Enrique Figueroa Anaya*
El corazón de la Ciudad de México palpita desde el Centro Histórico. Desde sus orígenes, a principios del siglo xiv (cuando la gran México-Tenochtitlan se funda), la hoy gran capital del país bombea su sangre hacia los apenas perceptibles límites de la Zona Metropolitana. Caminar por el Centro Histórico resulta entonces en pasearse por las historias que desde hace varios siglos se siguen construyendo en la gran cuenca de México. Recorrer sus calles es evocar cuentos, canciones, pinturas y, desde luego, películas e historia.
Caminando desde la Alameda hacia el sur, con rumbo a Eje Central, se topa uno con la Calle López. Ubicada entre Juárez y Arcos de Belén, es uno de los trazos citadinos más reconocibles. El sitio, como todo rincón del corazón de la Ciudad de México, mantiene un movimiento constante y boyante. Se trata de uno de los espacios más coloridos de la ciudad. Su diversidad atrapa de inmediato la atención, como fue el caso de los realizadores Lisa Tillinger y Gerardo Barroso. Calle López (2013) es un trabajo que nace a partir de su propia experiencia en el lugar. Su ojo de fotógrafos captura con enorme belleza, en un blanco y negro elegante, la vida de una calle cuya actividad no se detiene. Un barrendero enciende un cigarro para iniciar su día. Escuchamos de fondo una vía silenciosa que está a punto de iniciar una nueva jornada. Se escucha su escoba trabajar.
El documental de Tillinger y Barroso es una invitación a observar con detenimiento. Lo que vemos son imágenes cotidianas, pero aquí capturadas con respeto y con atención. La labor de quienes trabajan en una pollería, el voceador, el hombre de los jugos, los encargados de la basura, los dependientes de una tienda de café y, desde luego, los edificios que nos resultan tan maravillosos como si los observáramos por primera vez. La Torre Latinoamericana, cercana al lugar, se ve imponente sobre la azotea de uno de los edificios de la Calle López. Se trata de una ciudad que vive a través de su gente activa, de quienes día a día dan movimiento a un trazo importante de la capital que sirve de hogar, lugar de trabajo, espacio de abastecimiento y sitio de esparcimiento para miles de transeúntes.
El trabajo de estos dos realizadores guarda entonces testimonio de cómo era la Calle López en un periodo específico de su larga vida. Captura las caras, las acciones y a veces hasta las voces de quienes en ese momento en particular dan vida a una calle que permanecerá ahí hasta que un importante suceso la trastoque. La historia no pasa en vano, pero también se ha paseado por la Calle López y lo seguirá haciendo.
Regreso entonces a la Alameda Central, donde el organillero, la mujer que vende elotes, los chicos en patines, la pareja de enamorados y los trabajadores se toman su almuerzo. El mosaico de retratos que ofrece este pulmón de la Ciudad de México es siempre diverso. Caminar por su remodelada apariencia es un deleite en medio de una urbe caótica que se ha comido lo que antes eran los límites de la capital mexica, a la postre la Ciudad de México de la Nueva España y después la del México independiente y también del contemporáneo.
Pero también recorrer la Alameda es pisar sus heridas.
Cerca del acceso al Metro Hidalgo se encuentra la pequeña Plaza de la Solidaridad, espacio que hace casi 40 años albergó en su momento al prestigioso Hotel Regis de la capital mexicana. El edificio se colapsó a las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985. En la plaza se yergue, entre hombres y mujeres sin techo que la han adoptado como su hogar, una escultura de manos unidas que sujetan el mástil de una bandera que en el momento en el que me paseo no ondea. Pocos saben que además de la herida del infame sismo, la Alameda guarda otras cicatrices.
Hace 70 años, el 7 de julio de 1952, se congregaron en aquel sitio miles de simpatizantes del candidato presidencial Miguel Henríquez Guzmán. Su campaña había estado salpicada de contratiempos y aquella fecha no fue la excepción. Los henriquistas se reunieron para denunciar lo que ellos llamaron fraude electoral. El candidato oficial, Adolfo Ruiz Cortines, había sido anunciado por los periódicos como ganador. Desde el balcón de uno de los edificios colindantes un hombre le disparó a un oficial y entonces se desató la masacre. Los tiros aumentaron y el caos reinó. Muchos murieron por balas, pero otros tantos fueron aplastados. Se dice que fallecieron más de 200, aunque el cronista capitalino Carlos Monsiváis señala que fueron más de 500. El hecho es poco o nada reconocido en la actualidad, sin embargo, la tragedia es parte también de nuestra historia.
Cruzando el Eje Central, rumbo al Zócalo, llegamos a la anteriormente conocida como 1a Calle de San Francisco, luego llamada La Profesa y, en su momento, también Plateros. Hoy esta calle la conocemos como Madero. Fue hace más de 100 años cuando mostró por primera vez su actual nombre. Se le atribuye a Francisco Villa ese renombramiento.
Encima del letrero con el nombre de la calle que hacía referencia al convento franciscano (junto a la Latino) se colocó entonces uno en alusión a Francisco I. Madero, el primer presidente de México surgido de la Revolución mexicana y que fuera fríamente asesinado en febrero de 1913.
Ese hecho se retrata en Madero muerto, memoria viva en el que Juan Carlos Rulfo documenta uno de los episodios más duros de una Revolución sangrienta que marcó el inicio del siglo xx mexicano. Construido con diversas voces, el mediometraje se desarrolla entre el México revolucionario y el contemporáneo. Las imágenes de uno de los acontecimientos más filmados en la historia del cine se funden con las de la Ciudad de México actual. Vemos a la propia Madero tomar protagonismo en un documental que transmite de manera incesante una cercanía que se debe a lo bien contado y filmado que resulta éste.
Las voces de quienes fueron protagonistas son recreadas a la vez que nosotros somos guiados por un crudo relato. Escuchamos, entre otros, al actor Daniel Giménez Cacho. Tras una serie de traiciones, el militar Victoriano Huerta consigue dirigir el final de su golpe de Estado. El general Aureliano Blanquet procede entonces a aprehender al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez, quienes habían logrado refugiarse en Palacio Nacional tras lograr escapar de un primer ataque en Chapultepec. Con la complacencia del embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, el destino del gobierno de Madero se sella.
Victoriano Huerta asumiría la presidencia, pero antes debía eliminar a Madero y a sus seguidores. Engañados por los golpistas, Madero y Pino Suárez firman sus renuncias. El presidente se entera de la violenta muerte de su hermano Gustavo y comprende entonces que su destino no será distinto. A las 11 de la noche del 22 de febrero de 1913, los otrora presidente y vicepresidente son avisados de su traslado a la penitenciaría de Lecumberri. Madero y Pino Suárez nunca llegan a su destino.
Recorriendo toda Madero se llega al Zócalo. El centro del Centro Histórico de la Ciudad de México es también el ombligo de un país agitado y dolorido. Es en esa enorme plaza pública donde, así como se han celebrado alegrías, también se han demandado injusticias. Mi recorrido me lleva entonces de nuevo hacia el sur, pero ahora con dirección a 20 de Noviembre, para pronto dar vuelta a la derecha sobre la calle de Regina.
“Vivos los llevaron, vivos los queremos”, se lee en la parte alta del edificio que resguarda el hoy Museo de la Casa Indómita. Generado a partir de la memoria de la activista mexicana Rosario Ibarra, este museo es un espacio creado para mantener la memoria viva. De acuerdo con el propio recinto, su misión es “llevar con ustedes el conocimiento de la historia que los malos gobiernos no quieren contar y la convicción de luchar para que la desaparición forzada no exista más en ningún lugar de la tierra”. El museo arranca con salas dedicadas a los hechos del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971 —el llamado Halconazo—. Las salas restantes presentan los años de terror y represión, pero también los tiempos de resistencia y de lucha.
La vida de Rosario Ibarra se retrata en Rosario: Memoria indómita (2013), de Shula Erenberg. Con más de 40 años de búsqueda, Rosario Ibarra fue siempre un gran ejemplo de perseverancia. Tras la desaparición de su hijo Jesús Piedra Ibarra, la entonces ama de casa de 48 años no se dejó y, al contrario, insistió. En ese camino, se percató de que otras muchas mamás se encontraban en el mismo camino. Así es que nace el grupo Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, posteriormente reconocido como Eureka, palabra clave que en el propio documental destaca Ibarra de Piedra como la clave que marcaría el hallazgo de su hijo. Ella se fue de este plano sin la posibilidad de reencontrarse con Jesús.
Construido con imágenes de archivo y una muy valiosa entrevista a la propia protagonista, Erenberg logra un trabajo doloroso que se levanta como un muy digno ejemplo para quienes luchan socialmente en medio de un país con muchos pendientes. El observar el día a día de Rosario cumple con el propósito de sentirla cercana y más fuerte que nunca. Tanto el documental como el museo son pilares fundamentales para mantener la lucha y petición de una Rosario que nunca se dejó de quienes consideró responsables de la desaparición de su hijo. Su lucha la llevó a ser candidata presidencial en dos ocasiones, así como a ocupar espacios como diputada y senadora. Fue en su momento postulada al Premio Nobel de la Paz, sin embargo, lo que buscó siempre Rosario nunca se vio cumplido y permanece como un llamado a seguir buscando justicia en un país donde los dramas se siguen sumando.
El crimen y su impacto en la sociedad mexicana ha sido uno de los muchos temas que directa o indirectamente se ha filtrado en el cine del mexicano Arturo Ripstein. Su elección por el género melodramático no es ajena a la tragedia cotidiana que llevo relatando desde que inicié mi recorrido en la Alameda Central. Así es la vida no es sólo el nombre de una película del cineasta sino también una frase con cierto dejo de consuelo sobre lo dura que es para muchos la realidad en este país. Esta combinación temática y de género remarcan entonces la soledad de sus personajes, así como lo imposible que les resulta enfrentar y cambiar el destino que se les ha otorgado: como si se tratara de una maldición divina, como si de tragedia griega se tratara.
Y justo de la tragedia griega es de donde abreva esta película que, además, significó el inicio para Ripstein en el cine digital. El mito de Medea cuenta cómo esta mujer se convierte en heroína, compañera y madre del célebre Jasón. Ella disfruta de la fama y el cariño de sus vecinos, hasta que el rey del país en donde viven le pide a Jasón que se case con su hija.
Insultada y traicionada, Medea planea entonces una venganza que resulta en el asesinato del rey y de su hija, así como de los propios hijos de ella y de Jasón. El melodrama tan popular en México tuvo éxito en la literatura, la radio y la televisión, para posteriormente ser también muy abrazado en el cine nacional. Es así que la adaptación del mito centenario se ajusta muy bien a la realidad cruda y trágica de la sociedad mexicana.
Julia, la Medea de Así es la vida, de Ripstein, es una extranjera que siguió a su amado Nicolás por amor. Ella se nos presenta entonces como ajena a la ciudad y también como una especie de bruja y abortera, lo que la liga de manera cada vez más directa a la Medea griega. Con un interesantísimo juego de espejos, el realizador captura las muchas identidades de una mujer que se consume por la venganza. La vemos sola, rumiando su cada vez más evidente furia.
Observamos en la trama, desarrollada en nueve episodios, el arco de una Julia que es una víctima que estalla. “No te va a doler. ¿No ves que soy tu mamá?”, le dice Julia a su hija mientras empuña un cuchillo con el que después le quitará la vida. Su padre, el Jonás del mito mexicanizado, la verá morir en el patio de su casa. Julia, posteriormente, abandonará el hogar para dejar lo ocurrido. El dolor y la tragedia se funden en una cicatriz de muchas que permanecen en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Procedo a regresar al Zócalo, para de ahí sobre la misma Madero volver hacia Alameda Central y subirme al Metro Hidalgo. Ya habrá oportunidad, en otra ocasión, de seguir recorriendo más historias de la capital mexicana, de volver a recordar el cine que ha capturado para siempre lo que fuimos, somos, ¿y seremos?
* Profesional en la difusión del arte, la cultura y la historia, con especialización en cine y música. Titular de los podcast CinemaNET, ¡Clack!, un podcast de Le Cinéma IFAL, Luces, cámara, ¡niñxs!, Cinema Tempo-Historia y Enrique Figueroa MX. Actualmente es colaborador del programa de televisión Sale el Sol, la revista Cine PREMIERE y del podcast Cinegarage. Imparte el curso de cine ¡sólo para niñxs! También es guía turístico, profesor de cine en la primaria del Colegio Hebreo Tarbut y coordinador de Comunicación de SmartFilms México.
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