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Ángela Peralta de Castera: rasgos biográficos

Ángela Peralta de Castera: rasgos biográficos

 
 

Ángela Peralta nació el 6 de julio de 1845 en la Ciudad de México. Desde muy pequeña sorprendió con la belleza de su voz a quienes la escucharon. Siendo aún muy joven, a los 15 años consiguió partir a Italia para consagrarse a los estudios musicales. Cautivó a todos los públicos y conquistó los teatros de México y del mundo, desde La Habana hasta El Cairo, Alejandría y San Petersburgo, pasando por toda Europa. Cantó para reyes y emperadores, y recibió las más altas condecoraciones. Expertos internacionales le dieron el epíteto del “Ruiseñor Mexicano” porque “la facilidad de su voz recuerda los fáciles trinos y armoniosos arpegios del ruiseñor”.

Agustín F. Cuenca, poeta y periodista de la época, escribió este esbozo biográfico que se publicó en 1873. En él se narran los hechos más sobresalientes de la trayectoria de la prima donna mexicana.

 

Cuenca detalla los inicios de Peralta, cuando cantó, a los ocho años, la cavatina de Belisario en un concurso y logró su primer pequeño triunfo en el canto; cuando conoció a Enriqueta Sontag, la célebre soprano alemana, que le aconsejó a su padre llevarla a Italia; o cuando debutó en el Teatro Real con la interpretación de Leonor en Il Trovatore, de Giuseppe Verdi, donde fue aplaudida y elogiada.

Estudió en Milán con el maestro Francisco Lamperti, quien la llamaba Angelica di voce e di nome. En mayo de 1862 debutó en el Teatro de la Scala, en el que sería uno de sus papeles predilectos, Lucía, en Lucia di Lamermoor de Gaetano Donizetti. Cuenca relata la ocasión en que el hijo de Donizetti se presentó, conmovido, ante Peralta para manifestarle: “Hoy más que nunca siento la muerte de mi padre, pues que no oyó a la mejor intérprete de su divina ópera”.

Se describe también su vuelta triunfal a la patria, en noviembre de 1865. En esa temporada cantó óperas de Bellini, Verdi y Rossini en el Teatro Imperial y estrenó Ildegonda de Melesio Morales.

 

El Imperio mexicano, presidido por Maximiliano I, le otorgó el título de “Cantarina de cámara del imperio”. Después de su estancia en México, en enero de 1867, Ángela se embarcó en Veracruz hacia una gira mundial de la que volvió con la mayor de las glorias y honores en mayo de 1871. El texto de Cuenca relata estos y otros significativos hechos en la carrera de Peralta, siempre acompañado de la investigación periodística, pues reproduce en sus páginas los testimonios y opiniones que la crítica, prensa y sociedad emitían a propósito del desempeño de la artista. Presenta, por ejemplo, el diploma que acredita a Ángela como miembro de la respetable Sociedad Filarmónica. En los años siguientes a 1871 haría una gira internacional más, para luego realizar otra en nuestro país. La voz del Ruiseñor Mexicano se apagó el 30 de agosto de 1883 en Mazatlán, víctima de la fiebre amarilla.

Material de apoyo:

Cuenca, Agustín, Ángela Peralta de Castera: rasgos biográficos, Valle Hermanos, Impresores, México, 1873.

García, Adrián, Década sinaloense: diez historias para repicar, Universidad de Occidente, México, 2001.

 

 

Ángela Peralta nació el 6 de julio de 1845 en la Ciudad de México. Desde muy pequeña sorprendió con la belleza de su voz a quienes la escucharon. Siendo aún muy joven, a los 15 años consiguió partir a Italia para consagrarse a los estudios musicales. Cautivó a todos los públicos y conquistó los teatros de México y del mundo, desde La Habana hasta El Cairo, Alejandría y San Petersburgo, pasando por toda Europa. Cantó para reyes y emperadores, y recibió las más altas condecoraciones. Expertos internacionales le dieron el epíteto del “Ruiseñor Mexicano” porque “la facilidad de su voz recuerda los fáciles trinos y armoniosos arpegios del ruiseñor”.

Agustín F. Cuenca, poeta y periodista de la época, escribió este esbozo biográfico que se publicó en 1873. En él se narran los hechos más sobresalientes de la trayectoria de la prima donna mexicana.

Cuenca detalla los inicios de Peralta, cuando cantó, a los ocho años, la cavatina de Belisario en un concurso y logró su primer pequeño triunfo en el canto; cuando conoció a Enriqueta Sontag, la célebre soprano alemana, que le aconsejó a su padre llevarla a Italia; o cuando debutó en el Teatro Real con la interpretación de Leonor en Il Trovatore, de Giuseppe Verdi, donde fue aplaudida y elogiada.

Estudió en Milán con el maestro Francisco Lamperti, quien la llamaba Angelica di voce e di nome. En mayo de 1862 debutó en el Teatro de la Scala, en el que sería uno de sus papeles predilectos, Lucía, en Lucia di Lamermoor de Gaetano Donizetti. Cuenca relata la ocasión en que el hijo de Donizetti se presentó, conmovido, ante Peralta para manifestarle: “Hoy más que nunca siento la muerte de mi padre, pues que no oyó a la mejor intérprete de su divina ópera”.

Se describe también su vuelta triunfal a la patria, en noviembre de 1865. En esa temporada cantó óperas de Bellini, Verdi y Rossini en el Teatro Imperial y estrenó Ildegonda de Melesio Morales.

El Imperio mexicano, presidido por Maximiliano I, le otorgó el título de “Cantarina de cámara del imperio”. Después de su estancia en México, en enero de 1867, Ángela se embarcó en Veracruz hacia una gira mundial de la que volvió con la mayor de las glorias y honores en mayo de 1871. El texto de Cuenca relata estos y otros significativos hechos en la carrera de Peralta, siempre acompañado de la investigación periodística, pues reproduce en sus páginas los testimonios y opiniones que la crítica, prensa y sociedad emitían a propósito del desempeño de la artista. Presenta, por ejemplo, el diploma que acredita a Ángela como miembro de la respetable Sociedad Filarmónica. En los años siguientes a 1871 haría una gira internacional más, para luego realizar otra en nuestro país. La voz del Ruiseñor Mexicano se apagó el 30 de agosto de 1883 en Mazatlán, víctima de la fiebre amarilla.

Material de apoyo:

Cuenca, Agustín, Ángela Peralta de Castera: rasgos biográficos, Valle Hermanos, Impresores, México, 1873.

García, Adrián, Década sinaloense: diez historias para repicar, Universidad de Occidente, México, 2001.

 

 
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