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Directo a Santa María Magdalena
Directo a Santa María Magdalena
Hugo Arturo Cardoso Vargas
Coordinador del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México

Llegamos con todo y maletas (equipaje, sombreros y demás aditamentos) el 21 de julio de 2014 a la plaza principal de Santa María Magdalena Andayomoha directo de la terminal de autobuses que nos llevó de la Ciudad de México hasta la capital de Querétaro. O como dicen en la región, desde México hasta Santiago de Querétaro (para diferenciarlo del Querétaro de Arteaga, que hace referencia al estado).

Así que, después de un viaje más bien relajado —de lunes a mediodía—, salimos de la Terminal del Norte para viajar a la ciudad de Querétaro. Durante el trayecto, no existió —casi imposible de imaginar— ningún accidente ni otro tipo de percance que retrasara nuestro traslado; al contrario, fue constante el avance del autobús y, casi sin detenerse, llegamos a la Terminal 5 de Febrero en el tiempo previsto.

Teníamos dos opciones: la primera era llegar al Centro Histórico para hospedarnos y después tomar otro transporte que nos llevara hasta Santa María Magdalena. La segunda opción, por la que nos decidimos, consistía en irnos directamente desde la terminal hasta el pueblo o barrio de Santa María Magdalena Andayomoha, y después de hacer nuestro trabajo de investigación de la fiesta, obviamente, regresar al Centro Histórico de Querétaro para hospedarnos, lo que implicaba tener que cargar con nuestras pertenencias durante todo el trayecto. 

Cuando llegamos teníamos un hambre atroz, porque salimos de casa y de México con sólo un ligero desayuno. Así que nos dedicamos a buscar dónde comer. Recorrimos la zona aledaña a la plaza principal y no encontramos nada que nos gustara. Porque había tacos de carnitas y hasta una pastelería; pero ni unos ni otra satisfacían, por el momento, nuestra necesidad de comer. Cambiamos de dirección y, para no hacer largo el asunto, terminamos comiendo unas ricas y suculentas tortas de milanesa con queso acompañadas por un refresco oscuro muy adictivo (según dicen, por la cafeína).

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Después regresamos a la plaza, en donde se quedó esperando mi esposa con equipaje y todo, en tanto yo me encaminé a la parroquia de Santa María Magdalena, que resultó ser un edificio pequeño, cubierta su fachada por una lona que —si bien era útil para proteger a los fieles de las inclemencias ya del sol, ya de la lluvia— impedía ver la totalidad de la misma. Porque, hay que recordarlo, estamos en pleno julio; el julio de la temporada de lluvias, nunca en julio el de los regalos.

Así que no puedo decir mucho sobre la fachada, salvo que no existe una portada floral. Esta ausencia (o presencia) siempre es un dato importante que un buen investigador debe conocer. Porque hace referencia, cuando existe, a elevar al santo tutelar las primicias de las cosechas o de otros bienes como animales de rancho, y estos dones en la portada se convierten en ofrendas para que tanto la cosecha —de flores, frutos, semillas y leguminosas— como la crianza sean productivas. Además, la puerta estaba cerrada y un enorme pizarrón —con anuncios muy diversos— obstruía todavía más el acceso a los fieles.

Después de que se abrió la puerta y accedí al templo, observé una pequeña imagen de Santa María Magdalena en el altar, así como un pendón con la misma advocación. Recorrí con la vista las distintas representaciones y me llamó poderosamente la atención una de ellas: la de de Nuestra Señora de los Dolores de Solano, por cierto, patrona de la Diócesis de Querétaro desde su sede en la Basílica de Soriano en Colón, luciendo una corona que pronto por decisión papal le será impuesta. Lo interesante es que pertenece a una familia que prestó ésta y otra más para la fiesta de Santa María Magdalena.

Por lo demás, el templo es pequeño y sobrio; limpio —como casi todos los sitios públicos del estado, y eso se agradece— e iluminado lo suficiente para la oración y el recogimiento. En el atrio se encuentra una bella Cruz Atrial que empleaban —como área de juego— un par de niños a pesar de la supuesta supervisión y vigilancia de sus padres. Así que les solicité que me dieran espacio para poder obtener una fotografía de la Cruz; sin chistar movieron a sus pequeños y me fue posible hacer una buena toma, pero separada del templo.



Mientras exploraba el entorno de la parroquia —cuya pared perimetral y su fachada me recordaban mucho las calles de Izamal, porque también lucían ese amarillo quemado con blanco tan peculiar de ese pueblo mágico—, una parte del atrio empezó a llenarse de refrescos menos oscuros que los que ingerimos con la comida.

Pero como los acólitos y los mayordomos se empezaron a desplazar fuera del templo, los seguí para preguntar el motivo. La respuesta fue que se trasladaban a la Capilla de la Virgen de Guadalupe que existe en la entrada del pueblo —más bien creo que es barrio— para desde ahí realizar la procesión, por algunas calles, con Santa María Magdalena hasta el templo.

Cuando llegué a ese lugar estaban en plena faena algunos hombres dando fin al arreglo tanto de la Capilla como del entorno, cortaban el pasto a golpe de machete, quitaban y ponían tejas, pintaban las estructuras metálicas, en fin, estaban embelleciendo y acicalando el lugar. 

Muy lentamente se fueron juntando los fieles. Los chicos mataban el tiempo jugando y retozando en el pasto recién cortado; las niñas agrupadas en torno a sus mamás esperaban el inicio de la procesión. Las madres, pocos padres estaban presentes, se encargaban de ultimar los detalles de los vestidos y el arreglo personal de sus hijos. Finalmente, llegó el pequeño grupo de músicos que acompañó la procesión.

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Empezó la procesión con alberos lanzando cohetes para acompañar la imagen en pendón de Santa María Magdalena, y después la abigarrada feligresía; a pesar de las indicaciones de los coordinadores que insistían en que respetaran el orden, grupos de niños y niñas lo modificaban a cada instante por decisión personal o por la inercia propia de la marcha.

Así, entre los rezos del Rosario, que debería ser repetido por los que acompañábamos a la imagen, y después de cada Misterio, la intervención del grupo musical avanzó la procesión llamando la atención de los lugareños, quienes salían a las puertas de sus casas y desde ahí saludaban a los marchantes; pero, nunca se acercaron ni se sumaron a la columna de fieles.

Avanzó la procesión y llegó a las puertas de la parroquia; después de recorrer la calle de acceso al centro del pueblo, de cruzar la plaza principal y situarse en el atrio. Ahí se dispersó la gente para acercarse al lote de refrescos que, según me enteré, eran para la banda de música y para la Danza de Coyotes de San José el Alto Querétaro, de mujeres y hombres que aparecieron de repente en la explanada de la plaza realizando vistosas evoluciones al compás de sus instrumentos musicales tradicionales. El grupo está dirigido por Miguel Ángel Salazar, primer capitán, Patricia Jiménez, tercer capitán, y del segundo capitán, que omitió decirme su nombre.

Después apareció otra Danza —no recuerdo su nombre—, con dos filas de jóvenes —hombres y mujeres—, con traje de chichimecas una hilera y la otra, con traje de soldado francés. En la primera, la bandera era la nacional y en la segunda, la francesa, e intervenía, constantemente, la banda de música. Pero la noche se acercaba y nosotros seguíamos con todo y nuestras maletas en Santa María Magdalena Andayomoha. 

Tomamos el camión que salió de aquel poblado por la calle José María Morelos hasta llegar a la Avenida Tlacote. Ah, Tlacote, ¡qué recuerdos!, siguió por Avenida Ignacio Zaragoza y nos dejó en la vera de la Alameda, en pleno centro de Santiago de Querétaro, y de ahí directo al hotel: a descansar y cargar pilas para estar enteros durante la fiesta de Santa María Magdalena. Pero se me olvidó mencionar un pequeño detalle, que sólo apareció en un cartel pequeño pegado en el vidrio de una carnicería de Santa María Magdalena, el siguiente aviso: el día 22 desde temprano se realizaría en la plaza del pueblo la Feria del Mole y la Tortilla.
Al día siguiente nos dirigimos al Centro a desayunar y deambular por ahí. Con plan y rumbo caminamos por distintas vías hasta llegar cerca del Museo de la Ciudad, junto al Convento de Capuchinas, en la calle Guerrero. El objetivo era buscar a Nahelly Juárez, contacto a través de e-mail, que conocía de nuestro Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México y de su primer libro: La fiesta en México: una mirada multidisciplinaria.

Nuestra intención era que ella guiara nuestras andanzas por Querétaro y sus alrededores, pero, ¡qué suerte!, Nahelly, egresada de comunicación de la Universidad Autónoma de Querétaro, estaba de vacaciones y regresaba hasta el lunes 28. Decepcionados, volvimos sobre nuestros pasos y aprovechamos para visitar el Convento de Santa Clara: hermoso ejemplo del barroco novohispano y local.

Así, después de comer, nos dirigimos a Santa María Magdalena para disfrutar de la fiesta. Al llegar nos sorprendió la cantidad de puestos con comida, especialmente mole en sus distintas modalidades; pero como ya habíamos comido no nos atrevimos a probar los manjares. Hasta después, muy después, nos enteramos de que por la mañana es tradición que los vendedores den a probar, espléndidamente, sus productos: el mole casero. Pero, cuando llegamos a degustarlo, nos dijeron que sólo se podía comprar; nadie nos ofreció la “prueba”.


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No nos quedó más remedio que disfrutar del programa artístico de la fiesta de Santa María Magdalena; así que nos deleitamos con un imitador de Juan Gabriel, una chica imitadora de Jenny Rivera y otra más que, al menos —sin imitar a nadie—, interpretó música más apropiada para bailar. De pronto apareció la Danza de franceses y derrochó energía y coordinación, pero por los que cruzaban, imprudentemente, los danzantes interrumpían sus desplazamientos por el sitio.

La misa duró más de lo previsto, porque el cura terminó leyendo un texto —que a mí en lo personal me hubiera gustado tener en las manos, por muchas razones que no puedo decir aquí en tan breve espacio— en donde no había quien se salvara: todos éramos la cizaña y la causa de pecado no sólo nuestra sino de quienes nos rodeaban. En fin, el sermón fue fuerte, agresivo y acusador.

Después sacaron dos cuadros de la iglesia y se formó una pequeña comitiva que convocaba a los danzantes y a los fieles a seguirla. Así, desde el templo nos encaminamos a “la otra banda”, porque cruzamos el pequeño río —más bien riachuelo— que separa ambas partes de Santa María Magdalena. El objetivo era que los miembros de la Mayordomía hicieran entrega a la familia propietaria de las dos imágenes que habían permanecido en la iglesia durante el novenario. 

En cuanto la procesión llegó, acompañada de cohetes (y cuetes), de la danza y de los fieles a la casa de esa familia, se nos invitó a pasar para testimoniar la entrega y, no podía faltar, disfrutar de un mole —verde o rojo— casero que se había preparado para la ocasión. Por andar en la investigación ni tiempo tuve de comer bien; así que cuando me sirvieron un mole verde sabroso, pero bastante picoso, ni pude terminarlo porque entre el exceso de picante y el que la procesión retornaba a la “otra banda”, me vi obligado a engullir la pierna de pollo que nadaba en el platillo.
Por otra ruta regresamos a la iglesia y en todo el recorrido se escuchaba el sonido del pequeño tambor y su infatigable compañera, una flauta de simple carrizo. Con este fondo musical, la Danza realizaba sus evoluciones a pesar de lo disparejo del piso, porque en partes ni siquiera constaba de piedra; era de simple terracería. Como ya era noche, las calles estaban muy mal iluminadas y por eso el trayecto era más peligroso, no digo para los danzantes sino para quienes los seguíamos. Por si no fuera suficiente, en cuanto llegamos a la plaza principal el grupo se desplegó para seguir realizando sus ejecuciones, aunque ahora tenían que evitar la torre enorme con el castillo que más tarde se quemaría.

Por la hora tenía dos opciones: esperar a la quema del castillo o regresar de inmediato a la capital del estado, que hubiera representado no haber terminado el registro de la fiesta. Por eso fue que buscamos apoyo para que una vez concluida la quema del castillo tuviéramos transporte seguro al hotel; así que un buen colaborador —lesionado por cierto de su mano derecha porque durante la mañana intentó hacer el toque de campana y se hirió en esa operación— nos buscó un taxi seguro para regresar a Querétaro.

Así que nos dispusimos a disfrutar de la quema del castillo, que se llevó a cabo sin incidentes, salvo el borrachín que una y otra vez se atravesaba durante la lluvia de luces o cuando los técnicos —es un eufemismo— tenían que hacer maniobras —muy rápidas y riesgosas— para darle lucidez a su trabajo. 

Finalmente, el día 22 de julio al filo de las 11:30 de la noche abordamos el taxi que nos dejó en las puertas del hotel, no sin antes hacer una parada obligatoria porque uno de los neumáticos se reventó, claro, sin poner en riesgo la vida de ninguno de los que viajábamos desde Santa María Magdalena Andayomoha al Centro Histórico de Santiago de Querétaro.

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