ataques habían cedido y que el presidente se encontraba en mejor estado de salud. El Diario Oficial del Gobierno Supremo de la República, en su edición del día 18 de octubre, anunció que Juárez se encontraba “notablemente mejorado” y “fuera de peligro”.*
La enfermedad no detuvo el ímpetu del oaxaqueño, quien siguió al mando del país y que, incluso, hizo frente a dos rebeliones en 1871, no obstante, para el 20 de marzo de 1872 volvió a tener otro ataque del cual, a pesar de la gravedad, se recuperó rápidamente. Finalmente, la noche del 18 de julio de 1872, lo impensable ocurrió: el presidente Juárez falleció víctima de sus padecimientos.*
La mañana del 19 de julio los diarios de mayor circulación en la capital del país anunciaron la funesta noticia: “A las once y media de la noche de ayer, ha fallecido el C. BENITO JUÁREZ, Presidente constitucional de los Estados-Unidos Mexicanos, de una neurosis del gran simpático. El grande atleta de la Reforma y de la Independencia, no existe ya…”* El diario El Federalista, en su edición del 20 de julio, narra lo que fueron las últimas horas de Juárez:
[…] Estuvo todo el día con intermitencia de dolores agudos en la región cordial y de alivio pasajero […] a las 7 de la noche, el mal venció su fuerza de voluntad y tuvo que ponerse en cama […] Momentos antes de morir, estaba sentado tranquilamente en su cama; a las once y veinticinco minutos se recostó sobre el lado izquierdo, descansó su cabeza sobre su mano, no volvió a hacer movimiento alguno, y a las once y media en punto, sin agonía, sin padecimiento aparente, exhaló el último suspiro.
Es interesante notar que, a pesar de la fuerte oposición que hallaba Benito Juárez en la prensa, también se profesaba un profundo respeto pues, tras dar a conocer su muerte, muchos de los periódicos más importantes decidieron abstenerse de toda crítica política sobre su última gestión, esto a manera de homenaje a su memoria. Asimismo, diversos diarios entintaron sus columnas a manera de luto, y publicaron poemas y loas dirigidos al fenecido presidente.*
El diputado Julio Zárate, en el editorial de El Siglo Diez y Nueve del 24 de julio, describe con lujo de detalle el cortejo fúnebre que trasladó el cuerpo de Juárez desde sus aposentos en Palacio Nacional hasta su sepulcro en el Panteón de San Fernando. El acto se vio acompañado de una serie de discursos provenientes de las personas más insignes de la sociedad mexicana, quienes dieron rienda suelta a su elocuencia para reconocer los aciertos del fenecido presidente, pero sin ignorar sus fallos. Finalmente, los funerales concluyeron cuando se depositó el cuerpo en el sepulcro y se dispararon 21 cañonazos como última despedida a quien fue una de las figuras más emblemáticas de la segunda mitad del siglo xxi.*
Recursos adicionales
[2] Benito Juárez. Documentos Discursos y Correspondencia, Tomo 15, capítulo CCCLXIII.
[3] “Fallecimiento del C. Benito Juárez”, en: Suplemento al número 200 del Diario Oficial, 19/07/1872; “Gacetilla. El Sr. Juárez”, en: El Siglo Diez y Nueve, 19/07/1872.
[4] El Federalista, 20/07/1872; “Acta”, en Diario Oficial del Gobierno Supremo de la República, 19/07/72; “Acta de Defunción de Benito Juárez”, Archivo del Registro Civil de la Ciudad de México, libro 87, foja 26.
[5] “Invitación a la prensa”, en: El Siglo Diez y Nueve, 19/07/1872; “Sección editorial. El Presidente Juárez”, en: El Monitor Republicano, 20/07/1872.
[6] “Editorial. Los funerales del Sr. Juárez”, en: El Siglo Diez y Nueve, 24/07/1872; “Máscara mortuoria del Lic. Benito Juárez”.
Investigación y curaduría:
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Sala 2
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Sala 4 Sebastián Ojeda Bravo
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